viernes, 30 de junio de 2023

Programa doble: El pacto - Kandahar



 Así como en la Puerta del Infierno está la inscripción; “¡Pierdan toda esperanza los que entren!”, una advertencia similar deberíamos hacerles a quienes se dispongan a ver cualquiera de estas dos películas. Sería algo así como “¡Pierdab toda esperanza de multilateralidad política los que entren a estas aventuras, los talibanes son malos y los yanquis son buenos!” Punto seguido o aparte y sin discusión. Guy Ritchie's The Covenant como en los westerns primitivos cuya lógica narrativa comparte a rajatabla, el mal absoluto que antes recaía en los indios, a menudo caracterizados como meros pieles rojas, ahora infunde las acciones de los talibanes. Aquí y allá, se les da un matiz para no revolver el estómago de adherentes a la corrección política. Y en Kandahar como en las primera películas de guerra cuya lógica narrativa cultiva a pie juntillas, la perfidia que antes les caía a los japoneses, caracterizados a menudo como meros amarillos o nipones, la ostentan ahora en grado sumo los talibanes. Y sin más preámbulo digamos que lo que emparenta a estas dos películas es que, en un largo tramo final, un soldado (yanqui en una, inglés en la otra) deben llevar a la salvación de la civilización capitalista a un traductor que los había ayudado en sus misiones hasta no hace mucho.


En Guy Ritchie's The Covenant (El pacto, Guy Ritchie, 2023) hay tres momentos claramente discernibles. Un primero donde un pelotón de soldados ejecuta una misión peligrosa en la que el trabajo del traductor es insoslayable, un segundo momento en el que el traductor ayuda al soldado a atravesar territorio enemigo y un tercer en que el soldado debe rescatar de una muerte inminente al traductor y a su familia y traerlos a los Estados Unidos. Los veteranos adeptos al western reconocerán de inmediato que el segundo y tercer momento, sobre todo, atan y desatan nudos narrativos que hemos visto atar y desatar hasta el hartazgo en las clásicas películas de vaqueros. Como es ya muy difícil ser originales, los directores prefieren la recreación actualizada de las viejas estructuras del relato típico. Es curioso que Guy Ritchie famoso por jugar con la articulación del relato, poniendo por ejemplo la conclusión como hecho fundante del cuento a contar, con flashbacks intermitentes que dan cuenta de como algunos personajes llegaron a enredarse en la trama, con proyecciones al futuro de otros personajes que nos informan que postura tomarán cerca del desenlace o con el protagonista, etc., más un montaje acelerado y zumbón, anteponga su nombre al título en su realización más clásica, sin ninguna de sus características enumeradas presentes, como si quisiera que el Guy Ritchie menos Guy Ritchie de todos firmara el relato. Rarezas, caprichos, divismos, apetencias. Después de todo cada uno hace con su nombre lo que se le antoja. Solo nos resta decir que en estas aventuras en Afganistán, Jake Gillenhaal es el soldado estadounidense y Dar Salim el traductor.


Kandahar (Ric Roman Waugh) por estructura de relato está más relacionada con las películas clásicas de la Segunda Guerra Mundial del viejo Hollywood. Un mercenario, Tom Harris (Gerard Butler) hace volar en suelo afgano un reactor nuclear. Por qué no se va de inmediato y ve las consecuencias desde lejos es el primer sapo a deglutir si se quiere disfrutar del relato. Como demora su vuelta a Inglaterra para asistir a la graduación del secundario de su hija, un “empresario” independiente, Roman Chalmers (Travis Fimmel) lo incita a aceptar una misión que plantea tan peligrosa como breve y para la que necesitará la ayuda de un traductor, Mohammad “Mo” Doud (Navid Negahban). Ya en el terreno, la misión se abortará antes de empezar porque se ha descubierto que el autor de la explosión del reactor es Tom, que deberá desandar camino y salvar su pellejo y el de Mo. Los perseguirán servicios secretos, mercenarios varios que cambian de bandos como de turbante, cazadores de recompensas, y otros que odian a los occidentales por el mero hecho de serlo ya que los asocian a desmanes y masacres imperdonables (según los parámetros del relato son los buenos, pero según cualquier otro parámetro de buenos no tienen nada o muy poco). La aventura concluye, pero como el final de algunas series o miniseries deja cabos sueltos, secundarios, no esenciales, para una continuación.


Los héroes de estos cuentos tienen cola de paja, aclaran siempre que ellos no son responsables (directos, al menos) de devastaciones y tragedias desatadas en las tierras que pisan, y ponen, con ahínco e insistencia, cara y actitud de inocentes. Sí, hermano, puede que vos en particular no hayas sido, pero los ejércitos y las naciones que representás, sí. Podemos aceptar el maniqueísmo para seguir en el cuento, pero no exageren con la presunción de inocencia. Aprendimos a hacernos los tontos, no a serlo.

Gustavo Monteros


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