Primero fue una
novela de Giancarlo de Cataldo y Carlo Bonini. Después una película de 2015 que
dirigió Stefano Sollima. Y ahora una serie, la primera hecha en Italia para
Netflix.
Las tres se centran
en tres núcleos narrativos, los trapicheos de la distribución de drogas por la
mafia a secas, las prebendas políticas en los entretelones por el poder, la
explotación por parte de la iglesia de sus viejos privilegios.
La película, que
también puede verse en Netflix, busca escandalizar y exacerbar prejuicios,
acentúa por ejemplo las orgías sexuales con participación de obispos y
políticos.
La serie, mi
favorita, en cambio, busca más la complicidad del espectador e interpela
moralmente acercando los hechos delictivos a experiencias que los no
delincuentes podemos llegar a tener.
Ojo, la serie
pretende ser una precuela a la película, en la que importantes personajes
hallan su destino final. Digo pretende porque en la segunda temporada, la
historia adquiere independencia y no sé si todos los personajes llegarán a como
se los presenta en la película. Este apartamiento de la película más que
lamentarse, se agradece.
En la primera
temporada, vemos a tres jóvenes protagonistas enfrentar sus entornos
familiares, que intenta moldearlos, determinarlos, condicionarlos (como todo
entorno familiar, la verdad sea dicha). Claro, ellos tienen sus propias ideas y
apetencias, y más temprano que tarde comprenderán que no se puede vivir la vida
de los otros.
Ellos son: Aureliano
Adami (Alessandro Borghi) un mafioso en ciernes que debe lidiar con el legado
de su padre y la influencia de su hermana. Alberto “Spadino” Anacleti (Giacomo
Ferrara) un gitano con elecciones que se apartan de las tradiciones de su
tribu. Y Gabriele Marchilli (Eduardo Valdarnini) un joven hijo de policía que
está dispuesto a contentar a su papá hasta ahí.
Por el lado de la
mafia a secas, tenemos a Samurái (Francesco Acquaroli) que lucha con llevar a
cabo una asociación con la mafia napolitana, trámite que no viene muy fácil que
digamos. Por el lado de la política, todo gira alrededor de Amadeo Cinaglia
(Filippo Nigro), un señor que dejará las buenas intenciones por un ansia de
poder. Y por el lado de la iglesia, más que a los varios arzobispos, la trama
elige ir por el lado de la lobista Sara Monaschi (Claudia Gerini). Estos son
los personajes principales, su séquito de secundarios son igual e incluso más
apasionantes.
Y no precisamente
como invitada, sino como eje central, tenemos a la ciudad de Roma, por cuyo
dominio definitivo todos pelean, y que está tan bella como el primer día.
Las dos temporadas de
Suburra (18 bellos y apasionantes
episodios hasta la fecha, producidos en el 17 la primera y en 18 la segunda)
más la película de 2015 pueden verse en Netflix.
Si, como yo, aman el
policial y aledaños, tienen con Suburra
una cita imperdible.
Gustavo Monteros
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