Si no se me
hubiera dado por hacerme el erudito quien sabe si hubiera vuelto a ver esta
película. Todo empezó porque me crucé Facebook con una foto de una jovencísima
Liza Minnelli conversando animadamente con una igualmente joven Barbra
Streisand. El epígrafe decía: Entrega de los Oscars de 1970. Y me picó la
curiosidad de saber qué hacían ahí porque nadie va a los Oscars si no tiene
algún motivo concreto, ya sea estar nominado, entregarle el premio a alguien o
actuar en la gala. Me remití entonces a ver quienes habían estado nominados ese
año.
Barbra
directamente no, pero su inminente exmarido sí (Elliott Gould, actor impar si
los hay, estaba nominado como actor de reparto por Bob&Carol&Ted&Alice),
aunque no solo lo acompañaba, sino que de paso le ponía el cuerpo a las
múltiples nominaciones técnicas que había recibido Hello, Dolly!,
recientemente estrenada.
Liza estaba
nominada como mejor actriz protagónica por Los años verdes (The
Sterile Cuckoo), actuación inolvidable que ya había recibido el premio de
nuestro Festival de Mar del Plata. Sin embargo esa noche perdió el Oscar ante
Maggie Smith y su apabullante Primavera de una solterona. Las otras
nominadas eran Jane Fonda por Baile de ilusiones (They Shoot Horses,
Don’t They? /¿Acaso no matan a los caballos?), otra actuación
histórica, Geneviève Bujold por Ana de los mil días, otro destacable
desparramo de talento y Jean Simmons por The Happy Ending, de la que no
me acordaba nada.
Después de
repicar la foto en el Facebook y de consignar estos datos y algún otro que se
me ocurrió, agregué que buscaría The Happy Ending y que la vería. La
suerte quiso que este film anduviera por internet y que no me fuera difícil
acceder a él. Si bien podía verla en vivo, elegí bajarla para visionarla entre
clases.
Se trata de
una película de 1969, escrita y dirigida por Richard Brooks, un narrador
talentoso al que se recuerda sobre todo por dar versiones cinematográficas
impecables de obras de teatro y novelas tales como Los hermanos Karamazov,
Una gata sobre el tejado de zinc caliente, Elmer Gantry, Dulce pájaro de
juventud, Lord Jim, o A sangre fría.
Aquí estamos
en el territorio de las burguesas ricas a las que Stephen Sondheim les regaló
ese inoxidable himno de batalla que es The Ladies Who Lunch, canción que
pertenece al musical Company. Hoy estas mujeres son una excepción, por
entonces eran legión. Tiempo que puede ejemplificarse con la carrera de Mary
Tyler Moore. En El Show de Dick Van Dyke era la esposa ama de casa,
dependiente emocional y económicamente de su esposo, el personaje que hacía Van
Dyke. En El Show de Mary Tyler Moore era una mujer sin lazos emocionales
ni económicos con ningún hombre a la vista.
El personaje
que hace Jean Simmons, Mary Wilson, en este The Happy Ending pertenece a
la primera etapa de Tyler Moore, la de la esposa ama de casa que depende casi
para todo de su marido, interpretado por John Forsythe, unos cuantos años antes
de que Linda Evans y Joan Collins se pelearan por él en Dinastía.
Estas amas
de casa casadas con un profesional rico, es decir exitoso mensurable en dinero,
además de ser bellas y dispuestas a gastar mucha plata, debían proveer
decendencia, mandato que Mary Wilson / Jean Simmons ya había cumplido en la
forma de una adolescente, más volcada hacia su padre como era de esperarse.
Mary / Jean
Simmons, como la mayoría de sus contemporáneas en la misma situación se
deprimían, tomaban muchas pastillas, se emborrachaban, iban a peluquerías,
gimnasios, masajistas todos los días, o a lo sumo día por medio, compraban
toneladas de ropa que apenas usaban, sombreros como para abrir una sombrerería,
innumerables tapados de piel (todavía ni se soñaba con proteger a los animales)
que arrastraban gustosas, visitaban con frecuencia cirujanos plásticos y
pensaban en el amor de sus maridos más que todas las películas francesas sobre
racionalización de los sentimientos juntas.
Como esta Mary
/ Jean Simmons, que dado que tiene tiempo libre de sobra, se le da por indagar
en el Y vivieron felices que cierra los cuentos de hadas que terminan en el
casamiento significativo. La pobre descubre que la pasión se acaba y el amor
romántico trasmuta en algo más parecido a un hábito.
Anda muy
inquieta porque es inminente la fiesta de aniversario de bodas que no tiene
ganas de aguantar. Huye con dificultad (el marido le quitó el acceso a las
tarjetas de crédito debido a incidentes graves relacionados con el alcoholismo)
a Nasáu para tomar distancia y despabilarse un poco. Por suerte se topa en el
avión con una excompañera de facultad, Florence Harrigan / Shirley Jones
azafata ella, que es todo lo contrario a Mary / Jean Simmons.
La chica es
independiente, amante habitual de hombres casados, que (nos enteramos después)
hasta se pagó la carrera universitaria no con el dinero de papá y mamá (por
otra parte, más que ausentes) sino con su propio cuerpo, prostituyéndose como
chica de lujo.
Florence /
Shirley Jones pasará en Nasáu unos días con su amante, el más que casado, Sam /
Lloyd Bridges. Mary / Jean Simmons será asediada por Franco / Bobby Darin, un
soltero fotógrafo italiano, que resultará ni fotógrafo ni italiano sino un
gigoló estadounidense, que dejará abruptamente de acariciarla cuando sepa que
Mary / Jean Simmons no está casada con un multimillonario.
Mary / Jean
Simmons, más asoleada y menos apabullada volverá a casa. Casa, entendida no
como el nido matrimonial sino la ciudad de pertenencia, donde alquilará un
departamentito, conseguirá un trabajo de vendedora (para horror de su hija) y
tomará cursos nocturnos para ver si puede conseguir mejores trabajos.
Yendo a uno
de estos cursos será interceptada por su marido Fred Wilson / John Forsythe que
la instará a volver con él, aunque parece que no será el caso.
Es curioso
como a estas mujeres no se les ocurría ni remotamente profesionalizarse
retomando estudios, adoptar intereses sociales como contribuir a las mejoras de
vida de los poco privilegiados, abrazar las causas feministas o entrar en
política.
Aunque
pensándolo bien no es tan curioso, todos sus mandatos de clase las mantenían
prisioneras en cárceles de lujo.
Mary / Jean
Simmons se libera un poco por casualidad, y de no haber sido así quizá nunca se
hubiera liberado. O hubiera seguido gastando dinero a lo pavote o un día
hubiera tomado una pastilla de más y hubiera salido de escena.
Hoy estas
mujeres están casi extinguidas, ¿alguien las extrañara? Sí, los maridos
nostálgicos de los patriarcalismos perdidos.
A medida que
veía esta película recordé por detalles haberla visto. Duró brevemente en mi
memoria porque a la edad que la vi me interesaba de poquito a nada las
películas sobre las tristezas de los niñas o niños ricos. De puro resentido,
supongo. Obligado a labrarme un futuro estudiando y trabajando, me daba mucha
envidia los que tenían desde siempre un colchón donde caer sin siquiera
despeinarse. Con el tiempo aprendí a ser empático y comprendí que a la hora de
la angustia por la existencia y de la desesperación de no saber de qué va la
vida no hay riqueza que valga. Puede que el alcohol (como símbolo posible de
oráculo falso) sea mejor y más caro, pero sigue sin dar respuestas.
Gustavo
Monteros