jueves, 4 de septiembre de 2008

Motivos para no enamorarse

Ambicionar la popularidad no es ningún pecado mortal. Puede, a lo sumo, ser vergonzante si se la procura alcanzar con la explotación de un filón que ya dio algún rédito, poniendo en juego sólo un tímido profesionalismo. Como se supone pasó con Los superagentes, nueva generación o 100% lucha, la película, para mencionar ejemplos recientes.

Últimamente, algunos directores argentinos como Fabián Bielinsky (Nueve reinas, El aura), Juan José Campanella (El hijo de la novia, Luna de Avellaneda), Damián Szifron (Tiempo de valientes), Juan Taratuto (No sos vos, soy yo, ¿Quién dice que es fácil?, Un novio para mi mujer), lograron el éxito y la popularidad.

Los paladares “refinados”, “sofisticados”, “exquisitos” desconfían de los films exitosos. Los consideran “comerciales”, poco “artísticos”.

Fundan su desconfianza en que los films populares son generalmente “de género”. E inscribirse en un género determinado (policial, romántico, dramático, etc.) presupone la sujeción a una fórmula rendidora. (“Chico encuentra chica, chico pierde chica, chico recupera chica” o “Villano mata esposa de héroe, héroe se venga”, etc.)

Todo es relativo. Casablanca, uno de los films más amados y mágicos de la historia del cine, es fórmula pura. Steven Spielberg, el director de los films más populares del mundo, es un maestro indiscutido, idolatrado por creyentes, ateos y agnósticos.

En definitiva, el problema no es ni el éxito ni la fórmula. Lo que importa es el talento, la creatividad y el amor al arte de contar en imágenes. Mariano Mucci, después del estrepitoso fracaso “artístico” de El boquete, acepta el desafío de una apuesta supuestamente “comercial”: una comedia romántica. Lo hace con capacidad, enjundia creativa y pasión por lo que se puede escribir con una cámara.

Cuenta con un buen guión de María Laura Gargarella, dos protagonistas con buena química y rubros técnicos impecables (en especial la iluminación, la dirección de arte y la música).

La originalidad de esta historia radica en que los protagonistas se conocen y se enamoran conviviendo. La tradición indica que la convivencia está implícita en lo que le sigue al beso que corona el final feliz, no antes.

Descubierto el amor, los problemas no tardarán en surgir. Para entonces, la empatía con los personajes estará tan fuertemente cimentada, que haremos fuerza para que puedan ser felices, juntos.

Jorge Marrale, como todo gran actor, trae consigo las glorias de su pasado. Su nombre conjura nuestros atesorados recuerdos del curita de Las manos, el atribulado psicoanalista de Vulnerables o el villano perfecto de Vidas robadas. Eso nos hace estar con él desde el primer fotograma. Corporiza aquí otra caracterización inolvidable.

Y esta película debería llamarse Motivos para sí enamorarse de Celeste Cid. No la conocía. No tuve el gusto de ver sus actuaciones televisivas. Su rostro registra todas las emociones por las que atraviesa su personaje con una fluidez y una frescura notables. Esperaré impaciente la próxima película de esta actriz entrañable.

Y sin profundizar la bizantina discusión sobre si es “artístico” o “comercial”, diremos que Motivos para no enamorarse es un buen film que hace pasar un momento agradable, sensible, entretenido. No es poco (ni para una empresa “comercial” ni para una aventura “artística”,) ¿no?

Un abrazo,

Gustavo Monteros

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