viernes, 14 de octubre de 2022

Programa doble: Barbara - I am woman



 

Programa doble, sección en la que repasamos dos películas con aspectos en común.

Hoy: Barbara – I am woman

 

Barbara (Mathieu Amalric, 2017) no es, por suerte, una biopic a la típica usanza actual. Nunca el escueto slogan de venta de una película fue más elocuente: Un director quiere hacer una película biográfica sobre la cantante Barbara. Todos, director, actriz protagónica, elenco, equipo creativo y técnico andan detrás de capturar el mejor modo de expresar lo que Barbara significó. Y así, el film se convierte más en una indagación sobre los misterios de crear que en el registro de datos o cronologías biográficas. Se estructura en una sucesión de detrás de escenas. Se ve a Jeanne Balibar como Brigitte, la actriz elegida para corporizar a Barbara, coreografiar gestos, actitudes, posturas identificadoras de este ícono de la canción francesa. Se ve al director ver videos de recitales, reportajes y películas de la leyenda escénica de la que va detrás y conversar con quienes la conocieron, trataron o trabajaron con ella. E incluso cuando llegamos a las escenas de la biopic propiamente dicha seguimos con los detrás de recitales o giras. Y el juego de espejos, como corresponde a imágenes reflejadas una contra otra, se multiplica al infinito. El procedimiento puede ser enojoso o deparar gozo. A Amalric, como nos pudimos enterar por su opus tres, Tournée (2010) la vida de artistas lo desvela. Allí se centraba en la gira de una compañía de stripteaseras, que no por cultivar un género menor y frívolo dejaban de ser artistas. Amalric sabe, en carne propia porque él también lo es y uno superlativo, que el artista observa, evalúa, concibe al mundo desde una perspectiva distinta a la del resto de los mortales. El arte exige creación y la sujeción a reglas intransferibles e innegociables. Como me dijo un hombre viejo una vez: Hay que tener cabeza de artista sino no se puede. También se crea en otras actividades y profesiones, pero la del artista, sobre todo el ejecutante, es la más peculiar y difícil. El escritor, el pintor, el escultor, el compositor crean de una vez y para siempre. El actor, el bailarín, el mimo, el payaso, el músico, el cantante deben registrar una creación y repetirla. Puede aceptarse que la creación no sea privativa del arte. El científico quizás experimente la creación y no solo el descubrimiento, pero de ahí a contar con los recursos de enfrentar un público noche a noche hay un mundo. Einstein miraba más allá del horizonte, y una stripteasera debe poder mirar más allá del reflector si quiere terminar su rutina de desvestirse. Y ese es el misterio que le interesa a Amalric, ¿cómo es la concepción del mundo del que tiene que enfrentar un escenario noche a noche? ¿Qué hay en esa cabeza, sea la de una stripper o la de una suma sacerdotisa de la canción francesa? Como en la filosofía no desentraña los arcanos, pero la indagación y su metodología tienen sus revelaciones parciales o temporarias. Y si se acepta el juego, estas preguntas sin respuestas pueden atrapar y encantar.

 

I am woman (Unjoo Moon, 2019) película sobre la vida de la cantante Helen Reddy es, por desgracia, una biopic a la típica usanza actual. Ilustrativa más que reveladora, hagiográfica al extremo de provocar vergüencita porque se basa en la biografía oficial y autorizada, con los sellos y las bendiciones de la retratada. Salvo haber cantado la canción del título, un poco por casualidad y otro poco por buena intuición más que por militancia, en eso es muy honesta, y que habría de convertirse en himno de las luchadoras feministas y que finalmente la trascendería, los hechos que jalonaron su vida no difieren de lo esperado. Comienzos difíciles (en su caso con una hija pequeña a criar sola), el hallazgo del amor (con un hombre que se convertiría en su mánager y el de otros artistas de renombre), la amistad con altibajos con una protofeminista, de inmediato o sin mucha espera el éxito descomunal y eventualmente la pérdida de casi todo lo ganado por los descuidos de un marido más preocupado por llenarse de cocaína que por administrar el dinero y el colofón merecido ganado a fuerza de transpirar las cuerdas vocales: la reivindicación final antes de una muerte tranquila. Ascenso, caída y recuperación final, como quien dice, algo contado varias veces y hasta el momento insuperablemente por Sangre y arena (Blood and Sand, Rouben Mamoulian, 1941), ahí, con toreros y Rita Hayworth, pero si se le saca la españolada y la melena de la Hayworth, se tiene lo vivido por cuanta estrella de cine, roquero, boxeador o femme fatale que haya existido y triunfado y fracasado y recuperado. Como es la usanza típica habitual con las biopics contemporáneas, nadie parece preocuparse por crear conmoción o al menos empatía en el espectador. El film se convierte en el equivalente de una de esas notas con fotos sobre la vida de alguien famoso con las que llenaban a veces la edición de alguna revista mensual. El único momento con algo de temperatura emocional es cuando sobre el final canta la canción del título y mujeres de distintas generaciones la corean con gratitud e identificación. Creo que hubieran hecho una mejor película si se hubieran dedicado a mostrar a través de distintas viñetas por qué la canción se convirtió en un himno para esas mujeres tan distintas, hermanadas por una lucha o una experiencia en común. Tilda Cobham-Hervey es Helen Reddy, Evan Peters es el marido y Danielle Macdonald, la amiga.

Gustavo Monteros

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