Respecto de los reyes
en general y los de Inglaterra en particular, era un ácrata irredento, en mi
imaginación andaba tirándoles bombas a sus carruajes, sus autos, sus carrozas. Mi
etapa anarquista terminó cuando me choqué con Peter Morton , primero con La reina (2006) y después con The Crown (2016) y aprendí que Isabel II
era algo más que una señora insulsa con cara de nada y peinados ridículos con
sombreros inadjetivables más vestidos chingados
y sin gracia.
No, para nada. Es que
yo había caído con anterioridad en un pecado muy moderno y muy de moda: la
despersonalización, la objetivación de las personas. Eso que nos lleva a
olvidar que detrás de cualquier figura pública, hay un ser humano. Feo, lindo,
pero humano. Y que no se trata de insultar, de odiar, de despreciar, que es lo
que viene cuando se le quitó a la persona pública todo rasgo humano.
Peter Morgan me
enseño que puede que Isabel no sea el alma de la fiesta, la más bonita del
grupo, la más brillante del salón, la más elegante del evento o la más grácil
del baile, aunque sin embargo tenga un humor tosco pero efectivo, un sentido
común que raya en lo supremo y una entereza envidiable para cumplir con el rol
que el destino le dio. No ser la más ocurrente no la hace la menos atractiva. Esta
mujer pasó por cosas con las que muchos solo sueñan. Está bien, está bien, está
más cerca de la mercera de la esquina que de Simone de Beauvoir, pero nadie le
quita lo bailado.
Ojo, no poco tienen
que ver para que le desarrollara una empatía, las dos actrices que la
interpretaron en los trabajos de Morgan mencionados: Helen Mirren (La reina) y Claire Foy (The Crown). Ya era un espectador fiel y
agradecido de Mirren, ahora soy también un incondicional devoto de Foy, y si
bien quiero y respeto a Olivia Coleman que la reemplazará en The Crown, no me resigno a que ya no la
veré como Isabel.
A royal night out / Un escape
real (Julian Jarrold, 2015) es casi un desprendimiento de The Crown. Estamos en el Día de la
Victoria, en 1945. Toda Inglaterra festeja el fin de la guerra. En Londres, a
las princesas Elizabeth (o Isabel, para los íntimos) y Margaret (Margarita para
los ídem) se les permite asistir a unas galas sin el aparato oficial habitual
de escoltas y damas de compañía, un par de oficiales oficiarán de chaperones. No
se necesita mucha suspicacia para deducir que deambularán por su cuenta y que
vivirán sino aventuras, peripecias muy iluminadoras. Las de Margaret tendrán
que ver con fiestas y tugurios y la de Isabel (o Elizabeth) con algo cercano al
romance.
Y eso fue lo que ganó
de esta película ¿Quién no ha sentido alguna vez al convivir momentos con otra
persona el hormigueo de suponer que de no ser quienes fuéramos y tener los
compromisos que nos atan, viviríamos la más deslumbrante historia de amor con
este alguien?
Sarah Gadon es
Elizabeth, Bel Powley es Margaret, las dos son la esencia de la delicia. Emily
Watson es la Reina consorte y Rupert Everett es el Rey, los dos son la
quintaesencia de la maravilla. Pero es el ascendente Jack Reynor como Jack
Hodges, el imprevisto acompañante de Elizabeth (o Isabel para los íntimos) el
que se roba los laureles y las miradas. Está perfecto como ese soldadito cansado,
irritado y a la vez fascinado por esta compañía regia que le cae del cielo.
Ultra deliciosa,
imperdible.
A Royal Night Out / Un escape
real puede verse en Netflix. Véanla pronto, hace mucho que está y por ahí
la sacan.
Gustavo Monteros
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