Zona
blanca es una serie franco-belga creada por Mathieu
Missoffe que combina al menos tres géneros (el noir, el western y el
fantástico) y logra salirse con la suya sin pagar condena por el delito.
El título (en inglés se cuenta por el color
contrario: Black spot) refiere a que
en el pueblo con bosque (o más bien bosque que quiere sacarse de encima al
pueblo) donde transcurre la acción, los artefactos modernos que requieren de
satélite (teléfonos, televisores, computadoras, etc.) andan cuando quieren, o
sea casi nunca, y menos cuando se los necesita.
El pueblito, como todo pueblo de policiales,
condensa una alta tasa de asesinatos. Aquí es tan decididamente alta que envían
a un fiscal, Franck Siriani(Laurent
Capelluto) a averiguar por qué. Le responderá (o más bien, no) la fuerza
policial local integrada por la comisario Laurène Weiss (Suliane Brahim), dos
sargentos, Martial Ferrandis (Hubert Delattre) apodado Osito (Nounours), y Louis
Hermann (Renaud Rutten), un veterano viudo que no se saca el chaleco de
pescador ni para bañarse. Y una aspirante a policía, Camille Laugier (Tiphaine
Daviot), siempre azorada y eternamente repasando las preguntas que debe
responder para poder acceder a la fuerza. (El motivo para el azoramiento se
develará en una inesperada vuelta de tuerca) Y aunque técnicamente no pertenece
a la fuerza, como debe haber un forense, la doctora del lugar, Leila Barami
(Naidra Ayadi).
Uno de los secretos a voces de un buen
policial son los personajes. Aquí todos tienen matices como para avergonzar a
un cuadro de Turner. La comisaria parece enjuta, esmirriada, frágil, pero es
más dura que piedra de meteorito. Hermann se define más por lo que ha perdido,
que por lo que le queda. Es un conmovedor vacío caminando. La doctora no solo
quiere tangos como la de del cine argentino, sino que disfruta del sexo como
otros del chocolate. Pero mi favorito es Osito, un hombrote, tierno y
romántico, que acaricia siempre un conejito de indias y que arrastra su
sexualidad como una maldición, al grandote le gustan los hombres, pero ya no
tanto solo por el sexo, ahora quiere enamorarse.
Como en la vieja y querida El fugitivo, cada episodio trata un caso
que se resuelve, pero hay una macroestructura que sigue de capítulo en
capítulo, el misterio de lo que le pasó a Laurène en su adolescencia en un
ritual de iniciación en el bosque. La presencia ominosa que apenas se percibe
¿es un hombre o una figura sobrenatural?
Con lo que acabamos de mencionar se cubre lo
de lo policial y lo fantástico, queda lo del western que es tanto temático como
referencial. Respecto de lo último tenemos una banda sonora que coquetea aquí y
allá con el country, el bar en un extremo del pueblo, al que todos acuden con
religiosidad alcohólica es un saloon, hecho y derecho, comandado por una rubia
veterana, Sabine Hennequin (Brigitte Sy) con más autoridad ética que una
comisión médica para tal fin. Si bien hay un poblado con calle principal y
vecindario, los que nos importan viven separados unos de otros por leguas de
distancia, como en el western en el que el “vecino” vive prácticamente en otro
pueblo. Y respecto de lo temático, el western se enseñorea en que la ley
depende más del sentido moral de los policías que de su cumplimiento a pie
juntillas. No es que hagan justicia por mano propia, pero hay una zona gris de “mejor
lavamos la ropa sucia dentro de casa en vez de ventilarla en reportes y
juzgados”. Y si bien la presencia de la figura con cuernos (¿un druida mítico?)
se cierne ominosa sobre el misterio definitivo del pueblo, en el plano terrenal
hay un villano de western, el dueño de la cantera y de medio pueblo si nos descuidamos Gerald Steiner (Olivier
Bonjour), padre del alcalde Bertrand Steiner (Samuel Jouy) que supo ser interés
romántico de Laurène.
El cine y sus aledaños, la narración
audiovisual en su conjunto, bah, es de todo menos inocente. Ya está todo hecho
y cualquier cosa que hagamos llevará una cita, un rastro de cosas realizadas
anteriormente. Lo queramos o no, seamos conscientes o no, siempre estamos
citando rasgos o sombras de obras anteriores. A lo que voy es que ¿esto de
mezclar noir y western no tiene algo de los Coen, en especial, los de Simplemente sangre? Y esto de un pueblo
con peculiaridades ¿no es un poco Twin
Peaks? Y sí… Y así podemos jugar con enfrentar espejos hasta armar un
laberinto. ¿Para qué? Bástenos decir que las citas no casuales no son gratuitas
y emanan del argumento.
En resumen, una serie que se perfila
excelente y que le pide a las maestras del grupo, como The wire, Los Soprano, Breaking bad, Six feet under y demás,
córranse, hagan lugar que aquí vengo yo. Sí, así de lograda es.
Las dos temporadas de Zona blanca pueden verse en Netflix
Gustavo Monteros
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