Demos un paseo por
películas que tienen el nombre de una ciudad, país, provincia o accidente
geográfico como título (ejemplos: Veracruz,
Tanganica, Kamchatka, etc)
Hoy: Filadelfia
Filadelfia (Jonathan Demme, 1993) nació con suerte. Consiguió lo
que se propuso con creces. En lo artístico, en lo político, en lo social y
sobre todo en lo económico, que más le importa al show business, industria que,
por desgracia, en estos años, es más business que show.
Quizá Filadelfia fue el éxito que fue porque
Demme y sus productores se manejaron con claridad meridiana. Jamás ocultaron
que querían una película popular y aleccionadora sobre un hombre que moría de
SIDA. Cimentaron el proyecto con la participación de Tom Hanks, figura
taquillera por excelencia, que saltó de entusiasmo ante la posibilidad de
ensanchar su registro dramático. Más tarde cuando Denzel Washington y el latin
lover del momento, Antonio Banderas se sumaron, la película auspiciaba bien, al
menos desde la star-potential. También fueron más que a lo seguro con los
secundarios, los claves cayeron en las hábiles manos de Jason Robarts, Joanne Woodward
y Mary Steenburgen.
Como dijimos la idea
era demoler la ignorancia y los estúpidos prejuicios erigidos alrededor del
SIDA, y el guión de Ron Nyswaner, basado en un caso real, obraba con astucia. Un
abogado de una gran firma legal, Tom Hanks, era despedido por haber contraído
SIDA y contrataba a un colega de poca monta y no mucha experiencia en pelearse
con corporaciones y que bordeaba la homofobia, para decirlo con amabilidad,
Denzel Washington.
El guión era pillo en
el sentido que entrábamos en el conflicto desde el personaje de Washington, o sea que, al menos en un
inicio, se nos permitía ser gay-unfriendly, y a medida que el personaje de
Denzel evolucionaba y abría su mente, también lo hacíamos nosotros.
Conmoción creada,
claro, por el impar talento de Hanks, que refulgía por los cuatro costados.
Sarah Bernhardt que consideraba que agonizar lentamente en escena como en La dama de las camelias era el desafío
supremo para un histrión (morir, muere cualquiera, pero hacerlo bien, ¡solo los
grandes!), hubiera aplaudido a Hanks de pie.
Pero como todas las
cosas hechas con buena leche, la repercusión social perduró en el tiempo y fue
más allá de las propuestas iniciales. Filadelfia no solo derribó los prejuicios
contra el SIDA, sino que contribuyó a demoler la idea retrógrada de que la
homosexualidad era una monstruosidad.
Entre los activistas
gay hubo polémica respecto de darle el protagónico a un actor heterosexual,
entiendo el fervor militante, aunque noto también la contradicción absurda. Si
solo los gays pueden hacer de gays, si solo los abogados pueden hacer de abogados,
los neuróticos de neuróticos y así sucesivamente, se anula el juego de ser otro
que es la esencia de la actuación.
Eso sí los
productores son productores y una cosa es ser bienpensante y otra pasarse de
valiente. Banderas, como es habitual entre los actores europeos, y en su caso
demostrado en las películas que ya había hecho con Almodóvar, no tiene
problemas con la representación sexual del tipo que sea y como Hanks tampoco,
en este caso en particular al menos, hubo escenas, más que de sexo, de gran
ternura entre la pareja que conformaran en cámara. Escenas que fueron
eliminadas en la copia final por temor a molestar al público. Quedaron un par
de besos. Que como el proverbial vaso de agua famoso, no se le niega a nadie.
Gustavo Monteros
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.