Ya
que podemos serlo, seamos categóricos por una vez. La esposa prometida es sin lugar a dudas la película socio-antropológica
más interesante del año. Se sitúa en un ámbito que nunca suele verse por
dentro.
Rama
Burshtein, su autora y directora, nació en Nueva York en 1967 y se formó en
Jerusalén. Hasta ahora sus obras, que excluyen el debate religioso-secular,
fueron dirigidas al público femenino de la comunidad jasídica ultraortodoxa a
la que pertenece. La esposa prometida
es la primera película sobre el mundo jasídico que se distribuye
internacionalmente.
Shira
de 18 años anhelaba casarse como lo dicta la norma de su entorno: en un
casamiento arreglado por sus padres con un joven igualmente inexperto. Una
imprevista tragedia la obliga a reformularse ese sueño. ¿Debe acaso
sacrificarse por el bienestar familiar?
Por
supuesto, chicas que deben elegir o aceptar marido en un confín rigurosamente
demarcado y reglado remite al instante a las novelas de Jane Austen.
Comparación que Rama Burshtein encuentra válida y pertinente porque la Austen
estuvo entre sus referencias para este film. Como en Emma u Orgullo y Prejuicio,
por ejemplo, opciones sociales, no tan restrictivas, que consideramos lógicas
están vedadas. No hay aquí voluntad de cambio o superación. Los personajes
habitan un espacio que los contiene y los conforma. Más de una vez, desde
nuestra formación cultural, el modo en el que se desenvuelven nos parece
constreñido. No lo es para ellos, este relato devela que hay alternativas y
hasta un hálito de libertad en el ceñimiento a los condicionamientos rígidos.
Al reflejar
un mundo tan cerrado, Rama Burshtein no puede evitar que lo que cuenta resulte
por momentos asfixiante o un poco mafioso. No es intencional, claro, es solo una
consecuencia natural del hábitat circunscripto y de los usos y costumbres
retratados.
Como
siempre la empatía depende de los actores, y Rama Burshtein cuenta con un
elenco notable en el que descuella Hadas Yaron como Shira, rol con el que alzó
el premio a la mejor actriz del Festival de Venecia de 2012.
En resumen,
una visita a un territorio que nos es ajeno a través de una historia que nos va
ganando lentamente y que llega a un final tan diáfano como misterioso (si ven
el film, comprobarán que la contradicción no es tal).
Gustavo Monteros
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