No sé qué me conmovió más, si la trágica historia de amor que culmina consumándose atrozmente o que la película termine con el advenimiento de uno de los ciclos más oscuros y miserables por los que ha pasado este pobre mundo.
Estamos en Alejandría en el siglo IV DC. Soplan vientos de cambio. Y cómo soplan. Como no puede ser de otro modo, la coexistencia de paganos, judíos y cristianos es conflictiva. El ágora, plaza pública en la que se debaten las ideas es el ámbito natural de Hipatia (Rachel Weisz) filósofa neo platónica, astrónoma y matemática. Y el film se centrará en su relación con los hombres y la ciencia.
Alejandro Amenábar (Tesis, Abre los ojos, Los otros, Mar adentro) se vale de la transición de la Antigüedad tardía a la Edad Media para hablar de la injerencia del odio y el fanatismo en las resoluciones políticas. (La relevancia que adquiere en estos días el nuevo Tea party yanqui ratifica que Alejandrito no está equivocado en plantear estas metáforas). Poco se sabe con certeza de la Hipatia real (las razones para este desconocimiento se patentizan en el film: la destrucción de todo vestigio de cultura antigua) por lo que Amenábar con su coguionista Mateo Gil se montan tanto en la verdad como en la leyenda para contar la historia. Insuflan de un bienvenido espíritu romántico a la mítica figura de Hipatia, pero lejos están de elaborar una elegía ciega del mundo perdido. Y sabiamente no resuelven la dicotomía entre una antigüedad culta y esclavista y un cristianismo solidario y fanático.
Amenábar se aleja de los ámbitos cerrados e íntimos que son su especialidad y nos entrega una película de largo aliento bella e inteligente. Sermonea por momentos, pero no tanto como para irritar. Otras veces bordea lo obvio, pero lo hace para ser claro, no para tratarnos de tarados.
En lo personal, la película tiene un imán irresistible: Rachel Weisz. Debo confesar que la chica es una de mis debilidades. Su voz grave y oscura me seduce hasta lo indecible, me erotizaría aunque me leyera la tabla de logaritmos. Por suerte es además una actriz espléndida por lo que no me reduce a un pajero irredento.
Un abrazo,
Gustavo Monteros
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