Épocas hubo en que esta comedia
hubiera sido desestimada por la modestia de sus logros. Hoy la vara está tan
baja que celebramos la excepcionalidad de los mismos. Por lo poco frecuentes,
claro, no por sus ocasionales brillos, poco destellantes a decir verdad.
Hagamos memoria, ¿hace cuánto que no vemos una comedia blanca-blanca, amable, tierna,
no estridente, sin groserías que se pretenden transgresoras y que no siempre lo
son, sin procacidades estentóreas que ya no escandalizan ni a los chupacirios? Dios
me libre y me guarde de decir que todo tiempo pasado fue mejor, que no lo fue, sólo
diferente, que el tiempo me haga viejo pero que no me obnubile para disfrutar
lo que nos da la contemporaneidad. Sin embargo, mentiría si no dijera que en
estos últimos tiempos, la comedia, salvo honrosas excepciones, es tirando a
mala. Y si bien la comedia de cualquier color es flojita, flojita, la
blanca-blanca hace siglos que no se hace. Ni siquiera la película de Los
Muppets del año pasado era blanca-blanca, de modo que esta comedia francesa es
toda una rareza, el último Yeti de una tradición casi perdida.
Jacky Bonnot (Michaël Youn) es un
chef desconocido, perfeccionista e inflexible; no tolera que la gente mezcle
sabores a su arbitrio y se resista a la combinación exquisita que eleva el
gusto. No es de extrañar que no dure en ningún trabajo. Alexander Lagarde (Jean
Reno) es un chef famoso que conoció tiempos mejores; si pierde una estrella en
el restaurant que dirige deberá abandonarlo y su cocina será reemplazada por la
especialidad molecular. Los caminos de Jacky y Alexander se cruzarán, se
ayudarán mutuamente y mucho aprenderán uno del otro. Habrá, por supuesto, un
colorido elenco de personajes secundarios, entre los que se destaca un supuesto
especialista en cocina molecular, Juan (Santiago Segura).
Michaël Youn es simpático,
histriónico, y no se desbanda mucho. Jean Reno, un colmo de humanidad, deleita
y resiste la tentación de caer en el vulgar andropáusico malhumorado y jetón.
Los demás cumplen su cometido con justeza, lo que en una comedia es titánico.
Como dijimos, el tono es amable y
apunta más a la sonrisa que a la carcajada. En tiempos de comedias desabridas, El chef de Daniel Cohen no será un boccato
di cardinale, lejos de ello, pero se deja hincar el diente. Sosa y todo, es la
única alternativa diferente ante tanto pochoclo monótono.
Un
abrazo, Gustavo Monteros
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