viernes, 19 de abril de 2024

Querido diario - Hoy: Dos vidas musicales del Cristo



 

Las semanas santas de mi infancia eran de un intenso recogimiento (con el perdón de la palabra). La Iglesia Católica regía los modos y las costumbres sociales según el calendario litúrgico. Había Día de los Santos y Día de los Muertos (si mal no recuerdo, uno o los dos eran feriados) Y en Semana Santa, no me acuerdo a partir de qué día, las estatuas de los santos se cubrían con mantos violetas en las iglesias, y en jueves y sábado santos, en la radio solo se oía música clásica, triste y solemne, y los viernes durante todo el día una sucesión de música sacra, fúnebre y monótona como pocas. La televisión suprimía todos sus shows y eran reemplazados con conciertos melancólicos o con películas en las que Jesús era la estrella (Rey de Reyes, La más grande historia jamás contada) o la participación especial (Ben-Hur, El manto sagrado, ¿Quo Vadis? Se programaban también Los 10 mandamientos, Sinuhé, el egipcio, El hijo pródigo que no referían específicamente a la fecha, pero que tangencialmente aludían a aspectos centrales o laterales del catolicismo imperante. Los 10 mandamientos se remitía al Antiguo Testamento, Sinuhé, el egipcio si bien transcurría en el Antiguo Egipto, se la relacionaba caprichosamente con el cristianismo, aunque más no fuera como lo que pasaba cuando no se conocía la religión verdadera o algo así, y El hijo pródigo ilustraba, claro, la famosa parábola de Jesús. De a poco, la Iglesia Católica perdió preeminencia, las costumbres se volvieron más laxas, el ayuno con pescado de los viernes santos ya no se observó con inexorabilidad, la radio se permitió no emitir música sacra y los feriados por semana santa se usaron para incentivar el mini turismo.

 

Lo que no se perdió es la costumbre de programar películas referidas al culto cristiano o al menos de romanos o de minifaldas, espadas y sandalias, como también se las llama. Este año adhiero a la fecha con la visión de dos películas que no hubieran programado en aquellos tiempos. Empiezo con Jesus Christ Superstar filmada en 1973 por Norman Jewison.

 

El proyecto fue primero un disco conceptual que su autor musical, Andrew Lloyd Webber, por antecedentes o porque le quedaba a tiro de piedra, transformó en un musical que probó suerte en Broadway y luego en el West End. En Nueva York le fue bien hasta ahí, pero en Londres fue un éxito duradero.

 

Muestra las últimas semanas de la vida de Jesús, de manera anacrónica y con la perspectiva dominante, aunque no excluyente, del personaje de Poncio Pilatos. Por momentos se nota mucho que el argumento o la concatenación dramática no fluyen, lo que denuncia el origen de disco conceptual, que solo a posteriori se pensó en volverlo un musical. Cada género tiene sus reglas y convenciones y si se las traiciona, se nota. Estos defectos se disimulan, la verdad sea dicha, por la potencia de la partitura, que es mayormente feliz, con puntos débiles que se obvian.

 

A poco de su estreno en Broadway, el empresario teatral argentino, Alejandro Romay, compró los derechos para estrenarla en el extinto teatro Argentino de Buenos Aires. Preparó todo sin escatimar gastos, pero la madrugada de su estreno oficial, el 2 de mayo de 1973, un comando terrorista ultracatólico incendió el teatro y la obra no se vio.

 

La película se estrenó en Argentina el 25 de octubre de 1973, pero a los pocos días se la levantó debido a pedidos de censura de grupos ultracatólicos que consideraban que solo la iglesia debía ejercer el monopolio de la figura de Jesús. El film tuvo su agosto en el auge del videoclub. A 50 años de distancia cuesta entender las encendidas polémicas que suscitó. Pero si se tiene en cuenta que era una sociedad de catolicismo dominante, se comprende un poco tanto furor y enardecimiento. Porque, seamos sinceros, Jesus Christ Superstar no tiene ni remotamente los dobleces filosóficos ni las profundidades inquietantes de La última tentación de Cristo, solo es música potente con letras ligeramente ambiguas.

 

Cuentan que Norman Jewison escuchó el álbum conceptual mientras terminaba de trabajar en su proyecto anterior, el también musical teatral, El violinista en el tejado, y concibió visualmente lo que la música le sugería, de ahí, supongo, que la ilación y la continuidad dramática le importaron menos que otras veces y aceptó sumar momentos y dejar que la música se imponga por sí misma. No fue un mal camino.

 

Godspell, musical de Stephen Schwartz con libreto de John-Michael Tebelak fue concebido y estrenado simultánea o paralelamente a Jesus Christ Superstar, pero en el Off-Broadway y de un modo infinitamente más modesto.

 

Godspell debutó en teatro el 17 de mayo de 1971, mientras que Jesus Christ Superstar lo hizo el 12 de octubre del mismo año. Godspell, como su nombre lo indica (Evangelio) si bien inicia con el llamado a los apóstoles y termina con la resurrección, se centra en las parábolas del Evangelio según San Mateo. A pesar de la seriedad de su tema, se trata de un musical amable, juguetón, poco dado a polémicas. No es roquero como el de Lloyd Webber sino que se nutre en el estilo pop, con algo de country y mucho del viejo music hall. El vestuario más que hippie clásico es Raggedy Ann and Raggedy Andy, o sea algo como Frutillitas sin la cofia, el sombrerón, o la boina inmensa. El estilo de actuación juega en gran parte con el del cine mudo o el del teatro infantil y, seamos sinceros, tanto exceso de ingenuidad llega a exasperar.

 

El musical teatral en el que se basa se estrenó en 1974 en Buenos Aires sin problema y con un éxito casi secreto de tan modesto. La película de David Greene de 1973 recién se vio con la irrupción del cable. Creo que, porque salvo Victor Garber, los nombres del resto del elenco son casi desconocidos para el público local. Dos detalles, como The Wiz de Sidney Lumet con Diana Ross, está filmada en una Nueva York vacía, sin sus multitudes y tráfico. Y, en ropa, dirección de arte y estilo de actuación tiene notorias coincidencias con Juguemos en el mundo (1971) de María Herminia Avellaneda con María Elena Walsh, Perla Santalla y Jorge Mayor. Nada muy extraño, ese estilo andaba por ahí.

 

Moraleja: si hacés una obra y le ponés el nombre de Jesús y lo adjetivás con un sustantivo tan frívolo como Superestrella, hasta las monjitas de clausura te exorcizarán con baldes de agua bendita. Pero si le ponés Evangelio en inglés, no te molestarán ni los canes de San Roque. O sea no está mal meterse con el material sacro, siempre y cuando no levantes mucha polvareda.

Gustavo Monteros

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