viernes, 24 de febrero de 2023

Desafío del mes de San Valentín - Cuarta semana

Este Febrero es un mes complicado para mí. Tengo que despejar incógnitas, tomar decisiones, aceptar condicionamientos que no dependen de mí, etc. Pero para no obsesionarme, desarrollar ideas satélites o hacer de mi mente un embudo atascado, me conviene pensar en otras cosas. Y como el cine es una de las pocas cosas que siempre me divirtió, nunca me traicionó y si alguna vez me decepcionó, me recompensó casi de inmediato, me planteé un desafío. Como es el mes de San Valentín, voy a ver si puedo completar una lista de 28 películas de amor que me gusten de verdad.

Sábado 18 de febrero de 2023


 Día 18: My Fair Lady (Mi bella dama, George Cukor, 1964)

Si a la salida de una función de ópera del Covent Garden en Londres en la primera década del siglo XX no se hubiera puesto a llover y escasearan los taxis.

Si el arrogante e insufrible profesor de fonética de puro aburrido no se hubiera puesto a alardear de que podría decir según los acentos que oyera el lugar exacto del que proviene el hablante.

Si entre el público que el profesor había congregado no hubiera entre las numerosas floristas una que prestara más atención que las otras.

Si un rico coronel recién llegado de la India aficionado a la fonética no hubiera ido a matar el tiempo en el teatro hasta que llegara la mañana y pudiera conocer al profesor que ahora les decía a los transeúntes su origen por el habla.

Si la florista no se hubiera asustado de la que denunciaran a la policía por ocultar que tenía cambio.

Si el profesor soliviantado por el éxito no se hubiera puesto a vociferar que podría hacer pasar a la quejumbrosa florista por una duquesa en un evento encumbrado.

Si el coronel al saber que el adivinador de orígenes por el habla era el erudito que se proponía conocer y si no hubiera aceptado alojarse desde ese instante en la casa del profesor.

Si la florista no hubiera tenido ambición y no se hubiera presentado en casa del docente al día siguiente para aprender a pronunciar el inglés como una dama.

Si el coronel no hubiera tenido dinero de sobra y aceptado pagar los gastos del desafío hecho la noche anterior.

Si no hubieran decidido que la florista se alojara también en la misma casa para que aprendiera de sol a sol.

Si la frecuentación no hubiera alimentado la necesidad de saberse cerca y complementarse.

Si no hubiera nacido algo así como el amor entre el profesor y la florista, una de las mejores comedias románticas no habría nacido (Pygmalion, o Pigmalión entre nosotros).

Si no hubiera habido presión popular por parte del público para que el autor (George Bernard Shaw) le diera un final feliz a su historia irresistible.

Si un letrista y un compositor de musicales (Alan Jay Lerner y Frederick Loewe) no hubieran persistido para que la obra se transformara en un musical (My Fair Lady) con el final feliz que merecía, no hubiera existido uno de los musicales más perfectos y gozosos del teatro.

Si el éxito imparable de la pieza no hubiera determinado que se hiciera una película.

Si mi padre no me hubiera llevado a verla incluso cuando yo no tenía una edad para entenderla del todo.

Si igual no me hubiera deslumbrado. Y si no la hubiera amado como la amé, desde entonces y para siempre. Habría habido menos amor en el mundo. Y más fealdad, maldad y miseria. Pero Dios, el Universo, o el Aliento Inerte Que Hace Que Todo Funcione y Persista no son zonzos. (Y por más que lo nieguen, les gustan las buenas comedias y los mejores musicales)

 

Domingo 19 de febrero de 2023



Día 19: The Quiet American (El americano, Phillip Noyce, 2002)

Principios de la década del 50 del siglo XX.

La Indochina francesa.

Thomas Fowler (Michael Caine), un cínico periodista inglés.

Phuong (Thi Hai Yen Do), una bella vietnamita, ex bailarina de alquiler (trabajaba en un dancing, en el que se compran fichas para bailar con las chicas dispuestas a tal fin).

Alden Pyle (Brendan Fraser), un norteamericano, presunto médico en misión humanitaria, en realidad un activista de la CIA para crear ataques terroristas culpando a los comunistas y así garantizar el involucramiento de los Estados Unidos, una vez que se vayan los franceses.

Fowler ama a Phuong.

¿Ama Phuong a Fowler? No se sabe, su necesidad de casarse con Fowler para poder emigrar a Inglaterra y no volver se antepone a sentimientos románticos.

¿Pyle ama a Phuong? No se sabe, su superficie de yanqui crédulo oculta frialdad y crueldad.

Fowler tiene en Inglaterra una esposa católica que nunca le concederá el divorcio por sus creencias religiosas. No le puede dar a Phuong lo que quiere.

Pyle es soltero y le puede garantizar a Phuong un futuro, matrimonio incluido.

Lo indubitable es que Fowler ama a Phuong, pero cuando la situación lo amerite, ¿será capaz de llegar a la última instancia?

Porque Fowler ama a Phuong y la gran paradoja es que el más cínico, egoísta e indolente de los personajes prueba ser el más noble, sincero y humanista. Contradicciones del buen amar.

 

Lunes 20 de febrero de 2023


 
Día 20: L'histoire d'Adèle H. (La historia de Adela H., François Truffaut, 1975)

El peor amor no es el que termina mal, no, el peor es el no correspondido. Y es el más rastrero, porque llega sin avisar. De sopetón, por la bronca de no ser nunca elegido. Y salvo para los mimados de la suerte, es el iniciático. En el apuro por amar, elegimos a quien jamás podrá querernos. Porque cuando nos abrimos al amor, somos adolescentes, que es la edad de los tropezones, los aturdimientos, los atolondramientos. En todos los aspectos, sin que el amor sea la excepción. ¿Qué nos lleva a enamorarnos de tal o cual persona y no de otra? Misterio incognoscible. Terminamos por atribuirlo a los caprichos del destino, a la burla de los dioses, a los errores de la química, a los arcanos del universo, a los cambios climáticos. Deberíamos tomarlo como una etapa del aprendizaje, como llevarse una materia en el secundario, como un atractivo turístico del ser. Como siempre, como con todo, superar el traspié nos hace más fuertes, pero a algunos les deja un agujero en la autoestima para siempre. Los deja rengos de por vida y no hacen más que tropezar. Es el tema más frecuente de cuanto poeta haya sido, de ahí que cuando nos toca, literatura de apoyo hay de sobra. Pero la Santa Patrona Mártir de los No Correspondidos es Adela H o Adela Hugo, para los entendidos. La hija del Víctor Hugo de Los miserables y otras cumbres. Allá por 1863 o cerca de, la pobre se enamoró de un tenientito, un tal Pinson y no se desenamoró más. Y se le volvió una idea fija que él la retribuyera. Entonces lo acosó, lo persiguió, lo espió, le hizo la vida imposible, amenazó a las mujeres que amara, dificultó la carrera militar del muchacho. Adela no cejó jamás y el cuerpo primero y la mente después se lo cobraron. Terminó confinada. Pero el amor es fuerte y aguerrido, en una época en que la gente moría más bien joven, ella, a pesar de todos sus problemas de salud, llegó hasta los 80 largos. Truffaut se topó con la historia de Adela H mientras investigaba para una película anterior (El niño salvaje) y si bien le prometió el papel a Catherine Deneuve, terminó por dárselo a Isabelle Adjani, que andaba dando sus pininos en el cine. Lo que hizo en la película la catapultó a la fama internacional y la puso en el balcón de las grandes actrices cinematográficas. Truffaut dice que la película es muy triste, pero que tiene para su protagonista un final feliz. Cerca del final, Adela se cruza con Pinson y no lo reconoce. Para Truffaut es una superación. Difiero, Adela perdida en su obnubilación se ha alejado tanto de la realidad y del Pinson real que en su mundo de fantasía el tal Pinson ya es otro. Porque en el fondo Adela termina por tener razón, de tanto insistir, su amor es correspondido. Su obsesión termina por amarla, poseerla, elevarla. La hundió en los peores infiernos, pero Adela amó, no se ajó en un rincón sin deletrear la pasión.

 

Martes 21 de febrero de 2023


 


Día 21: An Affair to Remember (Algo para recordar, Leo McCarey, 1957)

Se hizo tres veces. Pero en contrario a lo que es dable esperar, ni la primera fue la inolvidable, ni la tercera la vencida. La segunda es la inevitable. Quizá porque el mismo director de la primera, la repitió años más tarde y corrigió o mejoró lo que sintió que le faltaba a la primera. Hablo del cuento de Mildred Cram llevado al cine, primero en 1939 como Love Story (Cita de amor, por estos pagos) protagonizado por Irene Dunne y Charles Boyer, dirigido por Leo McCarey, después en 1957 con el título de An Affair to remember (Algo para recordar, para el público local) con el protagónico de Deborah Kerr y Cary Grant, dirigido otra vez por McCarey y por último (por ahora) en 1994 de nuevo con el título de Love Affair (Secretos del corazón, en estos lares) con Annette Bening y Warren Beatty, más la inestimable presencia de Katharine Hepburn, dirigidos por Glenn Gordon Caron. Contar un cuento es atrapar la atención de alguien y mantenerla con recursos lícitos durante el desarrollo de lo que se narra hasta llegar a un final que se aconseja sorprendente. Si la experiencia es placentera, se le agradece al contador con beneplácito y si no lo es, se le sugiere esforzarse más la próxima vez o dedicarse a otra cosa. Este romance en particular tiene una trampa (muy lícita) que se revela satisfactoria en el final. Un hombre y una mujer se conocen en un crucero y se enamoran. Los dos tienen compromisos adquiridos de los que prometen desembarazarse para cuando se reencuentren dentro de un tiempo acotado en el techo del Empire State Building. Llega el momento de la cita y ella no acude. ¿Por qué? Pasa otro tiempo prudencial y se reencuentran. Ella explicitará a medias el motivo. Queda en él insistir, no dar por sentado lo visto y asegurar el final feliz para los dos. No sé si será porque Deborah Kerr y Cary Grant son estrellas fascinantes, porque la química entre ellos es poderosa, o porque está presente ese imponderable que hace que algo sea exitoso siempre me sorprendo, aunque sé cuál es la trampa. Mientras la veo, supongo que olvido a propósito ese detalle que me recompensará con el placer de lo que termina bien. O quizás es que nunca se deja de ser un chico al que le gusta que le cuenten siempre el mismo cuento. Por lo que sea, cada tanto, como una necesidad, un vicio, o una manía, la vuelvo a ver y sonrío donde hay que sonreír y me enojo donde corresponde. La magia del cine, diría un afiche cursi que no le falta a la verdad.

 

Miércoles 22 de febrero de 2023



Día 22: I girasoli (Los girasoles de Rusia, Vittorio de Sica, 1970)

Llevan añares sin verse. En este reencuentro por suerte el marido de ella trabaja en el turno noche y pueden hablar largo y tendido sin interrupciones ni excusas. Pero no va que hay un corte de luz. Se reconocen entonces entre penumbras. El hijo menor de Giovanna (Sophia Loren), un bebé, se despierta y lloriquea. Ella va a la cuna a ayudarlo a retomar el sueño. Antonio (Marcello Mastroianni) se acerca a conocerlo. Le sonríe y pregunta: ¿Cómo se llama? Antonio, contesta Giovanna. ¿Cómo yo?, inquiere Antonio. No, dice Giovanna, Antonio como San Antonio. Un diálogo bobo fuera de contexto. En contexto, uno de los más reveladores y conmovedores, no exento de humor. Giovanna y Antonio se casaron en los albores de la Segunda Guerra Mundial. Por ser un italiano saludable y fuerte, Antonio fue arrastrado a la guerra. Tras idas y vueltas, terminó en el frente ruso y ya no volvió a saberse más de él. Terminada la guerra, pasados unos pocos años, ella fue a Rusia a buscarlo. Mejor no fuera. Él se entera de que una mujer lo anduvo buscando y viaja a Italia para saber si era Giovanna. Se ven y el diálogo que refería antes tiene lugar. Hay innumerables comedias sobre regresos de personas que se creen perdidas y a las que ya no se las busca. La mujer o el marido que vuelven porque se perdieron por accidentes en lugares remotos de donde es difícil salir, o que no salieron por no saber quiénes eran por una oportuna amnesia, o porque se entretuvieron de más donde sea que fueron a parar. Aquí es la guerra la que separa a los amantes y cuando se reencuentran ya es tarde, como los girasoles miraron hacia el sol y siguieron adelante y construyeron una vida nueva. Por unanimidad se dice que el mismo material, la peripecia humana, alimenta la tragedia o la comedia, que el autor decide como contar su cuento y elige las herramientas pertinentes según su elección de tragedia o comedia. Dicho de otro modo, la tragedia y la comedia tratan los mismos temas, desde estilos diferentes. Una vez decidido nuestro destino, ¿podemos elegir vivirlo como tragedia, comedia, drama, musical, grotesco, revista, vodevil o absurdo? Cada cual tiene su respuesta.

 

Jueves 23 de febrero de 2023


 
Día 23: The Way We Were (Nuestros años felices, Sidney Pollack, 1973)

Son el puro ejemplo de la atracción de los opuestos. Él (Robert Redford) es un WASP rico, linajudo y se pretende apolítico. Ella (Barbra Streisand) es una narigona princesa judía marxista (no hay intención peyorativa, reproduzco como Streisand definió este personaje). A ella todo le cuesta mucho, a él todo le sale con la facilidad de los predestinados, lo que escribe es fluido y gusta mucho, pero ella le nota la pereza, el conformismo y la falta de ambición. Él es un individualista a ultranza, ella cree en la lucha con todos, para todos. Pero mientras existe la voluntad de amarse, lo que los separa, los une (nunca más válida la contradicción). Hasta que se cansan. El amor en el capitalismo se contagia. Si se pone más de lo que se saca, el negocio se hunde y hay que liquidarlo. Pero quien nos quita lo bailado (The way we were). Ojo, no es la política la que los separa, sino dos modos de vida contrapuestos, lo irreconciliable es que cada uno tiene una visión diferente de cómo vivir, de cómo ser, de qué esperar. El final los sorprende con parejas nuevas con las que quizás sean felices porque tienen más que ver con lo que ellos son. Aunque se siguen queriendo. En la última escena cuando ella con la mano enguantada le acomoda el jopo rebelde y él casi sonríe es un momento que se queda a vivir en nosotros. Nos dicen que si hay amor todo se soluciona. No, no es así, es una mentira, porque el amor es el mejor de los misterios.

 

Viernes 24 de febrero de 2023


 
Día 24: Boquitas pintadas (Leopoldo Torre Nilsson, 1974)

Boquitas pintadas (sobre novela de Manuel Puig)  transcurre en la Argentina de los años treinta y cuarenta y es un caleidoscopio de historias y personajes con Juan Carlos (Alfredo Alcón) un Don Juan de provincias como imán o centro gravitacional. Este galanazo se relaciona con Nené (Marta González) una muchacha humilde y crédula, con Mabel (Luisina Brando) tan inconstante, infiel y sexual como él, con la viuda Di Carlo (Cipe Lincovsky) una mujer vapuleada por las malas lenguas del pueblo por no respetar la viudez como es debido. Estas relaciones repercutirán en las de Celina (Isabel Pisano), la hermana solterona acérrima de Juan Carlos y en la pareja de La Rabadilla (Leonor Manso) y el Pancho (Raúl Lavié). Pero a la hora de la verdad final, el amor de Nené por Juan Carlos prevalecerá y justificará la vida de ambos. Nené en su lecho de muerte les pedirá a sus hijos que quemen las cartas y las fotos que hay en una caja de zapatos. Nené, al contrario de la Francesca de Los puentes de Madison, decide que su historia de amor muera con ella. Todos guardamos una historia no contada. Si pudiéramos elegir, ¿destruiríamos los vestigios o los dejaremos para que los descubran? Los viejitos de Suk Suk (Amor al ocaso en Netflix) cuando se ven venir el final, destruyen todos las evidencias incriminadoras, no quieren que se sepa que a pesar de casamientos e hijos, siempre pusieron el nombre de otro hombre en la almohada. Tanta precaución puede ser inútil. Abundan las paradojas. He ayudado a desarmar varias casas después de la muerte de un familiar, y los herederos tiran, sin ver, cartas, fotos en las que no están y otros recuerdos que pueden ser reveladores de alguna pasión oculta. Por el apuro o por no desatar entuertos que contradigan lo que saben o suponen saber de ese familiar directo, eligen tirar sin detenerse a observar. Y así algunos secretos permanecen tales para siempre. Hasta la llegada de la PC, existían las cartas, las fotos, las notas, las tarjetas, hoy nos comunicamos digitalmente. Cuando nos hayamos ido, ¿alguien hackeará nuestras contraseñas y leerá los emails guardados?, ¿abrirá los archivos doc, pdf, o en bloc de notas donde confesamos oscuridades, nos dicen que nos quieren o revelamos generosidades insospechadas?, ¿verán las fotos que guardamos y cómo las organizamos?, ¿espiarán el porno que se nos olvidó tirar?, o ¿borrarán todo sin fijarse siquiera? Si no nos toca un revisor curioso, es casi seguro de que nos den por sentado y nos olviden. Como corresponde.

Gustavo Monteros

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