Dos
de las películas de estreno coinciden en que son de autor y requieren
advertencia. Algo así como: “Oh, vosotros los que entráis, abandonad toda
esperanza”… de reclamo a la salida, habéis sido advertidos de que podría no
gustaros.
Vicio propio (Inherent vice) es del gran Paul Thomas
Anderson (Boogie nights/Noches de placer,
1997, Magnolia, 1999, Punch-drunk love/Embriagado de amor,
2002, There will be blood/Petróleo
sangriento, 2007, The master,
2012) y se basa en la novela de Thomas Pynchon, autor hasta la fecha
considerado infilmable. El film abreva en el policial negro con características
muy peculiares. Es como si Raymond Chandler hubiera concebido una nueva novela,
después de haber asimilado toda la literatura norteamericana de los años
sesenta, mientras se fumaba un porro tras otro. Transcurre a principios de los
setenta y parte de una situación clásica del género: el detective privado, un
“fumón” de aquellos, Larry “Doc” Sportello (Joaquin Phoenix, en otro gran
trabajo) recibe la visita de una ex pareja, Shasta (Katherine Waterson) que le
pide ayuda para salir de un dilema que incluye a la nueva pareja, su esposa y
el amante de esta. Y se desatará, claro, una intriga sinuosa que se bifurca en subtramas
paralelas que convergen finalmente en la “gran” verdad, que no es otra cosa que
la resolución del caso o al menos el despeje del enigma. Los cinéfilos hallarán
ecos de El largo adiós, 1973, del
prodigioso Robert Altman, de El gran
Lebowski de los no menos fabulosos hermanos Coen y hasta ¿por qué no? dejo de
azahares de los naranjales de Chinatown/Barrio
chino, 1974, clásico imperecedero de Roman Polanski, aunque Anderson
declara que su influencia en este film fueron los hermanos Zucker más Abrahams
responsables irresponsables, entre otras cosas, de ese gozoso delirio llamado Y… ¿dónde está el piloto? (¿¡!?) Allá
él…
Algunos
hallarán a esta película muy rebuscada, demasiado estilizada, un poco larga,
medio desmembrada, algo tediosa sino por momentos decididamente aburrida. No
fue mi caso, sea porque soy fanático del noir, sea porque adhiero a la “mirada”
de Anderson, sea porque me gusta ver a los actores enfrentar desafíos
inhabituales, o sea porque extraño sobremanera la creatividad de los setenta,
la disfruté de cabo a rabo.
Aparte
de Joaquin Phoenix, deslumbran los sospechosos de siempre: Josh Brolin, Owen
Wilson, Reese Witherspoon, Benicio del Toro y Martin Short. El resto del
elenco, con nombres menos fulgurantes aunque de igual talento, también
descuella.
Mommy,
2014, es la obra del enfant terrible canadiense,
Xavier Dolan. Criatura con mucha suerte, que como todo enfant terrible fue
antes un niño mimado, o sea que tuvo la fortuna primera de hallar quien lo mime
y considere sus berrinches el colmo de la frescura y la originalidad. Frescura
y originalidad que a veces no es más que pis en los pañales. Pero el mundo es
mundo y gusta de los caprichos.
La
película tiene una pantalla de 1:1 o sea cuadrada, supuestamente porque Dolan
quiere asimilarla a la de un celular gigante en posición vertical. Ajá. Se abre
con una toma larga de un calzoncillo colgado en una soga junto a otros
calzoncillos. Ajá. Pasamos a otra toma, borrosa en un principio, en la que se
ve una manzana en un árbol, a la que una mano corta, vemos a una mujer madura (Anne
Dorval) enfundada en jeans estilo Oxford, bordados y con piedritas, que sonríe
mientras come la manzana. Se oye una canción pop anodina, como si alguien en el
cuarto de montaje hubiera dejado una radio FM prendida. Ajá. La mujer ahora va
en un auto, la canción pop persiste. La mujer ve un accidente. Ajá. Pero
resulta que después ella también está accidentada (¿¡!?, ¿un homenaje al Week-end, 1967, de Godard, quizá?) No
sé, pero ajá. La mujer llega, herida, a una escuela, donde su hijo, Steve
(Antoine-Olivier Pilon) que sufre de trastorno de atención por hiperactividad
es echado. Como estamos en un Canadá inventado, el Estado puede ocuparse de
“enderezarlo”, pero ella, la madre, dice que no. Vamos viendo que mamá es medio
tarambana, no importa. Ajá. Toman el ómnibus, llegan a la cuadra donde vive
mamá ahora, quien le presenta al hijito un vecino, el hijo hace como que la va
a dar la mano, pero no. Lo que pasa es que el hijo es un jodón bárbaro, ja, ja,
ja. Entran a la casa, el chico quiere saber cuál será su cuarto. Se tira en el colchón
como en una propaganda de colchones. La toma se repite desde varios ángulos
como en una propaganda de colchones. Ajá. El chico, en el cuarto y la mamá, en
la cocina, prenden la radio y la ponen en emisoras diferentes. La mamá se queja
porque el efecto es cacofónico. Yo resuelvo que es caca-fónico y los mando a la
mierda a la mamá, al hijo y a Dolan.
Me
pongo a investigar. En Wikipedia subrayan (¿sorprendidos, quizá?) la
apabullantemente óptima recepción crítica. Leo algunas y me pregunto bajo qué medicación
se encuentran los que las escriben. Y si habrá que tomar lo mismo para llegar a
la admiración de semejante pelotudez.
Concluyo que no hay que exagerar. Ante un enfant
terrible, al igual que ante el heavy metal, el cubismo, la ópera barroca, el animé
o la música de Satie, uno adhiere o rechaza. Visceralmente. En fin, es muy
posible que yo no vaya jamás a una retrospectiva de Xavier Dolan. Total, ya veo
tomas de calzoncillos cada vez que cuelgo los míos.
Gustavo Monteros
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