sábado, 7 de enero de 2012
Las aventuras de Tintín - El secreto del Unicornio
Detrás de todo lo que hacemos, por más pequeño que sea, hay una historia. Por lo tanto detrás de todas las películas, hay una historia. Y si la película involucra a un genio como Spielberg, la historia adquiere relevancia, trascendencia y, si te descuidas, proporciones míticas.
Como es de público conocimiento, en 1981 Spielberg hizo una cosita (maravillosa, ella) llamada Los cazadores del arca perdida. Cuando se estrenó en Francia, los críticos (franceses, ellos, claro) se pusieron a decir que el film tenía parentesco con Tintín. Tanto batieron el tambor que Hergé, creador de Tintín, fue a ver Los cazadores del arca perdida y Spielberg se apropicuó de algunos libros de Tintín. Fue amor eterno a primera vista. Hergé se enamoró de Indiana Jones y Spielberg se enamoró de Tintín. ¡Ah!, pero el amor no pudo concretarse en vida de ambos. Sin embargo, Hergé en su lecho de muerte bendijo a Steven Spielberg como el único director capaz de hacer justicia a sus historietas. El tiempo pasó y un buen día Steven se levantó y decidió que había llegado el momento de hacer Tintín. (Bueno, en realidad, los herederos de Hergé le hicieron saber a Steven que estaban dispuestos a renovarle la cesión de los derechos). Como sea, la cosa es que Steven dijo sí y se puso a armar la preproducción. La primera idea que tuvo fue hacerla con esa antigualla que es la acción en vivo, con esa cosa más antigua todavía que son los actores de carne y hueso; con excepción de Milú, el perrito, al que que lo quería en animación digital. Fue a ver al hipertalentoso Peter Jackson (El señor de los anillos, King Kong y esas cosas) para que lo ayudara con la digitalización. Jackson lo convenció de que si la hacía con actores de verdad le quedaría como el museo de Madame Tussaud o sea llena de apósitos, prótesis y barbas de utilería. El bueno de Jackson le propuso que la hiciera en captura de movimiento, esa técnica que permite crear personajes fotorrealistas enchufándole al actor electrodos por todos lados para capturar o sea robarle los gestos y movimientos y después encastrarlos en entornos hiperrealistas digitalizados. Danger! a excepción de los insoportables hombrecitos azules de Avatar, las películas que usaron captura de movimientos eran todos bodrios, muy feos de ver. Ya sea porque le gustó el desafío o por que le encantó hablar con Jackson, el bueno de Stephen se decidió por esta técnica. Bueno, tanto le gustó colaborar con Jackson que lo asoció al proyecto: si la película es un éxito, habrá una segunda que dirigirá el bueno de Peter. Lo demás si fue coser y cantar o un laburo de enanos lo sabrán ellos, la cosa es que aquí está Tintín, animada y en 3D (también en 2D, ¡gracias a Dios!)
En esta parte, parafraseo la vieja rima infantil y me pongo a cantar: Yo no son Tintinólogo, ni lo quiero ser, porque los Tintinólogos se echan a perder. Y sí, los Tintinólogos tienen que bailar con un par de feas. Hergé era un hombre muy sensible al aire de su tiempo y acataba las bajadas de línea sin mucho tamiz. La primera aventura de Tintín, por influjo de un sacerdote católico fascista, es colonialista mal, con congoleños brutos que justificaban la intervención "civilizadora". Después cuando los Nazis tomaron Bélgica, Hergé trabajó en un diario colaboracionista. Si bien dicen que en ese período quitó toda referencia a lo que pasaba en la calle, cuando trabajas en una pescadería, el olor se te pega. Después, en tiempos más correctos políticamente, su trabajo se circunscribió a realidades más perfumadas. Como sea, eso es historia antigua, muy discutida y aclarada. En la Segunda Guerra y sus prolegómenos, no todos estuvieron todo el tiempo del lado correcto. A lo que voy, es que como no soy Tintinólogo, no sé que hay de traición o respeto en la adaptación de Spielberg, o sea que llego virgen, si ese milagro es posible a mi edad, a disfrutar o padecer la película. Virgen de preconceptos, aclaro, de lo demás, mejor voy fundido a negro.
De todos los países que habita la obra de Spielberg, el mejor, sin duda, es el de la infancia. Tiene una manera única de mandarnos de vuelta a la inocencia, a la ingenuidad, a la sed de aventuras. Tintín es agotadoramente energizante, un pase libre a todos los juegos de un parque de diversión fascinante. Y uno no sabe con cuál quedarse, ¿con la bellísima y estilizada secuencia de títulos alla Saul Bass?, ¿con el aterrizaje en el desierto?, ¿con la persecusión por la ciudad?
El queridísimo Jamie Bell (ni en la desmemoria más oscura me olvidaré de su Billy Elliot) le presta voz y cuerpo a Tintín; el tatentoso Daniel Craig es el enemigo de turno; el portentoso Andy Serkins (el Gollum de El señor de los anillos, el Kong de King Kong, el César de El planeta de los simios-(R)Evolución) es el querible Capitán Haddock y los fabulosos Simon Pegg y Nick Frost son los dos Thompson.
A los que nos gusta el cine de aventuras, no hay manera mejor de empezar el año. Y Spielberg tiene razón, si una película es buena, a los dos minutos nos da lo mismo si es animada, con actores, en 3D, 2D o 4D. El medio ya no importa, sólo el goce.
Un abrazo, Gustavo Monteros
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