Y a 17 años de una experiencia en el corto,
en 2016 Ewan McGregor debutó en el largo. No se la hizo fácil. Eligió una
novela de Philip Roth, American Pastoral,
que a la complejidad del tema le suma un largo reparto y es de época. Aquí le
pusieron un título revelador de la trama: El
fin del sueño americano.
El Sueco Levov (Ewan McGregor) y su esposa
Dawn (Jennifer Connelly) son la personificación hecha y derecha del famoso
Sueño Americano. Él fue una estrella deportiva en la escuela, fue a la guerra y
volvió sin un rasguño, llevó el negocio familiar a nuevas cumbres, es un
pequeño Rey Midas. Ella fue una reina de la belleza, con su hermosura y la
fuerza de su carácter logra torce el brazo de su suegro y ser aceptada en la
familia de su novio. Ellos tienen una hija que es un sol, aunque algo le pasa, de niña
tiene un tartamudeo que no se debe a
razones fisiológicas y cuando crece y se convierte en Dakota Fanning, es
tentada por los grupos más radicalizados de los sesenta.
McGregor más que contar la historia, la
ilustra. A su trabajo le falta rugosidad, espesor. Todo se nombra y se ve más
que lo que transmite o se vive. Sin embargo, su labor es bella y fluida y
obtiene grandes trabajos actorales.
Jennifer Connelly está espléndida y deslumbra
con los innumerables matices con los que abunda su caracterización. Los que me
conocen más cercanamente saben que Dakota Fanning no es santo de mi devoción y
blanco de cuanto chiste se me ocurra. Sin embargo, debo admitir que aquí está
impecable. Las mejores actuaciones son para mí aquellas que uno ve sólidas pero
en las que los actores no develaron todas sus trampas, en las que uno si se
topara con ellos quisiera averiguar en qué pensaba cuando la armó, qué sentía o
qué secreto se guarda. Aquí doña Dakota logra eso, me encantaría preguntarle
para ella qué es lo que lleva el personaje a hacer lo que hace.
El único pero del elenco es el propio Ewan,
en otra película menos compleja quizá pudiera autodirigirse mejor, aquí solo
alcanza la corrección. No es poco, pero suena a poco en lo que nos suele
entregar.
De todos modos creo que merece verse, porque
el material es bueno y habilita preguntas y discusiones. Si las historias de
amor duradero son un misterio irresoluto, las de las frustraciones entre padres
e hijos son el colmo de la intriga. ¿Qué se pudo hacer para que lxs hijxs no se
fueran tan al carajo? ¿Qué se hizo mal? ¿Se pudo evitar? Ah, si supiera las
respuestas sería sabio y rico.
El
fin del sueño americano puede verse en Netflix.
Gustavo Monteros
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