La grande bellezza de Paolo Sorrentino es un ejemplo acabado de la película divisoria de
aguas. Algunos dicen que es una genialidad mientras que otros aseguran que es
un bodrio supremo. Lo gracioso o lo irónico es que ambos grupos se basan en los
mismos elementos para fortalecer sus posturas. En casos anteriores de films
divisorios de aguas, como por ejemplo Adiós,
mi concubina (1993) de Kaige Chen o El arca rusa (2002) de Aleksandr Kosurov
quedé de un lado de la cerca. A la larga opiné que Adiós, mi concubina es un bodrio bienintencionado pero bodrio al
fin, respecto a El arca rusa desde un
principio sostuve que es el bodrio, bodrio, bodrio más grande que vi en mi vida
(¡Mama mía, qué película tan mala y tonta!). Esta vez, con esta belleza
italiana, creo que me voy a sentar en la cerca, con una pierna en cada lado.
El
film divisorio de aguas es, por naturaleza, ambicioso, monumental, de largo
aliento. Y éste sigue a rajatabla las premisas. Y como el cine tiene ya una
larga historia, cumplamos con el ejercicio de cinefilia al que obliga todo film
importante. Tiene puntos de contacto, muchos, con La dolce vita (1960) de Federico Fellini, con La notte (1961) de Michelangelo Antonioni, y algunos, menos pero
presentes, con La terraza (1980) de
Ettore Scola; y si en Fellini Roma (1972)
se saludaba a Anna Magnani, aquí se saluda a Fanny Ardant. La referencia o
asociación más obvia y evidente es con La
dolce vita, si la obra maestra de Fellini era un retrato moral de la Italia
de los 60, La grande bellezza quizá
se ofrezca como un retrato moral de la era Berlusconi, con sus burgueses
intelectuales perdidos en un laberinto de dorada mediocridad, demasiado
satisfechos y pagados de sí mismos para buscar o vislumbrar una salida. El
otro, el prójimo es una entelequia sin importancia, a lo sumo un testigo, un
comparsa de la tediosa angustia que los corroe (cualquier parecido con el
ideario Antonioni no es pura coincidencia).
Volviendo
a la fellinesca dolce vita, como ella
no tiene una estructura formal tradicional sino que hilvana historias y viñetas alrededor de un
personaje núcleo, en este caso, Jep Gambardella (el siempre hipnótico Toni
Servillo), un árbitro de la cultura, el cronista egoísta de una Roma que se
marchita entre las ruinas de un pasado esplendoroso; Roma ya no es eterna sino
que parece morir con la lenta agonía del coloso. Este personaje tiene un arco
vital opuesto al de Marcello (el gigantesco e inolvidable Marcello Mastroianni,
claro) en La dolce vita. Marcello es
un columnista de chismes que sueña con escribir una gran novela; Jep ha escrito
una gran novela y es hoy un columnista de rarezas y, en algunos casos, de
simples chismes. Ambos no son muy amigos del compromiso, a pesar de alguna historia de amor que los
persigue.
Me
acomodé en la butaca con el mejor de los ánimos, Paolo Sorrentino tiene una
película que recuerdo siempre con beneplácito: Las consecuencias del amor (2004), un policial seductor y elegante.
La grande bellezza arranca con una estilización
suntuosa que me sedujo y me repantigué a que me acariciaran los ojos y los
oídos. Al rato ya me estaba hartando de la bendita estilización porque parecía
un ejercicio vacío. Pasamos a una fiesta (después sabremos que es el cumpleaños
65 de Jep) y cerca del fin de dicha fiesta largué una carcajada involuntaria,
la secuencia era igual a la de una propaganda televisiva de la famosa cerveza,
aquella que se llamaba Elsa Bor de Lencuentro. Desde allí tomé distancia y ya
no pude dejar de notar las puntadas de hilo chanchero con el que están cosidas
algunas secuencias y la altisonancia hueca de ciertos diálogos. Otras escenas y
otros diálogos no dejaban sin embargo de atraparme, de allí que diga que esta
vez me siento en la cerca y pongo mi baza tanto para la grandeza como para el
bodrio.
En
resumen, una película muy personal que despierta emociones intransferibles.
Puede que les encante o puede que la detesten. ¿Hay que intentar verla? Y sí,
las películas divisorias de aguas no son frecuentes y siempre intriga saber de
qué lado se va a poner uno.
Un
abrazo, Gustavo Monteros
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