viernes, 24 de mayo de 2024

Querido diario - Hoy: De entre las historias tres veces contadas: Los salarios del miedo




 

Primero fue una novela de Georges Arnaud publicada en 1950. Otro Georges, Henri-Georges para ser más precisos, Clouzot, de apellido la llevó al cine en 1953.

 

La historia en sí tiene dos partes claramente discernibles. La primera que presenta los personajes y su entorno y una segunda con la peligrosísima misión que los “elegios” deben llevar a cabo. Todo transcurre en un lugar inventado, Las Piedras, al que se puede acceder solo por avión, situado en un país latinoamericano bajo una dictadura militar.

 

En Las Piedras casi todos son pobres y el único trabajo decente a conseguir es en la SOC (South Oil Company), una planta norteamericana de extracción de petróleo.

 

Las Piedras es el último refugio de los que huyen y ya no les queda un peso en el bolsillo. Son marginales, exdelincuentes, amorales y crueles. Son capaces de cascotear un perro atado. El calor los pone sucios, sudorosos. El viento los cubre de polvo y espantan las moscas y mosquitos con los pañuelos y los sombreros. El lugar común les dice escoria, en realidad son hombres tan en el fondo de las cosas que solo el alcohol y la esperanza los ayudan a llegar al día siguiente.

 

La bendición (una posibilidad de salida) es una maldición en cualquier idioma. Explota un pozo petrolero y para apagarlo hay que hacer un vacío con una explosión de nitroglicerina, que solo puede transportarse en camiones por un camino peligroso con altas posibilidades de hacerlos volar.

 

Todos los hombres que saben manejar se presentan a la prueba de selección. Y quedan elegidos, Mario (Yves Montand), un francés tan apuesto como inescrupuloso, capaz de vivir de su amante Linda (Véra Clouzot), Luigi (Folco Lulli) un albañil italiano, recientemente condenado por una enfermedad mortal que puede evitar dejando de ser albañil, Bimba (Peter van Eyck) un alemán taciturno al que los nazis mataron a su padre y Smerloff (Jo Dest), otro alemán que uno sospecha es un asesino de las SS.

 

Pero al amanecer del viaje, Smerloff no se presenta, quizá Jo (Charles Vanel) tuvo algo que ver con su desaparición. Jo es un gánster que está envejeciendo mal, tiene comportamientos siniestros y miserables, es voluble y violento. Jo toma el lugar de Smerloff en el camión.

 

Empieza entonces el viaje que nos llena de suspenso, que nos atenaza al borde del asiento, que más allá de la poca empatía que desarrollamos por estos personajes tan detestables, deseamos que les vaya bien, que no vuelen y que lleguen a destino con la nitroglicerina, porque dejaron de ser individuos a pasar a ser representantes del hombre en su lucha contra las adversidades del mundo.

 

Esta segunda parte hizo que esta película fuera un clásico inolvidable e ineludible. No extraña entonces que un admirador de los clásicos y del cine francés en particular, William Friedkin, intentara una remake.

 

Le puso otro título, Sorcerer (hechicero, brujo) por el nombre con el que personificaron a un de los dos camiones designados para la hazaña. Friedkin respeta los dos momentos de la historia, la presentación de ambientes y personajes que preceden al viaje decisivo, pero introduce una gran cantidad de cambios.

 

Clouzot presenta los personajes directamente en el lugar del que quieren abandonar, su vida anterior es referida en diálogos o anécdotas, Friedkin, en cambio, hace un racconto de lo que llevó a los que serán los cuatro conductores a esta encerrona. Primero vamos a Veracruz, México y vemos a Nilo (Francisco Rabal) como un asesino a sueldo que cumple con un encargo. Pasamos a Jerusalén, Israel y vemos a Kassem (Amidou) participar en una célula terrorista de cuatro integrantes que acomete un atentado. Son perseguidos y solo Kassem no es atrapado. Después nos encontramos en París, Francia, y atestiguamos que Victor (Bruno Cremer) un financista rico, bien casado y posicionado, enfrenta una denuncia por fraude, de la que no sale bien parado, por la que tiene que dejarlo todo. Y, por último, nos hallamos en Elizabeth, Nueva Jersey, EE.UU., y vemos a Jackie (Roy Scheider) como el chofer de una banda mafiosa que comete un atraco que termina muy mal.

 

Terminado este prólogo, pasamos al lugar del que querrán irse, esta vez se llama El porvenir y es un villorrio remoto, perdido en la selva de un país latinoamericano, otra vez dominado por una dictadura militar.

 

Como en El salario del miedo de 1953, vemos la llegada del viejo delincuente, antes llamado Jo y ahora bautizado Nilo. En la del 53, Jo tomaba a Mario como su ladero, aquí Nilo y Jackie no se relacionan y mantienen una fría y desconfiada distancia.

 

Se produce la explosión en el pozo petrolero, todos los hombres del pueblo que saben manejar son probados, Kassem, Jackie, Victor y un tal Márquez (Karl John) son elegidos. Márquez, un alemán que se supone un criminal de la segunda guerra, no aparece al amanecer del día del viaje. Es reemplazado por Nilo, que se deduce, asesinó a Márquez para ocupar su lugar.

 

Y si en El salario del miedo del 53, el viaje era por lugares secos, pedregosos, áridos, aquí será por caminos selvosos, barrosos, y parte de la travesía se hará bajo una lluvia torrencial.

 

Más allá de las diferencias, Friedkin logra igual suspenso que Clouzot, que no es poco. Su reelaboración logra similares intensidades. Más allá de las coincidencias, más que una remake es una relectura muy lograda.

 

Y como aquí se cumple el dicho de no hay dos sin tres, este año de 2024, el director francés, Julien Leclercq, reinterpreta la historia. Respeta los dos momentos, pero parece no confiar demasiado en las alternativas del viaje que tan bien utilizaron Clouzot y Friedkin.

 

Esta vez estamos en un país árabe, desértico, por supuesto. Un golpe de estado halla a los hermanos, Fred (Franck Gastambide) y Alex (Alban Lenoir) ultimando detalles para dejar el país. Fred es facilitador de soluciones, un fixer todo terreno, soltero y sin compromisos. Alex es un especialista en detonaciones, con esposa e hija, convenientemente adorables. Para no irse con las manos vacías, Fred le propone a Alex un golpe, por el que Alex termina apresado en una cárcel que deja a la de Expreso de medianoche a la altura de una ONG que rescata gatitos.

 

Fred y la familia de Alex se refugian en un pueblito en el que explota un pozo petrolero. Hay que apagarlo con celeridad porque puede hacer volar el subsuelo en el que se asienta el pueblo. Fred, que anda noviando con una médica del lugar y a la que protege cuando reparte medicamentos por asentamientos cercanos, consigue el trabajo de apagar el fuego, para lo cual consigue la libertad de su hermano, que después de todo es el experto.

 

Comienza el viaje y más que el suspenso de ver si la nitroglicerina explota, la expectativa depende de si logran sortear campos minados o ataques de piratas del asfalto que quieren quedarse con la carga, ignorantes, claro, de que es solo explosiva.

 

Esta versión se aleja de la creación de un pueblo infierno o purgatorio y de la posible hazaña que puede redimir y dar una salida. Aquí la lógica inicial es la de una película catástrofe (hay que apurarse antes de que el desastre se lleve el pueblo y a la familia de Alex de paso) y la del viaje es la de un western de caravana de carretas (antes ataque de los indios, ahora ataque de piratas motorizados que, si de asociaciones se trata, agrega un toque de lógica Mad Max). En resumen, esta reinterpretación desvirtúa los ejes del relato primigenio.

 

Las buenas historias no se agotan y vuelven a ser contadas todas las veces que un público lo requiera o la creatividad comande. Y como que hay miedo, estos salarios volverán a pagarse.

Gustavo Monteros


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