domingo, 22 de agosto de 2010

La mirada invisible

Hace un par de años tuve el gusto de leer Ciencias morales de Martín Kohan, la novela ganadora del Premio Herralde en la que se basa La mirada invisible. Me interesó leerla porque las escuelas funcionan muy bien como metáforas de la realidad social en que están inmersas. Un micromundo que remite con elocuencia al momento político social que lo contiene. Cuando me enteré que Diego Lerman haría la versión cinematográfica, me puse a esperarla con ansía. Valieron la pena la expectativa y la espera.


La trama ocurre en 1982, el año de la guerra de Malvinas. Hay un corrimiento temporal entre novela y película. La novela comienza en abril y dura mientras transcurre la guerra. La película comienza en marzo y termina cuando empieza la guerra.


María Teresa, su protagonista, es ingenua, un poco corta de pensamientos y virgen. Tres características que la hacen tierna presa para que la degluta el rígido y militarizado Colegio Nacional en el que trabajara de preceptora. Hará lo posible para ganarse la admiración del jefe de preceptores, el sinuoso Biasutto. El celo con que trabaja la lleva a esconderse en el baño de varones para descubrir a los que van allí a fumar. Me detengo para no revelar más de la cuenta.


La película es tan controlada y estricta como sus personajes. Es maníacamente detallista y en eso reside su grandeza. Cuánto más se aboca a lo nimio, más resuena el exterior que omite. El ambiente que pormenoriza es siniestro, cruel, deshumanizado como la asfixiante sociedad de la dictadura.


La precisa dirección de Diego Lerman exuda talento por los cuatro costados. No es un mérito menor el rompecabezas de edificios que se vio obligado empalmar para evocar el Colegio Nacional de Buenos Aires porque las autoridades se negaron a cederlo como locación. (Mal, señores directivos, no hacerse cargo de la historia es estimular a que se repita).


Quizá no diga nada nuevo a los que fuimos testigos de ese tiempo nefasto (que los represores son reprimidos, monstruos de careta amable, que lo que se reprime, explota, y que toda institución fue una dictadura en miniatura), pero creo que es útil para los jóvenes para quienes ese momento es historia pasada (o sea tan antigua com el Medioevo). A las pruebas me remito. No escudándome en la índole de la materia que enseño, (soy profesor de inglés), cumplo a rajatabla, porque lo creo importante, con la reflexión sobre los desmanes de la Dictadura en la semana del 24 de marzo. En los cursos de adolescentes, más de una vez me han dicho: Profe, no nos hable de la Junta y los vuelos de la muerte, de eso nos hablan todos, cuéntenos cómo era la vida cotidiana, cómo era ser joven en la Dictadura. Tangencialmente esta película viene a llenar esa inquietud. De ahora en más me servirá para fortalecer el debate entre esa realidad y la que ellos conocen.


Si bien cerca del final es posible prever las acciones de los personajes, los actores hacen que el desenlace sea contundente, porque Lerman cuenta con dos protagonistas de excepción. Osmar Núñez está perfecto en el untuoso Biasutto. Y Julieta Zylberberg, a los 26 años, se consagra como una de las mejores actrices de la Argentina. Su impecable actuación la coloca en el podio de las mejores caracterizaciones del cine nacional, junto a la Marilina de La Raulito, la Goris de Eva Perón o la Manso de Boquitas Pintadas. (Qué difícil va a estar este año dar el Cóndor de Plata a la Mejor Actriz, creo que lo más justo sería un ex aequo entre Erica Rivas de Por tu culpa y la Zylberberg por esta película.


A los coleccionistas de datos les cuento que el vendedor de la disquería es Martín Kohan, el autor de la novela. Lerman se sorprendió de su soltura, cuando se lo confesó, Kohan le contó que de niño había participado en publicidades. Así cualquiera.

Un abrazo,
Gustavo Monteros

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