Si todos los caminos conducen a Roma, la semana pasada
me crucé con un par de detalles que, con
exageración, podrían llevarme a decir: todos los caminos conducen a Testigo de cargo. Por un lado, el
domingo vería por segunda vez, aprovechando que se presentarían en el Coliseo
Podestá, el hermoso musical de Fernando Albinarrate, Ni con perros ni con chicos, protagonizado por Omar Calicchio y
Laura Oliva, que cuenta la historia de amor de Charles Laughton y Elsa
Lanchester y que incluye un momento en que juegan a improvisar la primera
escena de Testigo de cargo. Y por
otro, leí por ahí que Ben Affleck protagonizará y dirigirá la remake de esta
joya de Billy Wilder. De modo que
reverla era casi un mandato cósmico.
Testigo de cargo es, con dignidad y orgullo, una película de género.
Es un ejemplo perfecto del courtroom melodrama, es decir un melodrama judicial
con jurado, defensor, fiscal y juez, y puesto que transcurre en Inglaterra, los
tres últimos llevan blanca y empolvada peluca ruluda, más negra y larga toga.
Se basa en una astuta obra de teatro de Agatha Christie, que como todo lo que
salió de su imaginación plantea un rompecabezas que se arma y desarma a la
perfección. Y por si las virtudes del material original fueran pocas, el sabio director
y maestro entre maestros, Billy Wilder, y el experimentado guionista Harry
Kurnitz procedieron a enriquecerlo aun más para su versión cinematográfica.
El prestigioso abogado, Sir Wilfrid Roberts (Charles
Laughton) se repone de un infarto. Lo deshospitalizaron, pero todavía no le
dieron el alta, motivo por el cual está al cuidado de la severa enfermera, Miss
Plimsoll (Elsa Lanchester). Brogan-Moore (John Williams) su socio lo consulta
sobre un caso que le ha tocado en suerte. A Leonard Vole (Tyrone Power) lo
acusan de asesinar a una viuda rica, Emily French (Norma Varden) por dinero. Si
no demuestra su inocencia, será ejecutado. Sir Wilfrid, a pesar de su
convalecencia, tomará el caso. La esposa de Vole, Christine (Marlene Dietrich)
será quien justifique el título de la película.
Como en todo buen courtroom-melodrama, las sorpresas,
las revelaciones y los giros abruptos motorizarán la trama con sus idas y
vueltas.
Lo primero que apreciamos (y que extrañamos en el cine
contemporáneo) es la importancia que cobran y el color que aportan los
personajes secundarios. Durante su apogeo, los grandes estudios contaban con un
ejército de actores “característicos” que con sus peculiaridades contribuían a
garantizar la empatía, pathos o simpatía para sus personajes y para los
principales con los que se relacionaban. A veces sellaban el éxito de un
proyecto mejor que los rutilantes astros y estrellas. Podían ser mucamas,
mayordomos, socios, compañeros de trabajo, jefes de los protagonistas, pero
nunca pasaban desapercibidos. Tal era su relevancia que los guionistas se veían
obligados a escribir líneas punzantes o concebir situaciones jugosas para
explotar sus talentos. Aquí, quien se lleva las ovaciones es Una O’Connor, la
sorda mucama de la pobre Sra French. Hoy en día, los secundarios quedan librados
a su suerte, de vez en cuando se contrata actores de personalidad definida para
que aporten su presencia, aunque nadie se preocupa demasiado para garantizarles
buenas líneas o situaciones interesantes.
Como ya dije, Billy Wilder era un maestro entre
maestros y sabía como pocos dónde y cómo poner la cámara. Ante todo era
consciente del género al que pertenecía la película en la que trabajaba y
obraba en consecuencia. El courtroom melodrama lo que expone es que la justicia
es maleable y que la verdad en un juicio no importa, importan más las
apariencias, lo que puede pasar por cierto, los códigos de la verosimilitud, la
lógica del espectáculo en realidad (que con buen cinismo el abogado del musical
Chicago, Billy Flynn, expresa en su
canción: A la gilada dale circo, dale un lindo show). Es casi un tropo en estas
películas mostrar la estatua de la justicia cuando comienzan los procesos
judiciales. Billy Wilder cumple con la tradición, pero su estatua está siendo
limpiada por un obrero… humanización o desacralización de la diosa si las hay,
con esa sola imagen nos dice qué opina de lo que vendrá, una teatralización que
hará inclinar la balanza para un lado u otro, según la artificialidad más
eficiente.
Ninguna película por buena que sea (y esta vive en la
excelencia) sobrevive sin el arte de sus actores. Aquí aunque el cuarteto
principal brilla, es Marlene Dietrich la que lo hace con excelsitud, brinda una
de sus actuaciones más recordadas. Con toda justicia, el veredicto es unánime:
maravillosa.
Testigo de cargo o Witness for
the prosecution puede verse en Netflix.
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