Durante los primeros diez
minutos de La verdad oculta (Concussion, para los íntimos) uno tiene
la sensación de estar ante un relato de las Vidas de Santos, y como no lo
conocemos de antemano, el personaje de Will Smith, el doctor Bennet Omalu, nos parece
recién subido a los altares y listo para la veneración y las solicitudes. Tan
fuerte era la sensación que comencé a suponer cuál sería su especialidad para
saber qué gracia o milagro pedirle. Por el magro resumen del argumento que
había leído supuse que podía pedirle que una vez en el Paraíso, no se vieran en
la obligación de hacerle una autopsia a mi cuerpo o que las enfermedades
cerebrales me evadan con la rigurosidad con que algunos gobiernos avasallan los
derechos adquiridos. Para no confundir, comencemos por el principio.
El Dr. Bennet Omalu es un
patólogo forense (tiene unos cuantos títulos más, pero resumamos para no
apabullar) nacido y criado en Nigeria y nacionalizado estadounidense. Tan
nacionalizado está que no tiene nada que envidiarles a los agitadores de
banderas y oidores de himnos patrióticos, nacidos y criados en los Estados que
se dicen Unidos. Será un inmigrante, pero de tan adherente al país que lo
cobija, ya es un fanático como el que más. Un día no va y le toca hacerle la
autopsia a un ex jugador de futbol americano, querido y respetado, por los
hinchas propios y hasta por los contrarios, Mike Webster (un deteriorado, por
exigencias del papel, quiero creer, David Morse). El Dr. Omalu sospecha algo y
manda a hacer más análisis, que paga de su bolsillo, con la anuencia de su
jefe, el Dr. Cyril Wecht (Albert Brooks, en tren de nadie tiene más sentido
común que yo). Dichos análisis y otros que les hacen después a otros casos de
ex jugadores que pasan también por su camilla forense, lo llevan a descubrir el
CTE (chronic traumatic encephalopathy o sea el traumatismo craneoencefálico
crónico) que afecta a los jugadores de fútbol americano de tanto topetarse con
las cabezas, falsamente protegidas por los cascos. Por supuesto eso desatará
las furias de la NFL (National Football League o sea la Liga Nacional de Fútbol
Americano) que hará lo posible y hasta lo imposible por desacreditarlo. Es la
parte David versus Goliat de la película. También habrá un interludio romántico
a cargo de la bella Gugu Mbatha-Raw, que intensificará la santidad de
Omalu/Smith. Y otro interludio, no romántico, claro, sino dialéctico con un
médico arrepentido a cargo del siempre eficiente Alec Baldwin.
La película de tan
previsible y obvia, se vuelve verificable paso a paso. Su mérito mayor es el
propio Will Smith. El hombre es una auténtica estrella cinematográfica. Es
arrollador, magnético y la cámara siempre lo potencia. Aquí entrega una
actuación destacable, al margen del acento y la prosodia nigeriana con que
machaca cada línea, y en estos Óscars “blanquitos” se merecía una nominación
(al igual que Idris Elba por Beasts of no nation).
En resumen, solo para fanáticos
de Will Smith en delirio de abstinencia. Ah, me olvidaba: se basa en hechos y
personajes reales ¡también! Dirigió Peter Landesman.
Gustavo Monteros
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