jueves, 18 de febrero de 2016

La verdad oculta



Durante los primeros diez minutos de La verdad oculta (Concussion, para los íntimos) uno tiene la sensación de estar ante un relato de las Vidas de Santos, y como no lo conocemos de antemano, el personaje de Will Smith, el doctor Bennet Omalu, nos parece recién subido a los altares y listo para la veneración y las solicitudes. Tan fuerte era la sensación que comencé a suponer cuál sería su especialidad para saber qué gracia o milagro pedirle. Por el magro resumen del argumento que había leído supuse que podía pedirle que una vez en el Paraíso, no se vieran en la obligación de hacerle una autopsia a mi cuerpo o que las enfermedades cerebrales me evadan con la rigurosidad con que algunos gobiernos avasallan los derechos adquiridos. Para no confundir, comencemos por el principio.


El Dr. Bennet Omalu es un patólogo forense (tiene unos cuantos títulos más, pero resumamos para no apabullar) nacido y criado en Nigeria y nacionalizado estadounidense. Tan nacionalizado está que no tiene nada que envidiarles a los agitadores de banderas y oidores de himnos patrióticos, nacidos y criados en los Estados que se dicen Unidos. Será un inmigrante, pero de tan adherente al país que lo cobija, ya es un fanático como el que más. Un día no va y le toca hacerle la autopsia a un ex jugador de futbol americano, querido y respetado, por los hinchas propios y hasta por los contrarios, Mike Webster (un deteriorado, por exigencias del papel, quiero creer, David Morse). El Dr. Omalu sospecha algo y manda a hacer más análisis, que paga de su bolsillo, con la anuencia de su jefe, el Dr. Cyril Wecht (Albert Brooks, en tren de nadie tiene más sentido común que yo). Dichos análisis y otros que les hacen después a otros casos de ex jugadores que pasan también por su camilla forense, lo llevan a descubrir el CTE (chronic traumatic encephalopathy o sea el traumatismo craneoencefálico crónico) que afecta a los jugadores de fútbol americano de tanto topetarse con las cabezas, falsamente protegidas por los cascos. Por supuesto eso desatará las furias de la NFL (National Football League o sea la Liga Nacional de Fútbol Americano) que hará lo posible y hasta lo imposible por desacreditarlo. Es la parte David versus Goliat de la película. También habrá un interludio romántico a cargo de la bella Gugu Mbatha-Raw, que intensificará la santidad de Omalu/Smith. Y otro interludio, no romántico, claro, sino dialéctico con un médico arrepentido a cargo del siempre eficiente Alec Baldwin.


La película de tan previsible y obvia, se vuelve verificable paso a paso. Su mérito mayor es el propio Will Smith. El hombre es una auténtica estrella cinematográfica. Es arrollador, magnético y la cámara siempre lo potencia. Aquí entrega una actuación destacable, al margen del acento y la prosodia nigeriana con que machaca cada línea, y en estos Óscars “blanquitos” se merecía una nominación (al igual que Idris Elba por Beasts of no nation).


En resumen, solo para fanáticos de Will Smith en delirio de abstinencia. Ah, me olvidaba: se basa en hechos y personajes reales ¡también! Dirigió Peter Landesman.

Gustavo Monteros

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