A veces,
a pesar del entusiasmo, la mejor manera de “vender” una película es remitirse a
fuentes “más” objetivas. Dice la sinopsis de la gacetilla: Barbu, de 32 años, atropella a un niño que muere poco después del
accidente. Seguramente le esperan una pena de prisión de tres a quince años.
Aunque su madre Cornelia, arquitecta de altos recursos económicos con la que
sostiene una tensa relación, intentará evitar por todos los medios que su hijo
vaya a la cárcel.
Transcribamos
ahora un reportaje a su director, Calin Peter Netzer:
–¿De
dónde surgió la idea de construir una película alrededor de una madre tan
manipuladora como esta Cornelia?
–¡De
mi madre, y de la madre de mi coguionista! (risas) En serio, no es chiste. Me
basé en ella para componer este personaje, y cuando se lo planteé a Razvan
Radulescu, resultó que su madre era igual a la mía...
–¿Qué
fue entonces lo que inventaron?
–Todo
lo demás. La protagonista se parece a mi madre, pero la película no cuenta una
experiencia personal. En verdad, la historia en sí la tomamos de un episodio
que ocurrió en España, en la Costa del Sol, protagonizado por una familia
británica. Nos pareció que ese incidente daba lugar a plantear situaciones
morales complejas, perfectamente trasladables a la Rumania actual.
–Sabemos
de la posesividad de las madres mediterráneas con respecto a sus hijos, pero no
conocemos cómo funcionan las madres rumanas. ¿El de Cornelia es un caso atípico
o las madres suelen ser así en su país?
–Lo
que noto es que en los países europeos que alguna vez fueron parte del bloque
comunista hay un alto grado de posesividad. No sólo por parte de la madre, sino
de los padres en general para con sus hijos. En Alemania, donde viví doce años,
no es así. Creo que en los países sajones tampoco.
–¿Piensa
que esto puede tener alguna relación con el totalitarismo?
–Tal
vez la haya. Países en cuyas culturas suele haber una fuerte posesividad
paterna o materna, como Rusia, Italia o España, tuvieron gobiernos totalitarios
de larga duración. Pero conviene ser prudente con las generalizaciones: fíjese
que recién puse a Alemania como ejemplo de un menor control de los padres con
respecto a sus hijos, y sin embargo si uno piensa en un caso extremo de
totalitarismo, difícilmente encuentre un ejemplo más acabado que el del
nazismo. Así, habría que tomar el tema con pinzas.
–Cornelia
no tiene escrúpulos a la hora de salvar a su hijo de prisión y sin embargo el
espectador no puede evitar ponerse de su lado.
–Esa
era la intención: obligar al espectador a ver las cosas desde el punto de vista
de ella. Identificarse con las víctimas es fácil y tranquilizador, acá podíamos
haberlo hecho. Pero justamente elegimos mostrar las cosas desde el otro lado,
para obligar al espectador a enfrentarse con sus propias zonas oscuras.
–¿Cómo
reacciona el público femenino frente al personaje de Cornelia?
–Muchísimas
espectadoras me confesaron que frente a la misma situación, reaccionarían igual
que Cornelia. Lo cual a mi mamá le encantó (risas).
–¿Por
qué ubicaron la historia en el seno de la clase más acomodada?
–Porque
cuanto más se posee más hay para cuidar, para preservar, para defender.
–La
mayoría de las películas rumanas recientes están protagonizadas por gente de
clase media o clase media-baja. Es raro encontrar una familia de buena posición
económica en una película de ese origen.
–Esa
fue otra de nuestras razones: queríamos hablar de una clase que hasta ahora
apareció poco en nuestro cine.
–En
la película, los representantes de la clase alta están estrechamente vinculados
con el poder y parecen habituados a corromper funcionarios. ¿Así son las cosas
en la Rumania actual?
–Creo
que la corrupción institucional es la “normalidad” en Rumania. Viene de tiempos
de Ceausescu y no cambió mucho en estos veinte años. Las cosas siguen siendo
más o menos iguales. Por eso nos interesaba mostrarlo.
–No
sólo funcionarios: está también el personaje del hombre que intervino en el
accidente, de quien depende que el hijo de Cornelia vaya o no a prisión, con el
que Cornelia negocia una suma de dinero, como si se tratara de una reunión de
negocios.
–Cuando
la corrupción es la norma, tiñe al conjunto de la sociedad, y eso es lo que
sucede en mi país.
–¿Cómo
fue recibida la película allí?
–Inmejorablemente:
La mirada del hijo es la película rumana más exitosa de la última década. La
gente no para de hablar de ella, el tema “pegó” mucho en mi país. Tuvo un
fuerte boca en boca, que permitió que la película fuera sumando público semana
a semana.
–El
título original es “La postura del hijo”. ¿Por qué “postura” y no “posición”?
–“La
postura del hijo” es una de las más simples del yoga, la que normalmente se usa
cuando uno está estresado. Originalmente había una escena en la que Cornelia
practicaba esa postura. Finalmente la sacamos, pero igual decidimos dejar el
título, que nos gustaba, porque en rumano “postura” y “posición” se dicen
igual. Eso permite un juego de sentidos que en una de ésas, en otros idiomas no
resulta tan claro.
–La
actriz protagónica, Luminita Gheorgiu, a quien conocíamos de La noche del señor
Lazarescu y 4 meses, 3 semanas, 2 días, está, como de costumbre,
extraordinaria. ¿Cómo fue el trabajo con ella?
–Muy
esforzado, porque contábamos con un presupuesto estrecho, que nos obligó a
filmar la película entera en un mes, la mitad del tiempo (o menos) de lo que
suele durar un rodaje. Por otra parte, Luminita no estaba habituada a
interpretar personajes de clase alta, por lo cual tuvo que trabajar duro para
meterse en el papel. Ensayamos juntos siete u ocho meses antes de empezar a
rodar. Hablamos mucho sobre el personaje, lo fuimos construyendo juntos.
–¿Es
habitual para usted trabajar tanto tiempo con los actores?
–Sí,
es lo que suelo hacer. Siempre ensayo mucho antes del rodaje, hablo mucho del
personaje con el actor que va a interpretarlo. Me gusta llegar al rodaje con
las cosas bien asentadas.
–En
términos de puesta en escena, ¿se permite alguna libertad a la hora de rodar o
se atiene a lo previsto?
–Esta
es la primera vez en que busqué deliberadamente perder algo de control sobre la
puesta en escena. Como el personaje y la historia estaban muy próximos a mí,
quise tomar distancia y dejar que otros miembros del equipo tomaran decisiones.
Por ejemplo, el director de fotografía. Como filmamos todas las escenas con dos
cámaras digitales, con las escenas ya bien ensayadas les di libertad a ambos
camarógrafos para seguir a los actores y filmar desde los distintos puntos de
vista implicados en cada escena.
–La
escena culminante, en la que Cornelia se enfrenta a los padres de la víctima,
¿también estaba muy ensayada?
–No,
ésa no, porque como era una escena muy emocional quise dejarla librada a la
intensidad del momento. La dejamos para el final de todo y “tiramos” pocas
tomas, porque lo que buscábamos no era perfección visual sino crudeza
emocional.
–¿Por
qué usa tanta cámara en mano, incluso en escenas “quietas”, de interiores?
–La
idea era que la cámara siguiera siempre bien de cerca a Cornelia, por una
simple cuestión de atracción mía por el personaje. Y la mejor manera de no
perderle pisada era con cámara en mano, aunque eso produjera inestabilidad.
Siempre tuve claro que no quería planos fijos de larga duración.
–Lo
cual es una de las características estilísticas más marcadas de lo que se
conoce como “nuevo cine rumano”...
–Sí,
puede ser que también haya buscado diferenciarme de varias de las películas más
conocidas de mis colegas, probar formas menos exploradas.
Traducción
y edición: Horacio Bernades (publicado en Página 12, el 30/04/14)
Actúan:
Luminita Gheorghiu, Bogdan Dumitrache, Florin Zamfirescu, Natasa Raab, Ilinca
Goia.
Un abrazo, Gustavo Monteros
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