viernes, 17 de mayo de 2024

Querido diario - Hoy: Bellman and True


 

Justo se te ocurrió morirte cuando yo veía una película que te tenía de protagonista. Ni tanto ni tampoco, casi. Te moriste al día siguiente de que yo la viera. Aunque no sabemos con certeza el momento de tu muerte, solo conocemos con exactitud cuándo tu agente dio a conocer la luctuosa noticia.

 

En los días previos, te me venías cruzando. Los innumerables despidos cotidianos que estamos padeciendo en este actual Mileinato del Río de la Plata me puso a pensar en las ficciones inglesas que retrataron el apogeo de Margaret Thatcher y en el barajar de títulos se me vino la miniserie que vos protagonizaste, la de 1982, la de cinco episodios, Boys from the Blackstuff, en la que cinco desempleados hacían lo que fuera para sobrevivir en el Thatcherismo.

 

¿Cuándo y dónde te conocí? No sé. No me acuerdo. Vos andabas por los repartos de esas películas que veía seguro (por distintos motivos) más de una vez. Como Gandhi, que es también del 82 o como El motín del Bounty, la de Mel Gibson y Anthony Hopkins, claro, que es del 84 o como Conspiración de mujeres o Drowned by Numbers, la de Peter Greenaway, que es del 88 (a Greenaway lo veíamos tupido por entonces, era casi como la escuela, obligatorio)

 

Pero vos ya habías estado en muchas cosas antes, en pequeños papeles, hasta en Yo, Claudio estuviste, allá por el lejano 1976. Pero desde donde seguro, seguro, te empecé a ubicar fue después de Yo amo a Shirley Valentine (1989), en la que eras el marido de la deliciosa Pauline Collins.

 

Faltaba todavía mucho para que participaras en las películas que verían millones y millones de personas por todo el mundo: Titanic (1997) donde fuiste nada más ni nada menos que el valeroso capitán y la trilogía de El Señor de los anillos (2001-2003), aunque tu personaje, Théoden, está en las dos últimas.

 

Pero en estos días te me apareciste también en una lista de la página de listas para cinéfilos, Taste of Cinema, a la que estoy asociado en Facebook. La lista era sobre “10 grandes thrillers de los ochenta que quizá no haya visto”. Yo había visto los 9 primeros y me faltaba la décima, que era en la que vos estabas, que fue la que terminé viendo mientras te morías. O casi, pero que andabas en eso, andabas en eso.

 

Este thriller, Bellman and True, es de 1987, lo dirigió Richard Loncraine, que venía de la tele y de la publicidad y que en 1977 había dirigido Full Circle (o Posesión diabólica) una de terror (uno de los géneros que menos me entusiasma), pero que se me quedó porque la protagonista, Mia Farrow, en un ataque de desesperación intentaba salvar a su hija improvisando una traqueotomía con un cuchillo de cocina. A Loncraine también lo recuerdo por su versión de Ricardo III, que la hace transcurrir en los años treinta con mucho Art Decó y en la que participan muchas luminarias como Ian McKellen, Annette Bening, Maggie Smith y Robert Downey Jr entre otros notables.

 

Pero volvamos a Bellman and True. Vos hacés de Hiller, un experto en computación, que anda de fuga con un chico de unos 12 años, que parece que es tu hijo, pero no, es hijo de tu exesposa que te abandonó y te dejó a cargo del chico. Los maleantes de los que huís por no poderles devolver una plata que les pediste prestada, te encuentran y te exigen que los ayudes a eliminar la alarma de un banco que planean robar, al principio vos no vas a participar del robo, pero terminás involucrado. Y ya se sabe, ningún robo es fácil y pasan un montón de cosas que te atornillan al asiento y te mantienen en vilo.

 

Por entonces tenías 43 años y estabas en la plenitud de tus recursos actorales. Y el protagónico no te queda chico, todo lo contrario, llenás la pantalla y demostrás tener magnetismo de estrella. Nos hacés estar ahí con vos, nos participás de todo lo que te pasa y nos hacés querer que todo te salga bien. Fue uno de los pocos filmes que protagonizaste porque, aunque teniendo todo lo que hay que tener, te negaste a ser una estrella, o al menos su sucedáneo, eso que llamamos, figura.

 

Elegiste pertenecer a ese grupo selecto, no muy numeroso, de actores que prefieren ser herramientas del director antes que estrellas o primeras figuras. Nunca se sabe si por timidez, desidia, comodidad o pereza. Ser estrella es un trabajo full time. Hay que proyectar una personalidad basada en las peculiaridades identificatorias, potenciadas y embellecidas. Se trata de ser muy vos, para todos los otros. Basta con un poco de decisión, voluntad y empecinamiento. Tenés que hacer todo lo que te gusta, pero con detalles que te caractericen. ¿Te gusta vestir deportivamente? Bien, hacelo, pero de la mejor manera posible y con una impronta propia e intransferible.

 

Tenés que pulir también una personalidad pública, un personaje de vos mismo, si sos simpático naturalmente, ahora tenés que serlo toda vez que alguien esté mirando, y si hay una cámara mejor, si sos de pocas palabras, ahora la parquedad pisando la mudez es tu sello, y antes que nada, tenés que comentárselo a tu agente, él o ella te darán un montón de sugerencias y consejos para lograr alcanzar y permanecer en el primer plano.

 

Claro, lo esencial es tener eso que vos ya habías demostrado tener, el magnetismo, que en un actor es una humanidad tan flagrante que hace que como público siempre te sigamos en escena. Es arduo ser estrella, no es fácil ni para cualquiera. Y hay algunos a los que les da fiaca hasta la idea de considerarlo. Eligen no estar siempre en el centro de la escena, bajo el reflector constante, nunca fuera del eje de la seducción. Es trabajar más que el resto, claro. Justificar con creces que la gente vaya a tener ganas de pagar una entrada para verte. Porque estar arriba del título de la película es el factor decisivo, en primera instancia, de que el público quiera verla o no. Los actores secundarios ayudan, pero son las estrellas las que deciden la voluntad de los espectadores.

 

Los que pueden ser estrellas y no eligen serlo me dan mezquinos, que escamotean talento, que nos dejarán siempre con las ganas. Algunos directores son más generosos que ustedes y siempre que pueden les dan el protagónico. Pero ustedes no se deciden a dar el gran paso y en el proyecto siguiente vuelven al reparto, a pulir su rincón, a disfrutar con su participación. Les encanta lo que hacen y como saben que tienen talento, nos hacen apreciarlos. Y terminamos por amarlos, porque amamos el talento. Pero nos hubiera encantado que estuvieran más tiempo en escena, que llenaran la pantalla, que fueran el centro de la película. Lo que hacés en Bellman and True es maravilloso. Y no nos dejás con gusto a poco porque sos el epicentro de lo que se cuenta. Pero en tu caso fue una de las excepciones, no la regla.

 

Como sea, te saliste con la tuya. Nos sacabas a bailar y cuando le íbamos tomando el gustito, nos volvías a sentar. Y ahora que ya no podés llevarnos, querríamos tener el recuerdo de haber bailado hasta que los pies no nos dieran más. Hoy con la autoridad de quien no puede ser discutido, si pudieras vos nos retrucarías: Pero, bailamos, ¿no?

Gustavo Monteros

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