jueves, 29 de agosto de 2019

Zona blanca

Zona blanca es una serie franco-belga creada por Mathieu Missoffe que combina al menos tres géneros (el noir, el western y el fantástico) y logra salirse con la suya sin pagar condena por el delito.



El título (en inglés se cuenta por el color contrario: Black spot) refiere a que en el pueblo con bosque (o más bien bosque que quiere sacarse de encima al pueblo) donde transcurre la acción, los artefactos modernos que requieren de satélite (teléfonos, televisores, computadoras, etc.) andan cuando quieren, o sea casi nunca, y menos cuando se los necesita.



El pueblito, como todo pueblo de policiales, condensa una alta tasa de asesinatos. Aquí es tan decididamente alta que envían a un fiscal,  Franck Siriani(Laurent Capelluto) a averiguar por qué. Le responderá (o más bien, no) la fuerza policial local integrada por la comisario Laurène Weiss (Suliane Brahim), dos sargentos, Martial Ferrandis (Hubert Delattre) apodado Osito (Nounours), y Louis Hermann (Renaud Rutten), un veterano viudo que no se saca el chaleco de pescador ni para bañarse. Y una aspirante a policía, Camille Laugier (Tiphaine Daviot), siempre azorada y eternamente repasando las preguntas que debe responder para poder acceder a la fuerza. (El motivo para el azoramiento se develará en una inesperada vuelta de tuerca) Y aunque técnicamente no pertenece a la fuerza, como debe haber un forense, la doctora del lugar, Leila Barami (Naidra Ayadi).



Uno de los secretos a voces de un buen policial son los personajes. Aquí todos tienen matices como para avergonzar a un cuadro de Turner. La comisaria parece enjuta, esmirriada, frágil, pero es más dura que piedra de meteorito. Hermann se define más por lo que ha perdido, que por lo que le queda. Es un conmovedor vacío caminando. La doctora no solo quiere tangos como la de del cine argentino, sino que disfruta del sexo como otros del chocolate. Pero mi favorito es Osito, un hombrote, tierno y romántico, que acaricia siempre un conejito de indias y que arrastra su sexualidad como una maldición, al grandote le gustan los hombres, pero ya no tanto solo por el sexo, ahora quiere enamorarse.



Como en la vieja y querida El fugitivo, cada episodio trata un caso que se resuelve, pero hay una macroestructura que sigue de capítulo en capítulo, el misterio de lo que le pasó a Laurène en su adolescencia en un ritual de iniciación en el bosque. La presencia ominosa que apenas se percibe ¿es un hombre o una figura sobrenatural?



Con lo que acabamos de mencionar se cubre lo de lo policial y lo fantástico, queda lo del western que es tanto temático como referencial. Respecto de lo último tenemos una banda sonora que coquetea aquí y allá con el country, el bar en un extremo del pueblo, al que todos acuden con religiosidad alcohólica es un saloon, hecho y derecho, comandado por una rubia veterana, Sabine Hennequin (Brigitte Sy) con más autoridad ética que una comisión médica para tal fin. Si bien hay un poblado con calle principal y vecindario, los que nos importan viven separados unos de otros por leguas de distancia, como en el western en el que el “vecino” vive prácticamente en otro pueblo. Y respecto de lo temático, el western se enseñorea en que la ley depende más del sentido moral de los policías que de su cumplimiento a pie juntillas. No es que hagan justicia por mano propia, pero hay una zona gris de “mejor lavamos la ropa sucia dentro de casa en vez de ventilarla en reportes y juzgados”. Y si bien la presencia de la figura con cuernos (¿un druida mítico?) se cierne ominosa sobre el misterio definitivo del pueblo, en el plano terrenal hay un villano de western, el dueño de la cantera y de medio pueblo  si nos descuidamos Gerald Steiner (Olivier Bonjour), padre del alcalde Bertrand Steiner (Samuel Jouy) que supo ser interés romántico de Laurène.



El cine y sus aledaños, la narración audiovisual en su conjunto, bah, es de todo menos inocente. Ya está todo hecho y cualquier cosa que hagamos llevará una cita, un rastro de cosas realizadas anteriormente. Lo queramos o no, seamos conscientes o no, siempre estamos citando rasgos o sombras de obras anteriores. A lo que voy es que ¿esto de mezclar noir y western no tiene algo de los Coen, en especial, los de Simplemente sangre? Y esto de un pueblo con peculiaridades ¿no es un poco Twin Peaks? Y sí… Y así podemos jugar con enfrentar espejos hasta armar un laberinto. ¿Para qué? Bástenos decir que las citas no casuales no son gratuitas y emanan del argumento.



En resumen, una serie que se perfila excelente y que le pide a las maestras del grupo, como The wire, Los Soprano, Breaking bad, Six feet under y demás, córranse, hagan lugar que aquí vengo yo. Sí, así de lograda es.


Las dos temporadas de Zona blanca pueden verse en Netflix


Gustavo Monteros

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