Ida Dalser, como la protagonista de un bolero, sólo fue culpable de amar hasta el delirio. Al hombre equivocado. Error que en el bolero y en la vida se paga caro. Ida se deslumbra con un joven Mussolini enardecido, quien todavía milita en el socialismo. Le entregará todo a ese hombre de ojos que echan fuego. Cada milímetro de su cuerpo y todos sus bienes. Malvenderá su negocito para que él pueda editar un periódico. Le dará un hijo. Y él, un poco por conveniencia política y un poco por hijo de puta, la relegará a un trágico destino, que la pobre desandará terca y dignamente, arrastrando a su hijo a horas negras y amargas.
El gran Marco Bellocchio nos da una película magnífica que será difícil olvidar. Operística, visceral, emocionante. Rica en implicancias psicológicas, sociales, políticas, que se inscribe entre lo mejor del cine italiano. Y no sólo el de ahora, el de todos los tiempos.
Se basa en una historia hasta no hace mucho ignorada. Y de las muchas resonancias que despierta el título (vencer es su traducción), me quedo con la que le da la victoria final a la sufrida Ida, rescatada postreramente del silencio, del olvido, del desamor.
Giovanna Mezzogiorno, como la mejor Sophia Loren o la sublime Anna Magnani, no se guarda nada y es pura fidelidad a lo que siente, a lo que le pasa a su personaje, a lo que lo hace ser quién es, lo que lo define: ese amor tan apasionado como ciego. Intentar adjetivar esta actuación es empequeñecer el deslumbramiento que provoca. Tan portentosa es. Además su presencia subyuga. Cuando no está en pantalla, se la extraña.
Filippo Timi pauta primero con exactitud la personalidad del futuro líder fascista, que los noticieros registran como un cartoon desaforado. Después encarnará con sensibilidad al hijo malogrado.
Lo más cercano a una obra maestra que hayamos visto este año.
Un abrazo,
Gustavo Monteros
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