Sí, Leviatán es la película rusa nominada
para el Óscar que compitió con nuestros Relatos
salvajes. Sí, es también la película que enojó al oficialismo ruso porque
presenta una visión negativa de la realidad contemporánea. La Madre Rusia,
oficial u opositora, no debería perturbarse, porque si bien se circunscribe al país
de las estepas, presenta una visión negativa de la humanidad. Sí, tiene el
mensaje más desolador sobre el ser humano en años. Algo así, como que el
demonio marítimo del título nunca se ha ido, vuelve una y otra vez, para
ratificar que el hombre fue, es y será una mierda.
Poco
es lo que puede contarse de su argumento para no arruinar sorpresas. Bástenos
decir que un hombre viudo, con un hijo y una nueva mujer a cargo, lucha para
que no expropien la casa y el terreno donde viven porque el intendente (ningún
trigo limpio) quiere erigir ahí un centro comercial. La batalla parece estar
perdida, sin embargo…
Leviatán de
Andrey Zvyagintsev (El regreso, 2003,
Elena, 2011) es una gran película,
pero no impecable. Su grandiosa puesta en escena cae más de una vez en solemnidades
y arrogancias, está demasiado consciente de su importancia, o más bien de la
importancia que se atribuye. Algunos conflictos están desmadrados, la reacción
del hijo ante el sexo es muy Libertad Lamarque para resultar plausible. Mi
visión es discutible, por supuesto, puedo no tener razón, pero el planteo es más
que atendible. Hay unos cuantos letargos parsimoniosos que no aburren en lo más
mínimo, pero que suman y suman y suman minutos al metraje. Sí, al menos a mí,
una vez terminada la película, armado el rompecabezas, completada la historia
me pareció que hubiera podido contarse en menos tiempo. Claro, para ello el
director tendría que haber pensado en mí, en cuanto espectador, y no tanto en
celebrarse como gran “autor”.
Respeta,
claro, la tradición rusa de la interpretación, podrían darse clases de
actuación ejemplificando con el trabajo de estos actores y sus personajes.
Tiene asimismo escenas de arrebatadora belleza.
Bah,
es una película lograda y malograda a la vez por la ambición. La ambición la
eleva a encarar resoluciones audaces, que pueden volverse antológicas. Pero la
hace caer también en didactismos y prédicas de púlpito que son el veneno de
cualquier narración.
En
resumen, no es de cita obligatoria, pero recompensa mucho.
Gustavo Monteros
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