Nira
(Sarit Larry) es una maestra de jardín de infantes, bien casada, madre de nido
vacío, poeta en ciernes, que un día se topa con el misterio: un chico de cinco
años, Yoav (Avi Shnaidman) puede concebir hermosos poemas. Claro, el niño es
niño y no tiene la experiencia ni el conocimiento y menos que menos la
sabiduría para que de su boca surjan esos conceptos tan elusivos como
evocadores. Este misterio provocará en Nira emociones, reacciones, obsesiones
inéditas, imprevistas.
Nadav
Lapid como ya lo demostrara en la deslumbrante Ha-shooter (Policeman o Policía en Israel, 2011, que exhibe un paralelismo
entre un grupo extremista de izquierda y una fuerza policial antiterrorista que
convergen finalmente en una situación con rehenes) tiene una manera única de
seducirnos, de meternos en lo que narra. La clave de su poder quizá resida en
su imprevisibilidad. Nunca sabemos qué hará a continuación, de qué manera lo
presentará, es imposible prever su próximo paso y en el pobre cine
contemporáneo estamos tan acostumbrados a adelantarnos, a comprobar que
acertamos en nuestra predicción, que esta imprevisibilidad nos atenaza con
fuerza a sus imágenes.
Cuando
la historia de esta maestra se despliega por completo, uno se siente tentado de
hallarle resonancias psicológicas, sociológicas o políticas, se puede, claro,
pero es mucho mejor, creo, dejar el misterio en misterio, que sea inescrutable
lo hace más rico.
Si
se piensa que a veces el cine debe ser más que mero entretenimiento, si se
tiene la voluntad de apreciar el cine de autor, esta película es
imprescindible. Es una de las mejores que veremos este año. Sin duda.
Gustavo
Monteros
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