viernes, 25 de marzo de 2022

Filadelfia


 

Demos un paseo por películas que tienen el nombre de una ciudad, país, provincia o accidente geográfico como título (ejemplos: Veracruz, Tanganica, Kamchatka, etc)

Hoy: Filadelfia

 

Filadelfia (Jonathan Demme, 1993) nació con suerte. Consiguió lo que se propuso con creces. En lo artístico, en lo político, en lo social y sobre todo en lo económico, que más le importa al show business, industria que, por desgracia, en estos años, es más business que show.

 

Quizá Filadelfia fue el éxito que fue porque Demme y sus productores se manejaron con claridad meridiana. Jamás ocultaron que querían una película popular y aleccionadora sobre un hombre que moría de SIDA. Cimentaron el proyecto con la participación de Tom Hanks, figura taquillera por excelencia, que saltó de entusiasmo ante la posibilidad de ensanchar su registro dramático. Más tarde cuando Denzel Washington y el latin lover del momento, Antonio Banderas se sumaron, la película auspiciaba bien, al menos desde la star-potential. También fueron más que a lo seguro con los secundarios, los claves cayeron en las hábiles manos de Jason Robarts, Joanne Woodward y Mary Steenburgen.

 

Como dijimos la idea era demoler la ignorancia y los estúpidos prejuicios erigidos alrededor del SIDA, y el guión de Ron Nyswaner, basado en un caso real, obraba con astucia. Un abogado de una gran firma legal, Tom Hanks, era despedido por haber contraído SIDA y contrataba a un colega de poca monta y no mucha experiencia en pelearse con corporaciones y que bordeaba la homofobia, para decirlo con amabilidad, Denzel Washington.

 

El guión era pillo en el sentido que entrábamos en el conflicto desde el personaje  de Washington, o sea que, al menos en un inicio, se nos permitía ser gay-unfriendly, y a medida que el personaje de Denzel evolucionaba y abría su mente, también lo hacíamos nosotros.

 

Conmoción creada, claro, por el impar talento de Hanks, que refulgía por los cuatro costados. Sarah Bernhardt que consideraba que agonizar lentamente en escena como en La dama de las camelias era el desafío supremo para un histrión (morir, muere cualquiera, pero hacerlo bien, ¡solo los grandes!), hubiera aplaudido a Hanks de pie.

 

Pero como todas las cosas hechas con buena leche, la repercusión social perduró en el tiempo y fue más allá de las propuestas iniciales. Filadelfia no solo derribó los prejuicios contra el SIDA, sino que contribuyó a demoler la idea retrógrada de que la homosexualidad era una monstruosidad.

 

Entre los activistas gay hubo polémica respecto de darle el protagónico a un actor heterosexual, entiendo el fervor militante, aunque noto también la contradicción absurda. Si solo los gays pueden hacer de gays, si solo los abogados pueden hacer de abogados, los neuróticos de neuróticos y así sucesivamente, se anula el juego de ser otro que es la esencia de la actuación.

 

Eso sí los productores son productores y una cosa es ser bienpensante y otra pasarse de valiente. Banderas, como es habitual entre los actores europeos, y en su caso demostrado en las películas que ya había hecho con Almodóvar, no tiene problemas con la representación sexual del tipo que sea y como Hanks tampoco, en este caso en particular al menos, hubo escenas, más que de sexo, de gran ternura entre la pareja que conformaran en cámara. Escenas que fueron eliminadas en la copia final por temor a molestar al público. Quedaron un par de besos. Que como el proverbial vaso de agua famoso, no se le niega a nadie.

Gustavo Monteros

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