Hay películas con cuyo tema
es imposible no estar de acuerdo, pero que uno preferiría verlas resueltas en
otro género, con otro registro, con un punto de vista diametralmente opuesto al
que ofrecen. The big short o La gran apuesta de Adam McKay (El reportero-La Leyenda de Ron Burgundy,
2004, Ricky Bobby, 2006, Hermanastros, 2008, Policías de repuesto, 2010, Al
diablo con las noticias, 2013), al menos para mí, es un buen ejemplo de ese
tipo de películas. Tal como está, es una comedia amarga sobre la explosión de
la burbuja inmobiliaria en 2008 en los EE UU y su consiguiente crisis económica
de repercusión internacional. Tiene sus momentos insidiosos, aunque sin duda
uno hubiera preferido que fuera una desembozada sátira mordaz.
Se centra en algunos
individuos que la vieron venir y apostaron a favor de su eclosión. Ellos son:
Michael Bury (Christian Bale), un genio de las finanzas con peculiares e
irresolubles problemas de sociabilización; Mark Baum (Steve Carell) un
estadounidense crédulo con una esposa comprensiva (Marisa Tomei) que arrastra
el suicidio del hermano y que por ser un as de las inversiones cuenta con un
séquito de talentosos asistentes (Rafe Spall, Hamish Linklater y Jeremy
Strong); un subgerente de un banco, Jared Vennett (Ryan Gosling) con ínfulas de
tiburón de los negocios que no se conforma con su puesto menor, secundado por
un asistente incondicional que hace las veces de puching ball en un juego de
comedia clásico pero siempre efectivo (Jeffry Griffin); dos emprendedores
inversionistas, Charlie Geller (John Magaro) y Jamie Shipley (Finn Wittrock)
con una oficina en un garaje que aspiran a sentarse a la mesa de “los grandes” y
que son ayudados por un importante bróker retirado, Ben Rickert (Brad Pitt) al
que conocieron paseado al perro.
Con un tema central tan
técnico, el film necesita aquí y allá definiciones, aclaraciones o
especificaciones, las suple de una manera clara y didáctica. Para ello recurre
a chicas lindas y celebridades de todo tipo y color que le hablan a la cámara,
como en un “aparte” al público de una comedia teatral clásica. Dichas
intervenciones son siempre gratas y muy bienvenidas.
Por supuesto, la película se
propone desnudar las bambalinas y entretelones de las actividades financieras,
que como se sabe, no tienen escrúpulo alguno, desconocen toda moralidad y en su
codicia no respetan ninguna regla: la voracidad justifica cualquier accionar. Y
desde este costado del mundo, en el que duramente aprendimos de qué y cómo va
la cosa, es un tanto increíble ver a individuos que trabajan desde siempre en
esa actividad y que desconocen la profunda inmoralidad del asunto. Cuesta creer
que en un mar de tiburones, haya pececitos que nadan en esas peligrosas aguas
como si estuvieran en una cuidada pecera.
Los “descubrimientos”
que hace el personaje de Steve Carell,
si bien están justificados en la trama, nos suenan a nosotros, eternas víctimas
del sistema, muy crédulos. Después de años de trabajar en un prostíbulo, nadie
descubre de repente una mañana que no es… un convento. Otro tanto pasa con el
personaje de Christian Bale, su “ingenuidad” huele a impostada y subraya
demasiado su esforzada (muy esforzada) caracterización. Los personajes de John
Magaro y Finn Wittrock tienen al menos la excusa de ser jóvenes y novatos. Y
todos, cuando las calificadoras de riesgo no cumplen con lo que prometen… sino
con los que más les pagan, evidencian que desconocen el comportamiento mafiosos
de esas agencias ante las deudas externas de cualquier país del mundo. Parece
que nunca se cruzaron con un documental de la BBC sobre el tema o que en sus
universidades no se estudia la historia de las crisis económicas del siglo XX,
sus antecedentes, postrimerías y la participación de los distintos agentes.
Bah, los yanquis nunca se hacen cargo de su pasado (a veces ni de su presente)
y siempre son los tiernos pollitos recién salidos del cascarón que se “enteran”
tarde de que el mundo es cruel o despiadado. ¡Muchachos…!
Esta desmemoria es clave y
está denunciada en el final… cíclico. No han aprendido nada o el sistema
sobrevive a todo. No es de extrañar, las verdaderas víctimas están en otro lado
y pueden ser invisibilizadas, el eterno factor de ajuste, el daño colateral
inevitable.
Ojo, a pesar de los reparos,
la película tiene sus logros, el interés no decae, las actuaciones de este
auténtico seleccionado de astros consagrados y de actores nuevos que pueden
llegar a serlo son destacadas, asimismo hay hallazgos de dirección, pero este
material, en manos, digamos de un Robert Altam, en vena M.A.S.H (1970)
o Las reglas de juego (1992), hubiera
elevado este material a la categoría de obra insoslayable.
Gustavo Monteros
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