domingo, 4 de mayo de 2008

Los dueños de la noche

Los Dueños de la Noche es un melodrama policial grandioso, muy bien contado, impecablemente actuado, con un guión firme que avanza inexorable hacia un final lógico y liberador. (Decir que un final es lógico y liberador es una perogrullada, pero hoy en día con tanta película tramposa de final absurdamente pochoclero, que un policial tenga un final coherente es casi una novedad.)

Volviendo al film que nos ocupa, para los que peinamos canas o hemos hundido por más de un par de horas los muelles de una butaca de cine, el ver películas no es un pasatiempo inocente. Todo o casi todo nos devuelve una experiencia anterior. Están aquí la opresiva atmósfera operística que Coppola le imprimió a sus Padrinos, los personajes un poco alucinados de los mejores filmes de Scorsese, el policía de ética personalísima que a los demás les resulta difícil comprender (como el de las historias que le gusta contar a Sydney Lumet), el final cocinado a fuego lento como el que Peter Weir le dio a su magnífico Testigo en peligro.

Pero con lo que James Gray, este joven director al que le gusta ambientar sus historias en el barrio ruso de Nueva York, contribuye a la historia del cine, y que nosotros, los adoradores del dios Cine, incluiremos sin duda en nuestras antologías de secuencias inolvidables es: la persecución bajo la lluvia. Siniestra, desesperada, tiene la densidad de la mala niebla o la textura de una pesadilla atroz.

Un abrazo
Gustavo Monteros

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