Si siguen así, los ingleses van a fundar un nuevo género con esto de rellenar los puntos suspensivos de algún hecho histórico del que sólo se saben los aspectos salientes. El método es sencillo en apariencia, tomar una situación (en general, menor, pequeña) de la que sólo se sabe las consecuencias e imaginar el proceso y los pormenores que hubo detrás. El dramaturgo/guionista Peter Morgan es el que más ha practicado el truco: La reina, Frost/Nixon, El nuevo entrenador, Longford. Esta tendencia, más respetuosa, íntima, es como una derivación de la moda de los 90 de desnudar en biografías escandalosas las miserias de cuanto famoso o notable se les venía a la cabeza. (De esa moda, lo único rescatable que queda más o menos en pie es Master Class, obra teatral de Terrence McNally sobre la Callas). Ahora el guionista David Seidler se suma a la vertiente y nos entrega un episodio de la vida del rey Jorge VI para esta prolijísima película de Tom Hooper. (Eso sí, una aclaración se impone, el guión, por conveniencia comercial o por discreta elegancia, deja de lado una circunstancia histórica, explicable en el contexto socio político de la época: el Duque de York (no Jorge VI, of course) tenía una inclinación filonazi. Oops!!!)
El Príncipe Alberto, Duque de York (Colin Firth), el segundo hijo de Jorge V es tartancho mal. El pobre anda por ahí haciendo el ridículo, discurseando en público. Su esposa, Isabel (Helena Bonham Carter) lo lleva a ver varios especialistas que fracasan en el tratamiento. Dan finalmente con un terapista australiano, Lionel Logue (Geoffrey Rush), excéntrico y poco amigo del protocolo, que demuestra ser el maestro ideal para el futuro Jorge VI. La película se centra en las clases y en la amistad que cimentan.
El relato es atractivo, seductor y fue descripto con justicia como un entretenimiento sensible alternativo para espectadores maduros hartos de las estupideces del cine industrial corriente. Colin Firth, Helena Bonham Carter y Geoffrey Rush dan caracterizaciones inolvidables. Debo confesar que las disfunciones del habla me conmueven mucho por lo que arrastran y provocan, así que mi simpatía por el personaje de Firth fue absoluta. Ya es obvio que no soy el único, en buena ley, una catarata de lauros está premiando su actuación.
Un abrazo,
Gustavo Monteros
En general me inclino por las películas con cierto trasfondo histórico. Ya había visto El cisne negro que me encantó y no ganó el Oscar. Sumado a esto las críticas tan favorables antes y después del Oscar,mis expectativas estaban seguramente un poco demasiado infladas. Me pasé toda la película esperando que pasara algo más que lo previsible de que el rey sortearía su trastorno. Me habré perdido algo? Habré estado medio dormida?
ResponderEliminarNi te perdiste nada ni estabas medio dormida. Fríamente El discurso del rey es un relato pequeño sobre una amistad y la superación de una tara, contado clásicamente, muy bien actuado, y no mucho más. El cisne negro, en cambio, es una película más jugada, que se toma sus riesgos y permite unas cuantas lecturas. El Óscar es un premio conservador, películas más audaces como El cisne negro o Lazos de sangre a lo máximo que pueden aspirar es a que las nominen
ResponderEliminarLazos de sangre no la vi, pero ahora que la mencionás junto a El Cisne Negro, me parece que me va a gustar.
ResponderEliminarLo llamativo que me pasó con El discurso es que no había escuchado hasta ahora a nadie decir otra cosa más que era un peliculón. Hasta que la vi y me quedé con esa sensación de "me perdí algo". Al día siguiente mi hija de 18 años y su novio me hicieron el mismo comentario y ahí empecé a pensar que si ellos, que tienen la corteza cerebral un poco más lozana, habían pensado lo mismo que yo, entonces podía no estar tan equivocada.