viernes, 26 de julio de 2024

Querido diario - Hoy: La condesa descalza


La condesa descalza (1954) es una película mezquina porque todo lo que tiene de interesante pasa fuera de cámara. Es la historia de una mujer excepcional en tres etapas (el camino de ascenso al estrellato, las consecuencias del estrellato alcanzado y su salida de escena), contada por tres narradores (un director de cine, un relacionista público y el conde con el que se casó y que justifica el título).

 

María Vargas (Ava Gardner, ¿quién si no) es un animalito de Dios, sensual, libre, volátil. Baila en un cabaret de Madrid y ha logrado que se hable de ella hasta en Roma. De allí vienen Kirk Edwards (Warren Stevens) un heredero reciente de un par de millones de dólares que quiere producir un film, Myrna (Mari Aldon) una buscavidas cínica y de escasa autoestima, Harry Dawes (Humphrey Bogart) un director de cine, alcohólico en recuperación, que procura salir de una mala racha con un proyecto para un nuevo film que es lo que se traen entre manos y Oscar Muldoon (Edmond O’Brien) un relacionista público de ricos y famosos con una alta tolerancia para las humillaciones.

 

Este cuarteto de notables viene al cabaret para ver el número de María y convencerla de que se vuelva con ellos a Roma para que le hagan una prueba de cámara. Están en problemas, han llegado tarde para la actuación y María no se sienta en la mesa de los clientes. Kirk, que se revela como un déspota medio bobo, manda primero a Oscar y luego a Harry para que la traigan a su presencia. Entre estas idas y vueltas, un mal chiste de Myrna hace que Kirk se la saque del medio de mala manera.

 

Como ni Oscar ni Harry consiguen acercar a María a la mesa, Kirk le ordena a Harry que se quede en Madrid hasta que María acepte ir con él a Roma y si no lo logra que se olvide de filmar la película. Como vemos Kirk no se postula para Miss Simpatía. Harry y María se hacen amigos y ella le cuenta que necesita que la quieran cómo es (¿quién no?) y que no soporta los zapatos, que pasan a ser símbolo de su resistencia a adaptarse al status quo.

 

Su retrato es contradictorio, porque es una salvaje de lo más civilizada. En el camarín la hemos visto, intuido más bien, entrelazarse con uno de los músicos, al que presenta como un primo. Digo intuido, porque solo vimos los pies de ambos, el resto de sus cuerpos quedó cubierto por una cortina.

 

Esta parte está contada por Harry. La segunda etapa la cuenta Oscar y tiene dos partes, en la primera atestiguamos que su estrellato es tan sólido como para sobrevivir un escándalo policial (su padre ha matado a su madre, hay un juicio, María declara y el público se pone de su parte) En la segunda parte asistimos a la caída en desgracia de Kirk y a su reemplazo por Alberto Bravano (Marius Goring) otro ricachón más inútil y pusilánime que Kirk (todo un logro porque Kirk en esas cualidades sobresalía con honores) Oscar y María se inclinan por Bravano, Harry ha recuperado su independencia y ha retomado su carrera con honores. Pero Kirk no se queda solo, Myrna, que en sus ratos de hastío se pisotea el amor propio se va con él. Harry ha visto que en la casa de la piscina, María guarda otro “primo” para desahogos eróticos y ¡se lo recrimina!

 

La tercera y última etapa está contada por el conde Vincenzo Torlato-Favrini (Rossano Brazzi) que se enamora de María con solo verla. La seduce, se casa con ella y espera a la luna de miel ¡para contarle que una herida en la Segunda Guerra Mundial lo ha incapacitado sexualmente! María que está loca por el conde, en su animalidad erótica, interpreta mal lo que se espera de ella. Cree que Vincenzo se ha casado con la esperanza de que le dé un hijo. De ahí que María se ha conseguido otro “primo” para tal fin, pero Vincenzo, cuando se entera, reacciona a los balazos y mata a María y al “primo”. Y volvemos al principio, al entierro de María bajo la lluvia, con todos los hombres que han participado en estas etapas de su vida de pilotos y con paraguas.

 

La recordaba mejor de lo que es. Bueno, la vi a los 13 o 14 años y por entonces todo lo que expresara alguna idea con dos esdrújulas seguidas me parecía serio y profundo. Ahora a la vuelta de la esquina, algo discerní.

 

Es una película con muchos problemas y malas elecciones. Para empezar, es teatral en el peor sentido. Cada vez que alguien toma la palabra no la suelta por un buen rato. Y son parrafadas más farragosas que elocuentes. Además, el diálogo suple información que podría desarrollarse más dramáticamente, con mayor profusión de escenas. Parece una de las películas perezosas de Woody Allen, en las que prefiere contar con escenas largas, en un solo ambiente, con solo un par de cámaras, en vez de que con escenas más cortas y más ricamente planeadas. Por supuesto, de tanto en cuando hay logros en los diálogos. Después de todo, está escrita y dirigida por Joseph L. Mankiewicz, que de escrituras y dirección entendía largo y tendido, aunque no era infalible, claro.

 

Otro problema que tiene es que los personajes son muy poco atractivos y son tan simpáticos como una hiena con hambre. Se hace difícil empatizar con ninguno. Un poco tal vez con la María Vargas de Ava, por su supuesto impulso vital al menos. Los demás nos importan poco o nada. Incluido Humphrey (¡Dios me perdone!) Su personaje es testigo de la peripecia de vida de la Vargas, un amigo, un confidente, un psicoanalista improvisado. Un personaje opaco para alguien como Bogart. Ojo, demuestra que es un buen actor, que entiendo qué función cumple su papel y lo defiende con un entusiasta profesionalismo. Lo que hace es irreprochable, pero uno lo siente como un desperdicio. El cartel dice Bogart y Ava y uno se pone a imaginar algo más desafiante o apasionado que estrellita en ascenso recibe ayuda y consejo de director curtido.

 

Encima su papel y el del relacionista público que hace Edmond O’Brien tienen características tan similares que parecen mellizos. Dos cínicos duchos del mundo del espectáculo, que saben cuándo agachar la cabeza y tragarse el insulto y cuándo devolver los golpes recibidos con resignada sabiduría. Los diferencia un poco el amor al dinero que tiene el personaje de O’Brien. También que, en mitad del film, el Harry de Bogart se suaviza por presencia de su amada esposa, Jerry (Elizabeth Sellars) que lo contiene y lo robustece. Ella corta de raíz el más mínimo intento de doblegar o ningunear a Harry. Ahora que lo pienso, es un personaje agradable, no como el resto.

 

Y es extraño (si no extraño, al menos curioso) que todo erotismo, sensualidad o apasionamiento, esté fuera de cámara. Detalle que se manifiesta en el principio, no se ve qué es lo que la Vargas hace en el escenario del cabaret, solo se registra las reacciones del público. Después, como ya dijimos, se ven los pies de Ava y su “primo” en el camarín, una cortina los tapa pudorosamente. En la casa de la piscina, el otro “primo” es una luz en la ventana. Y no se ve cuando el conde Vincenzo la mata junto al amante, nosotros, el público, al igual que Bogart solo oímos los disparos.

 

La única excepción a algo parecido a la sensualidad es cuando el conde que hace Brazzi la ve por primera vez. Ella está ensayando un baile un tanto parsimonioso con un gitano, al que después le dará dinero que le sacó a Bravano. No es para menos, el gitano es un “primo”.

 

Eso sí, Mankiewicz ratifica que el dinero no hace a la felicidad (o tal vez odia a los ricos tanto o más que su hermano). Aquí los ricos puede que tengan asegurado el futuro, pero son infelices, neuróticos, frustrados e impotentes. A cuál peor.

 

Y si bien se supone que María Vargas es una fuerza vital, el erotismo irrestricto que ostenta es algo que todos quieren aplacar. Como si les molestara que una mujer fuera capaz de ser libre y plena en el sexo. Todos andan como catequistas procurando reformarla. Sin duda su voluptuosidad los amenaza.

 

Para no cargar tanto las tintas sobre estos hombres, podemos decir que son muy producto de su época, muy personajes de postguerra o más bien de post bomba atómica. Todos andan con la crisis existencial, saboreando la angustia de saber que el hombre es un miserable irredimible, que de tanto insistir en ser lobo del hombre, poco de humano le queda.

 

Pero ¿no es que la chica descalza es una alternativa? ¿Algo así como a coger que hay que replantear el mundo? Sin embargo, lo que le sale a Mankiewicz es más bien: Matémosla ya, no sea cosa que con su vitalidad nos salve de esta angustia tan sentadora que estamos disfrutando.

Gustavo Monteros

 

viernes, 19 de julio de 2024

Querido diario - Hoy: El rey



 

A los fines prácticos, The King es la historia de una venganza. Pero ¿una deliberada, concebida, planeada? O ¿una accidental, azarosa, improvisada?

 

Elvis (Gael García Bernal) sale de la Marina con un rifle y un dinero ahorrado y se dirige a un pueblo de Texas para contactarse con su padre, al que no conoce, Dave (William Hurt) hoy un pastor evangelista a cargo de una comunidad cristiana.

 

Dave le pide a Elvis que se mantenga alejado de su nueva familia. A su esposa Twyla (Laura Harring), a su hija Malerie (Pell James) y a su hijo Paul (Paul Dano) les pide que no se relacionen con Elvis, pero no les cuenta que es un hijo carnal que tuvo con una mexicana en su tumultuoso pasado, del que se dice reformado.

 

Pero Elvis ya ha conocido a Malerie y se embarca en una seducción irrestricta. Paul, frustrado por no haber sido elegido en la universidad local en la que ha decidido seguir sus estudios y serenamente furioso por haber sido retado por su padre por hacer en la iglesia un número musical no doctrinario sino catártico, al descubrir una noche que Elvis ha estado en la pieza de Malerie lo sigue hasta el hotel en que vive y le ordena que no vea más a su hermana. Elvis, con una frialdad ¿insospechada?, lo mata y esconde su cadáver, a la vez que organiza circunstancias para que se crea que Paul ha huido de la familia por sus propios medios. Entonces…

 

En el afiche se lee un slogan publicitario que dice: “El diablo me ha obligado a hacerlo”. En un momento clave de la historia, Elvis dirá: “Dios me ha obligado a hacerlo”. Las dos versiones de la frase no son un error ni un truco publicitario. Son la declaración de principios de para dónde va la película.

 

Dios y el diablo no son las dos caras de una misma moneda, pero cuando se habla tanto en que todo se hace en el nombre de Dios, el diablo no tarda en meter la cola. Dave es un evangelista obcecado, fanático, irreductible, no solo dice hacer las cosas en nombre de Dios, sino que erige en su representante, en su vocero, porque cree en Dios piensa que Dios habita en él.

 

Cuando Paul desaparece no entra en crisis de fe sino en desazón. ¿Por qué Dios habría de quitarle a su hijo? No haya respuesta y ve en Elvis al hijo pródigo. Y lo lleva a su casa, lo pone en la habitación de Paul. Reemplaza al hijo perdido con el recién encontrado.

 

Error. Puede que participemos (por ser hijos) de la naturaleza divina, pero ni por asomo somos dioses. En el caso de Dave, ¿la redención obtenida no borra su pasado? Al parecer no, sobre todo cuando se ha intentado negar las consecuencias del mismo, o sea al hijo. El supuesto puro ve peligrar su imagen santurrona y prohíbe al hijo recién llegado y a la familia que no se traten.

 

Estas son solo algunas de las preguntas que van surgiendo a medida que avanza la historia. Cada decisión que cada uno de los personajes toma trae consecuencias arrasadoras. Elvis, un rey de pacotilla con corona de cartón de restaurant de comida basura, ¿ha destronado al profeta hipócrita? ¿Esa era su misión?

 

Este film de 2005 de James Marsh crece con lentitud, pero es apasionante. Gael García Bernal y Willliam Hurt están soberbios en sus personajes y ratifican que son actores maravillosos.

 

Por desgracia ha habido guerras, masacres, persecuciones atroces por las mismas pretensiones que ostentan estos personajes. La fe pueda que mueva montañas, pero también puede destruirlas.

Gustavo Monteros

viernes, 12 de julio de 2024

Querido diario - Hoy: Las nuevas ropas del emperador


 

Por una vez decidí seguir mi propio consejo. ¿Cuál de todos? Cuando digo que, si la realidad es cruel y sucia, mejor meter la cabeza dentro de una feel movie.

 

No como el avestruz para no ver, sino para recuperar con un cuento que podemos ser sensibles, solidarios y bienintencionados.

 

Me cruzo con The Emperor’s New Clothes (Alan Taylor, 2001) y decido verla por fin completa y de corrido. Cuando reinaba el cable, la veía empezada y por partes. Me gustaba lo que veía, pero o no terminaba de verla o me sorprendía empezada. Y por los motivos que fueran, no utilizaba mis recursos para verla al fin entera.

 

Como Sus ojos se cerraron y el mundo sigue andando (Jaime Chávarri, 1997) o La luz prodigiosa (Miguel Hermoso, 2003), da un final alternativo al destino de un hombre notable, en este caso, Napoleón Bonaparte. El juego, claro, está en inventar circunstancias que hagan plausible la peripecia. Convencernos sin caer en la gratuidad del disparate. Aquí, al igual que en los dos buenos casos citados, lo logran.

 

Al principio estamos en 1821, en Santa Elena. El exemperador evita la angustia o el tedio del exilio dictando sus memorias. Una organización secreta, empeñada en su regreso al poder, ha dispuesto reemplazarlo por un sosia, un viejo marinero. El doble lo cubrirá en la isla y Napoleón ocupará el lugar del marinero en el barco y se bajará cuando lleguen a París.

 

El engaño se revelará cuando haya recuperado el gobierno de Francia. Pero, ya se sabe, no hay plan perfecto. Terminará en Bélgica, y casi a la buena de Dios. Pasan algunas cosas y llega por fin a París, sus nuevas instrucciones son contactar con el teniente Truchaut.

 

Llega a la casa del teniente y descubre que no podrá albergarlo porque ha muerto. Su viuda (que no lo reconoce como Bonaparte) le da trabajo y cobijo por unos días, al cabo de los cuales deberá irse, porque la pobre está en una pésima situación económica. El negocio de venta de melones y sandías en el que ha depositado todas sus esperanzas y el poco dinero que le quedaba no funciona como ambicionaba.

 

Pero a Napoleón le basta con un mapa y un objetivo a conquistar para dar con una estrategia vencedora y la ayudará a salir adelante y ganarse unos buenos réditos. Mientras tanto en Santa Helena, su doble no quiere revelarse como tal y persiste en ser Napoleón. Disfruta de los beneficios de ser un prisionero de lujo y además se revela como un narrador astuto que salpimienta las memorias del gran corso, sobre todo las amorosas con un erotismo delicioso. Y así una cosa lleva a la otra.

 

Es una película muy disfrutable por la historia, por el pudor y la elegancia con la que está narrada, sin subrayados ni salidas de tono, por un elenco perfecto y porque la improbable pareja romántica de Napoleón y la viuda tienen una química que vuelve lo implausible no solo posible sino real y concreto.

 

El maravilloso Ian Holm, por una vez ascendido a protagónico, demuestra tener una solvencia envidiable, no solo para atraer nuestra atención sino para llevarnos literalmente de las narices.

 

Ella es Iben Hjejle, una estrella danesa, que no ha fatigado el cine de Hollywood, aunque es bella y brilla como la mejor.

 

Me fui a dormir con una sonrisa que evitó los monstruos en mi sueño. Al día siguiente la realidad no era piadosa y bella por la magia del cuento, pero mi voluntad de cambiar la podredumbre se fortaleció. Después de todo, ser consciente de que el mundo puede ser mejor es un primer paso y aleja las inmensas ganas de resignarse, de rendirse. Y eso es algo que los buenos cuentos siempre pueden hacer.

Gustavo Monteros


viernes, 5 de julio de 2024

Querido diario - Hoy: Venganza por el pasado - Una banda loca, loca


 

Venganza por el pasado es una película industrial multigénero como les gusta a los productores, un poco feel good, un poco buddy movie, un poco thriller, un poco de acción, un poco drama y un poco comedia y un todo de venganza a cumplir como sea. La surcoreana Rimembeo (¿en el original?) o Remember (para el público anglosajón) fue escrita y dirigida por Il-Hyeong Lee en 2022 y me la crucé por casualidad en Prime Video paveando o buscando otra cosa.

 

Pil-Ju (Lee Sung-min) anda por los ochenta años y hasta ayer trabajaba en un restaurant de comida rápida. Allí conoció a In-gyu (Nam Joo-hyuk), un veinteañero al que el viejito le parecía tan inofensivo como simpático. Lo que ni se imagina es que el viejo necesita ayuda para completar una lista de pendientes (o sea, cosas que hacer antes de morir) que no incluye visitar antiguos amores perdidos sino matar a unas cuantas personas que le hicieron mucho daño a su familia y a él, durante la dominación japonesa de Corea.

 

El viejito no será un exmarine, pero tiene algunos trucos que enseñarles. Pese a sus recursos para la pelea, tiene unas cuántas cortedades físicas, traducidas como un Alzheimer galopante y un tumor cerebral que se le expande con la celeridad del Correcaminos. Por supuesto el deseo de venganza está más que justificado (faltaba más) y el joven no es un inocente intocado por la injusticia. Su padre está inválido, la empresa que lo explotó toda la vida se niega a hacerse cargo de los gastos que su decadencia física depara y en la desesperación por darle el mejor tratamiento, el joven recurrió a unos mafiosos prestamistas que exigen que se les cumpla en efectivo lo más pronto posible. De ahí que al joven, los pruritos moralistas de despanzurrar gente se le pasen más bien rápido y que de auxiliar del viejo pase a secuaz o cómplice.

 

Para no perder la atención del público en las dos horas con ocho minutos que dura el film, habrá vueltas inesperadas de guion y sorpresas varias, lícitas en todo melodrama, con acción o sin acción, que se precie. Aunque lo que hace que uno no abandone jamás el relato, ni aunque nos prometan un más que generoso puñado de dólares es Lee Sung-min, el actor que hace de viejito. Una maravilla por donde se lo considere, ni hasta el mismísimo Robert De Niro se salva de envidiarle un talento nato que ilumina cada rincón del personaje que le tocó en suerte.




Debería haber una ley contra los compositores extremadamente melodiosos, esos que componen canciones tan pegadizas que basta escucharlas una vez para que instalen en nuestra memoria para siempre. De existir tal ley, los hermanos Sherman habrían estado presos, no de por vida, sino de por varias vidas. Robert B. Sherman (1925-2012) y Richard M. Sherman (1928-2024) son los responsables de las canciones de Mary Poppins y Chitty Chitty Bang Bang, entre otras magnéticas composiciones.
 
Supercalifragilisticoexpialidoso y Chim Chim Cher-ee de Mary Poppins o la canción del título de Chitty Chitty Bang Bang son más pegajosos que el almíbar, más inolvidables que Rebecca, más verificables que el mal aliento, más contagiosas que el resfrío y más adherentes que el abrojo.
 
La muerte reciente de Richard M. Sherman me recordó que tenía pendiente la revisión de una fallida comedia musical de la Disney de 1968: The One and Only, Genuine, Original Family Band o Una banda loca, loca, dirigida por Michael O’Herlihy y con canciones de ¡los hermanos Sherman!
 
Se basa en la biografía de Laura Bower Van Nuys (¡?) y se centra en las elecciones presidenciales norteamericanas de 1888. Dato no menor porque hay una lógica Romeo y Julieta, pero no entre la pareja romántica del film sino entra el abuelo y padre de la familia.
 
El abuelo (Walter Brennan) es demócrata mientras que el hijo y pater familias (Buddy Ebsen) es republicano. La madre (Janet Blair) y la hija mayor (Lesley Ann Warren) son árbitros apolíticos entre las partes (estamos a años luz de algunas modernidades, el sexo femenino, según la mentalidad de la época, solo debe ser reproductor y guardián del hogar, o sea a parir hijos, guisar, coser y callarse)
 
La apolítica hija está comprometida con un editor de periódico republicano, resistido por el abuelo, no como persona sino como portador de una ideología inadmisible (en realidad más una dicotomía futbolera Boca-River // Estudiantes-Gimnasia, etc., que otra cosa) El chico editor este es de Dakota y convence a la familia de que se instalen en este territorio. Así como así, sin mucha lógica ni motivación, la familia que hasta ayer iba a cantar en una convención demócrata en Chicago, termina mudándose a Dakota como unos buenos y sacrificados pioneros. La chica futura esposa del editor trabajará allí de maestra.
 
Todo bien, pero el abuelo provoca con sus ideas a medio pueblo, mayoritariamente republicano, y surge algo así como un conflicto. Llegarán las elecciones, habrá sorpresas sobre detalles del sistema eleccionario yanqui, los dos partidos terminarán beneficiados y todos se pondrán a cantar y bailar (algo que ya venían haciendo desde un principio).
 
Obviamente el estudio Disney quería surfear la ola de las familias musicales creada por La novicia rebelde, pero el material elegido, a pesar de que todos tocan un instrumento musical, no daba para mucho. El trámite de verla es caprichoso y confuso. Pero uno llega al final por ¡las benditas canciones de los Sherman!, que de puro melodiosas son irresistibles.
 
Y para contribuir a la confusión del asunto, abuelo y padre lucen como dos viejos de edad pareja, más para hacer de hermanos que de padre e hijo. Brennan había nacido en 1894 y Buddy Ebsen (muy popular por aquellos tiempos, dado que era el pater familias de Los Beverly Ricos (The Beverly Hillibillies, una sitcom icónica que estuvo en el aire como por 10 años, del 62 al 71)) había nacido en 1908), o sea que Walter Brennan lo había engendrado a los 14 años, bueno, es que los pioneros eran ¡muy precoces! El mayor de los hijos de la familia es un astro niño-joven de la Disney de aquellos tiempos, el ahora igual de famoso Kurt Russell. Y es la película debut de una jovencita que sería el amor de su vida y su pareja duradera, es decir, Su Majestad Goldie Hawn, que aparece de lo más pizpireta y desarrollada en la fiesta del granero. Y no es una ilusión óptica que Goldie luzca desarrollada y Kurt todavía un impúber. Kurt nació en 1951 y Goldie en 1945.


Gustavo Monteros