Es curioso como algunas historias encuentran el mejor modo de ser contadas y llegar a la mayor cantidad de gente. Hace unos pocos años, Beasts of the Southern Wild (Bestias del Sur salvaje, rebautizada para la distribución local como La niña del Sur salvaje) era el sueño delirante de un par de casi adolescentes, y hoy es una realización cargada de premios y hasta con una nominación al Óscar como mejor película. Benh Zeithin, el director, conoció a Lucy Alibar, en un campamento de verano cuando eran más asquerosamente jóvenes de lo que son ahora. Lucy escribió, después o entonces, no se sabe y poco importa, la obra de teatro Juicy and delicious (Jugosa y deliciosa, así en femenino porque creo que se refiere a la carne de cocodrilo). Benh que venía de hacer un cortometraje decidió que en la obra de Lucy había material para una película y se pusieron a trabajar en el guión. Por la buena estrella de la historia o porque hay cosas que tienen que pasar, consiguieron financiamiento y comenzaron la pre-producción. Querían que el elenco estuviera compuesto por actores no-profesionales, moda que se expande en el cine independiente arrasadora como un tifón. El hallazgo de sus dos protagonistas, el padre y la hija, da para hacer otra película, creer o reventar, algunas cosas deben suceder.
Beasts of the Southern Wild es la historia de la peripecia de un poblado y su mitología contada a través de los ojos de una niña, Hushpuppy (Quvenzhané Wallis) quien debe también lidiar con la inminente muerte de su padre, Wink (Dwight Henry). Ambos viven en La Bañera, un grupo de casuchas condenadas a la desaparición porque están aposentadas en los altos de tierras inundadas por un dique, a las que la próxima tormenta grande terminará de hundir. Wink, Hushpuppy y otros lugareños se niegan a abandonar La Bañera. Lo han perdido todo menos la testarudez de quedarse y quizás morir en lo que consideran irresistiblemente propio.
La historia tiene fuerza y encanto (las bestias del título original refieren tanto a unos animales mitológicos como a los tercos pobladores), pero su destino hubiera sido menos luminoso sin sus dos protagonistas. Dwight Henry es tanto un héroe como un antihéroe, su terquedad suscita por igual admiración y desprecio. Parece increíble que el hombre, un panadero, dueño de un bar en la vida real, no tenga pasado actoral. La nena, Quvenzhané Wallis es, como todo niño contenido y bien dirigido, un prodigio de expresividad. Perdón que no comparta el entusiasmo ditirámbico que su actuación despierta, pero veinte años como maestro de niños me han curado de espanto y sé que todo niño capaz de concentrarse en un juego puede actuar como los dioses y ser tan efectivo como Robert De Niro o Meryl Streep. Además, una actuación cinematográfica puede armarse, ensalzarse o destruirse en la secuenciación y el montaje. A favor de la nena, diré que cuando se le pide que sostenga una escena, como la de la calle frente al refugio, sale bien parada.
Para los coleccionistas de datos puntualizaré que es la actriz más pequeña en ser nominada al Óscar (ahora tiene 9 años) y es la primera nacida en el Siglo XXI en serlo. Quvenzhané (se pronuncia algo así como Kivenzenéi) Willis es la décima actriz negra en ser nominada como protagonista y se une a la lista de Dorothy Dandridge, Diana Ross, Cicely Tyson, Diahann Carroll, Whoopi Goldberg, Angela Bassett, Halle Berry, Gabourey Sidibe y Viola Davis.
En lo personal confesaré que tardé en entrar en la historia, (no me gustan los cocodrilos y menos las historias que los involucran, en ésta hay sólo uno, de actuación incidental como actor pero de relevancia en el argumento), cuando creí que me quedaría al margen, entré, recién en el baile de las prostitutas, y me emocioné. Jamás seré un fanático de la película, pero mentiría si no dijera que es buena.
Un abrazo, Gustavo Monteros
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