Héctor y el secreto de la felicidad es de esas películas que uno comienza y termina de
ver con una sonrisa. Sonrisa constante que nos obliga a masajearnos las
comisuras a la salida.
Arranca
como un cuento de hadas para adultos: “Había una vez un joven psiquiatra que…”
Y sí, Héctor (Simon Pegg) cree tener la vida ordenada y compartimentada.
Ilusión incentivada por su novia (Rosamund Pike). Pero no hay fachada que dure
100 años y un buen día comienza a resquebrajarse. Entonces Héctor se pregunta
qué corno es la felicidad. Responderse lo obliga a emprender un viaje con
escalas en China, India, África y Norteamérica.
Como
toda película de viajes es fragmentaria, con historias que varían de registro e
intensidad. Y como se trata de un viaje espiritual aparecerán tanto respuestas
filosóficas serias como otras de libro de autoayuda. Como sea, la pregunta es
válida y una de las más interesantes para resolver.
Simon
Pegg no solo es un cómico excepcional sino también un actor (así, a secas)
excelente. Si no lo conocen o no lo tienen del todo, esta es una oportunidad
óptima de familiarizarse con él. Rosamund Pike, que pasó al Olimpo de las Grandes
de Verdad con su inolvidable actuación en Perdida,
ratifica su exquisito talento. Y ¿para qué mentirse?, ninguna película con Toni
Colette y Christopher Plummer puede ser mala del todo. Ella eleva el interés de
lo que fuera en que esté, aunque más no sea por la gloria de verla. Él, de tan
magnífico, ya es un prócer. Y por si fuera poco, está también… Jean Reno y ¡Stellan
Skarsgård!
Dirigió
Peter Chelsom y se basa en una novela de François Lelord (Le voyage d'Hector ou la recherche de bonheur).
En
resumen, un viaje reconfortante, sin fatigas, inconvenientes, esperas o jet
lags.
Gustavo Monteros
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