Leo que Scorsese retoma su abandonado proyecto de la vida y
obra de Frank Sinatra y me acuerdo de que en mi lista de películas para ver o
rever tengo un par de comedias referidas a su mito. The Night We Called a
Day (también llamada All the Way), de Australia, dirigida por Paul
Goldman en el 2003 sobre la accidentada visita de Frankie a Sídney en 1974
dentro de su gira australiana. Y Strictly Sinatra (rebautizada
localmente como A su manera), film inglés de 2001 de Peter Capaldi,
sobre un cantor de pubs con un repertorio exclusivo de temas de La Voz que se
mete en problemas con la mafia de Glasgow.
Empiezo con The
Night We Called a Day. Rod Blue (un jovencísimo y atlético Joel
Edgerton) es un productor de roqueros que sueña con traer a Frank Sinatra
(Dennis Hopper) a Australia por primera vez. El representante de Blue Eyes,
Mickey Rudin (David Hemmings) se muestra escéptico, pero gracias a la mano que
le da la peculiar secretaria de Mickey, Doris (una encantadora Jennifer Hagan),
Rod consigue su oportunidad.
Rod tiene a su vez la ayuda inconmensurable de su
secretaria, Penny (Victoria Thaine) embarazada de un roquero del que no quiere
ni acordarse y de Audrey (una incipiente y ya ultra brillante, Rose Byrne), una
aspirante a productora, que supo ir al secundario con Rod y del que está
enamorada desde esa época, cuando él era el surfer que deslumbraba a media
escuela.
Sinatra no viene solo, lo acompañan Barbara Marx (Melanie
Griffith) que será su última esposa, el mencionado Rudin, un guardaespaldas con
antecedentes mafiosos, Jilly Rizzo (Stephen O’Rourke) y un peluquero Phil
(Nicholas Hope) que además de atender los peluquines (por esta época, Frank
estaba pelado, pero no iba al baño sin su tupé) debía asegurarse que la taza de
té, que Frank utilizaría en escena, estuviera rebosante de gin.
En el aeropuerto, una periodista sin escrúpulos, Hilary
Hunter (Portia de Rossi) molesta a Frank con preguntas agresivas e insultantes.
Los guardaespaldas la empujan y ella asegura que uno de ellos, o que el
mismísimo Frank, la escupió. Los productores lo niegan, aunque igual se
disculpan.
Pero Frank en su primera actuación improvisa una respuesta
a Hilary, en la que la llama de todo menos bonita. Hilary logra que los
sindicatos de Australia declaren persona non grata a Frankie y se nieguen a
atenderlo en su hotel, en el que queda prácticamente secuestrado, porque hasta
el ascensor le cortan, sin las atenciones esperables, como el acostumbrado room
service, hasta llegar al colmo de cortarle el agua.
Pese a todo esto, Frankie se niega a dar el brazo a torcer.
El jefe de los sindicatos un singularísimo Bob Hawke (David Field), que llegará
a ser primer ministro de Australia por unos cuantos años, termina por sentarse
en un comité de emergencia con los representantes de Sinatra para destrabar el
conflicto.
El único personaje que me queda por consignar es el padre
de Rod, Ralph (Tony Barry) un empresario con conexiones importantes (no del
todo legítimas) que es tan llamativo y expansivo como su hijo.
No es una comedia antológica, aunque sí eficiente. Con
varios puntos a su favor. Dennis Hopper se divierte haciendo de Sinatra, pero
su caracterización fluye mejor fuera de escena, que cuando su personaje mítico
está en escena (no es fácil estar en los zapatos de Sinatra) Melanie Griffith
está muy bella y luce ropa impecable. Portia de Rossi no disculpa a su turra
hija de puta como pocas. Rose Byrne ya es fabulosa, virtud que disfrutamos
ahora en toda su plenitud y Joel Edgerton demuestra que los protagónicos no le
quedan grande, exuda talento y magnetismo. Y todos, todos, lo que se dice todos
los demás contribuyen a que al desarrollo no le falte encanto y sonrisas.
No fue un éxito en su estreno, la crítica la vapuleó un
poco y prácticamente ni los radares de curiosidades la detectaron, sin embargo,
si uno se la cruza, sin duda, pasará unas sorpresivas casi dos horas muy
gratas. Eso sí, puede que el tratamiento que recibe el personaje de Portia de
Rossi hoy alce las cejas de las feministas a ultranza, que no encuentran
reprobables el comportamiento de esas malas mujeres, llamadas vulgar y hasta
cariñosamente, unas yeguas de aquellas (chicas de mi corazón, no se pongan fundamentalistas,
porque que las hay las hay, y no soy retrógrado por reconocer su existencia)
Pero lo que más disfruté fue que reverdece el mito y sus
raíces para serlo. El hombre fue un grande, y no solo en escena. Defendió el
trabajo de los músicos. Luchó por los derechos de los negros, en tiempos en los
que la discriminación reinaba, se atrevió a no aceptarla y darle batalla en
todos los frentes. El establishment se vengó asociándolo a la mafia, y
ampliando sus peculiaridades de estrella, volviendo escandaloso hasta que
reservara mesas apartadas en los restaurantes.
En la vida privada le costaba no estar siempre a la altura
del mito. Cuanta más seguridad fungía era cuando más frágil se sentía. Era
generoso, sensible y solidario. De todo esto, el filme da cuenta no en primer
plano, pero sí en los detalles. No obstante muestra, y eso me emocionó mucho,
que cuando desplegaba su magia, desataba en quienes lo escuchaban algo que si
no era la felicidad, se le parecía bastante.
La película no usa su voz, sino la del australiano, Tom
Burlinson, y está bien que así sea, porque hasta la sombra de la sombra, hasta
el último reverbero del eco, demuestran que la leyenda no fue un fenómeno
inventado y pasajero.
En Strictly Sinatra, Toni Cocozza (Ian Hart) no solo
ha redescubierto el talento de Sinatra, sino que lo ama hasta el punto de
dedicarse en exclusividad a su repertorio. Lo secunda el pianista, Bill (Alun
Armstrong). En un casino en el que va a actuar conoce a Irene (Kelly Macdonald)
que vende cigarrillos en una caja calzada a la nuca con una correa, como los
viejos carameleros de los cines. Y como corresponde cuando uno se cruza con
Kelly Macdonald, nuestro Tony se enamora de ella hasta la masmédula.
Esa noche se deslumbra también con el mafioso, Connolly
(Ian Cuthbertson) y su entorno, que incluye al mejor perderlo que encontrarlo
Chisolm (Brian Cox), un lugarteniente feroz, impredecible. Toni comienza una
doble vida que oculta a Bill e Irene. Cuando se enteran, estos le piden que la
abandone. Algo que no será fácil, porque hay errores que se pagan caro.
Strictly Sinatra, en
los papeles no es una mala película. Es claro lo que intenta, pero no termina
de levantar vuelo y menos llega a buen destino. Puede que las imprecisiones y
el desánimo tengan que ver con el luctuoso detrás de escena. El papel que al
final interpretó Alun Armstrong lo iba a hacer Ian Bannen, que murió en un
accidente de tráfico unos pocos días antes de iniciarse el rodaje. Fue reemplazado
con rapidez, claro, pero el duelo de su ausencia quizá no tuvo el tiempo
necesario de elaboración y terminó por colarse e impregnar de melancolía
ineficiente el desarrollo del proyecto.
Era chico cuando comencé a ver cine y los monstruos
sagrados del viejo Hollywood no admitían iconoclasias ni sacrilegios. Se los
aceptaba con la naturalidad y reverencia con que se admiten los cambios de
estaciones, los eclipses o los caprichos del mar. Y yo obedecí sus designios
sin chistar, sin preguntarme cuáles me caían bien, quiénes no me caían, o cómo
algunos hicieran lo que hicieran siempre me dejarían afuera. Con el tiempo
comprendería que podía discernir y elegir algunos y rechazar otros, que no estaba
obligado a que todos fueran santos de mi devoción. No se trataba de juntar
todas las figuritas para llenar un álbum, sino de elegir las preferidas para
llenar tu propio álbum. Durante muchos años no supe qué hacer con Frank
Sinatra, pero desde que lo subí a mi Olimpo ya no lo bajé más.
Gustavo Monteros
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