jueves, 14 de noviembre de 2019
jueves, 7 de noviembre de 2019
Las reglas no aplican
Uno de los cambios que trajeron en nuestra
forma de mirar películas, primero los videocassettes, después los DVDs, los
BluRays, las bajadas y el streaming, es que podemos verlas en capítulos.
Antes en el cine y en la tele no quedaba más
que verlas de un tirón.
Se fortalecieron así hábitos y manías de
algunos espectadores.
En lo que a mí respecta, soy muy quisquilloso
con los directores, les doy 45 minutos para “engancharme”, si no lo logran en
ese tiempo, doy por concluido el intento. Con los actores (solo con los que
considero mis “favoritos”, claro) soy más paciente.
Los directores, incluso los del cine
industrial siempre tienen (acotado en algunos casos, es verdad) un margen de
maniobra, pueden optar en seguir este o aquel proyecto. Los de cine de autor,
por otra parte, se suponen que solo hacen lo que les interesa o les excita su
morbo creativo.
Los actores, no siempre tienen tantas
posibilidades de opción. Como bien dijo Paul Newman: “Cuando se siente que se
ha descansado mucho y las cuentas comienzan a pesar, es hora de elegir un
proyecto, si se tiene suerte, sale una película decente o buena, pero no
siempre se tiene suerte…”
A lo
que voy es que soy fiel sin claudicaciones a mis actores “favoritos”, los veré
en no importa el bodrio en el que se hayan visto obligados a participar, ya sea
porque eligieron mal o porque no les quedó otra.
Si el bodrio de tan mayúsculo bordea lo
insoportable, lo de ver un film en capítulos viene de lo más bien.
Sin duda le debemos esto de la militancia de
verlos en lo que sea a Robert De Niro, el hombre a veces (con más frecuencia de
la que quisiéramos) acepta participar en cada cosa, que ni les cuento, bah, no
hay necesidad, ustedes las han visto.
Otro que acepta lo que sea es Bruce Willis,
tiene como una devoción con un director, un tal Brian A. Miller, que debe ser
un gran compañero de juergas o tener una conversación apasionante, porque Bruce
le protagoniza tremendos bodrios sin inmutarse.
A veces a las actrices parece que el apego a
algunos agentes las lleva por el mal camino. Sandra Bullock tiene más de un par
de bodrios impresentables, por suerte, se reivindica con facilidad.
Jennifer Anniston tiene una suerte
superlativa, ha encabezado más bodrios que cualquier otra persona, muchos en
cadena, sin redención total o parcial, que habrían acabado con la carrera de
gente incluso mejor plantada en el mundo del espectáculo.
En los viejos tiempos de ir al cine, en los
programas dobles o continuados de hasta tres películas, uno veía sin chistar,
por ejemplo, como Goldie Hawn se topaba en Italia con Giancarlo Giannini para
un Viaggio con Anita (Mario Monicelli,
1979). Ese mismo año, sin ir más lejos, otra reina de la botería de aquellos
entonces, Monica Vitti se juntaba con el bueno de Keith Carradine y perpetraban
bajo dirección de Michael Ritchie: An almost
perfect affair/Un lío casi perfecto (lo de casi perfecto se volvía irónico
porque era un auténtico bodrio inmaculado). Y también nos la aguantábamos de un
tirón.
Hoy tal hazaña con ¿Y dónde están los Morgan? (Did
you hear about the Morgans?, Marc Lawrence, 2009), con el siempre estupendo
de Hugh Grant y la siempre divina de Sarah Jessica Parker, pinta imposible si
no es en capítulos. Grant tiene suerte y le aparecen buenas historias, a la
pobre Sarah Jessica, no. La suerte, pobre chica, no le sonríe.
Otra actriz, en empate con De Niro, por la
prepotencia numérica en bodrios, es la híper magnífica de Diane Keaton. La
señora acepta encima unos melodramas indigestos en los que terminan por matarla
con enfermedades terminales, (estimados guionistas, alguna vez, mátenla de un
ataque cardíaco para variar).
Todo esto sirve como una buena introducción a
Rules don’t apply (Warren Beatty,
2016) estrenada en cine con el buen título de La excepción a la regla y exhibida ahora en Netflix con el literal
de Las reglas no aplican.
Si me hubiera apegado a mi regla de pocas
pulgas, al director Beatty, le habría bajado el pulgar mucho antes de llegar a
los 45 minutos de paciencia estipulada. Pero como en el elenco figuraba una de
mis “favoritas” imprescindibles, la genial Annette Benning (esposa en la vida
real de don Warren), la vi hasta el final. En capítulos, claro.
La trama se centra a principio de los años
cincuenta en la pelea que tiene Howard Hughes con la TWA, el problema es que
Hughes pasa por un período maníaco en que no quiere mostrarse ante casi nadie,
y se maneja por teléfono o intercomunicadores, lo que es inadmisible para los
ejecutivos que quieren negociar cara a cara y que como no pueden, buscan
declararlo insano, algo para lo que Hughes ofrece muchos argumentos. Mientras
tanto mantiene un harén de bellezas jóvenes, provenientes de todo el país, con
la esperanza de convertirlas en estrellas, eso sí, no solo las hace esperar
sino que también las forma en canto, baile y actuación. Para controlarlas
cuenta con una tropa de choferes que las llevan de la casa a las clases y
viceversa. Los choferes tienen prohibido relacionarse sentimental o sexualmente
con las aspirantes. Conoceremos este lado de la historia a través de una de
ellas, Marla Mabrey (Lily Collins) virgen, religiosa, y con inquietudes y su
chofer, Frank Forbes (Alden Ehrenreich) un muchacho con buenas ideas para
progresar, pero que necesita inversionistas, y que llegará a pertenecer al
círculo estrecho de Hughes, pero…
El “misterio” es por qué Hughes (Warren
Beatty, of course) se niega a ser visto. La resolución a esta pregunta llegará
demasiado tarde, cuando ya no nos interesa en lo más mínimo.
Y ese es el quid de la cuestión, los
personajes, sus circunstancias, sus conflictos principales no despiertan
empatía alguna…jamás. Entonces solo queda “disfrutar” de lo que hagan los actores.
Para que el tedio no sea absoluto, cuenta con
un elenco de notables, a la mencionada Bennig, hay que sumar a Matthew
Broderick, Paul Sorvino, Candice Bergen, Martin Sheen, Oliver Platt, Alec
Baldwin, Dabney Coleman o Steve Coogan, más cameos de Ed Harris y Amy Madigan
(esposos también en la vida real). Alden Ehrenreich, el nuevo Han Solo y el
divertidísimo galán con problemas de dicción en Hail, Caesar (¡Salve, César!,
Ethan y Joel Coen, 2016) y Lily Collins, la Cenicienta torturada por la
bruja de Julia Roberts en Espejito,
espejito (Tarsem Singh, 2012) evidencian encanto a granel y se agradece que
estén en los protagónicos. Warren Beatty es un zorro viejo y no ha perdido las
buenas mañas actorales.
Cuánto más recurro a Netflix es a la hora de
ir a dormir. Pero al ver algo que me apasiona y que va a quitarme el sueño, lo
alterno con capítulos en los que divido a películas como Rules don’t appy…proyectos fallidos, que por sus actores termino
por ver sí o sí.
jueves, 31 de octubre de 2019
Amor, deseo y tulipanes
El cine industrial contemporáneo ha desarrollado tanto su departamento de mercadeo y se siente tan capaz de vender cualquier cosa que produzca, que ha dejado de lado aspectos inherentes al producto que vende, tal como desarrollar bien una historia.
Me gustan los novelones como al que más. Esas
historias como las de Lo que el viento se
llevó, tan llenas de incidentes sorprendentes, inesperadas vueltas de
tuerca, personajes extraordinarios, historias en las que brotan todo el tiempo peripecias
coloridas que hacen que nuestras vidas sean pálidas y aburridas, y que sintamos
que como no se parecen en nada a lo que vemos, nos estemos perdiendo la
diversión y la aventura. El cine, entre muchas otras cosas, es un sueño
colectivo. Tan maravilloso y absurdo como toda fantasía compensatoria o
vicaria.
Tulip
fever fue primero una novela de Deborah Moggach,
que la transformó en guión nada más ni nada menos que con Tom Stoppard, el
célebre dramaturgo inglés, autor de Rosencrantz
and Guildenstern are dead, entre otras maravillas. El hombre ha firmado
guiones notables como el La inglesa
romántica (Joseph Losey, 1975), Brazil
(Terry Gillian, 1985), La casa Rusia
(Fred Schepisi, 1990), Billy Bathgate
(Robert Benton, 1991), Vatel (Roland
Joffe, 2000), Enigma (Michael Apted,
2001) y Anna Karenina (Joe Wright,
2012) y, claro, ha ganado un Óscar por su guión original de Shakespeare in love (John Madden, 1998).
O sea que en los papeles, Tulip fever
viene de lauros y oropeles.
El problema es la dirección y la elección de
algunos actores. De movida para que una historia nos atrape, debemos
interesarnos por los personajes. Aquí la
cosa transcurre en la Ámsterdam del siglo XVII en plena burbuja económica, no
inmobiliaria, sino del ¡tulipán!, bueno, cosas más raras han sucedido, como
votar ¡La revolución de la alegría! Y al igual que en el ejemplo citado de Lo que el viento se llevó, hay dos
protagonistas femeninas. Sophia (Alicia Vikander) y su triángulo de esposo,
Cornelius (Christoph Waltz) y amante, Jan (Dane DeHaan) por un lado, y su
mucama, María (Holliday Grainger) y su amante pescador, Willem (el bueno de
Jack O’Connell) por el otro. Las historias habrán de mezclarse y habrá intrigas
amorosas, enredos de vodevil y especulaciones financieras. Otros tantos
personajes serán interpretados por talentos tales como los de Judi Dench (que
poco y nada tiene para hacer), Tom Hollander (que se divierte un poquito con su
médico chanta), y Matthew Morrison, Douglas Hodge, Kevin McKidd y Zach
Galifianakis, que se ponen los pelucones de época y pasan a cobrar el cheque.
El director Justin Chadwick nunca logra
interesarnos en nada de lo que sucede, pese a la profusión de vueltas de
argumento, y Alicia Vikander no es la elección más empática para crear suspenso
por lo que le suceda a su personaje. La chica tiene su talento, pero necesita
ayuda, no es de las que entra en escena y nos enciende la simpatía por lo que
le pase. Hollyday Grainger es fotogénica y bella hasta el suspiro y se merece
un protagónico más lucido o un director más lúcido. Y Jack O’Connell al que la
directora Angelina Jolie llevó a los primeros planos con su insoslayable Unbroken / Inquebrantable (2014) justifica que la monja de Judi Dench le tenga
simpatía, aunque deba ponerlo donde el viento no le traiga su olor, o que Grainger
quiera meterle mano aunque huela a mares podridos y haya que frotarlo con
albahaca antes.
Tulip
fever, rebautizada para la ocasión como Amor, deseo y tulipanes, puede verse en
Netflix. Una película mala que sin embargo no aburre por la cantidad de cosas
que pasan en el argumento.
Gustavo Monteros
jueves, 24 de octubre de 2019
La lavandería
La lavandería
de Steven Soderbergh es un panfleto, una pieza de barricada, y por lo tanto, de
pretensiones didácticas. Es una farsa cinematográfica de fuerte impronta
teatral. Al verla los nombres de Bertold Brecht, George Bernard Shaw y Darío Fo
se nos vienen a la cabeza. De Brecht toma las pequeñas historias para ilustrar
su discurso, de Shaw la sorpresa ilógica de que son los perpetradores de la estafa,
Jurgen Mossack y Ramón Fonseca (Gary Oldman y Antonio Banderas,
respectivamente) los que tienen la voz cantante y de Fo, el humor salvaje,
desprolijo casi.
Pero arranquemos por el principio que no todo el mundo tiene la obligación de saber de qué va esta lavandería. En este filme Soderbergh pretenda abarcar causa y efectos que desató el escándalo de los Panamá Papers.
Varias historias se enlazan alrededor de la que tiene a Meryl Streep de protagonista como un ama de casa que a raíz de un accidente comienza a desenrollar un ovillo que termina en Panamá.
Aparte de los tres actores ya mencionados, habrá apariciones de notables como Sharon Stone (curvilínea como siempre), David Schwimmer, Robert Patrick, Will Forte y Chris Parnell (como dos turistas de tristes destinos), Matthias Schoenaerts (que despierta el dragón de Oriente), Jeffrey Wright (como un hombre de firma fácil y familias múltiples) y la sorpresa de un personaje que parece una caracterización de Patti LuPone, pero no lo es.
En un momento de la trama, el personaje de Meryl y otra víctima del accidente intentan explicarle a una periodista frívola y tarambana en qué consiste la estafa de las offshores, sin lograrlo. La película intenta hacer lo mismo, y en el fondo tampoco lo logra. De todos modos, el final de meridiana pedagogía, subraya la consecuencia bíblica del capitalismo o sea el triunfo de la codicia. De la desesperanza dan ganas de agarrar del cogote al rico más cercano.
La lavandería puede verse en Netflix.
Gustavo Monteros
jueves, 17 de octubre de 2019
Fractured - Fractura
Hay una variable del policial que bien puede
resumirse así: Alguien desaparece y quienes pueden atestiguar los momentos
antes de la desaparición se hacen bien los boludos.
Hay un viejo film de Hitchcock que inaugura
esta tendencia, aunque no fue la primera película que vi sobre el tema.
No, la primera que vi, allá en mi lejana
infancia, fue So long at the fair
(Anthony Darnborough y Terence Fisher, 1950) rebautizada por estos pagos como Extraño suceso con Jean Simmons y Dirk
Bogarde, sobre un par de hermanos que van a la famosa Feria de París en la que
se inauguró la Torre Eiffel. Los dos se instalaban en un hotelito muy elegante.
Se iban a dormir y a la mañana siguiente el hermano y, lo que es más curioso,
la habitación donde se había instalado ya no estaban. Y los empleados de hotel
porfiaban que había llegado sola.
La tercera fue una remake de la de Hitchcock
que mencionaba: La dama desaparece
(Anthony Page, 1979) con Elliott Gould, Cybill Sheperd y Angela Lansbury. Y en
un ciclo de cine de trasnoche, vi por fin The
Lady Vanishes (Alfred Hitchcock, 1938) con Margaret Lockwood, Michael
Redgrave y May Whitty, sobre la señora que parece haberse evaporado de su
camarote en un tren que recorre Europa.
Ahora la variable está en una película recién
estrenada en Netflix, Fractured (Fractura, Brad Anderson, 2019). El
desavenido matrimonio de Ray (el bueno de Sam Worthington, más atribulado que
nunca) y Joanne (Lily Rabe (tan luminosa como siempre) más su hijita Peri (Lucy
Capri) terminan en un hospital (que parece no dar abasto) por culpa de una
fractura en el brazo, sufrida por la nena en un accidente en un parador de la
ruta, al que recalaron camino a casa después de pasar Acción de Gracias con los
padres de Joanne. Peri y Joanne son
llevadas a que le hagan un estudio a la nena, Ray debe esperar abajo frente a
Recepción. Se duerme y cuando despierta, los del hospital aseguran que entró
solo.
El director Brad Anderson (El maquinista, 2004, Transiberiano, 2008, 911, llamada mortal / The call, 2013, Eliza Graves / El manicomio de Eliza,
2014, Beirut, 2018, también para
Netflix con Jon Hamm y la divina de Rosamund Pike) cumple con los requisitos
del género y siembra dudas por todos lados. El problema es que a la hora de la
resolución toooodas las sospechas se cumplen, es como si el guionista Alan B.
McElroy no se hubiera decido por una o en su afán por ser el más vivo de la
clase se las hubiera permitido a todas. Como sea, el trámite de verla entretiene,
los actores son empáticos y la dirección es briosa.
Fractured,
como se dijo, está disponible en Netflix
Gustavo Monteros
jueves, 10 de octubre de 2019
London has fallen - Londres bajo fuego
A veces me gusta investigar qué tan malo es
lo malo. London has fallen / Londres bajo
fuego (Babak Najafi, 2016) película intermedia de la franquicia sobre el
guardaespaldas Mike Banning (Gerald Butler) (antes viene Olympus has fallen / Ataque a la Casa Blanca (Antonio Fuqua, 2013)
y hace poco se estrenó Angel has fallen /
Presidente bajo fuego (Ric Roman Waugh, 2019)) ha recibido críticas que van
de lo horrible a lo espantoso.
Como generalmente pasa cuando uno se prepara
para ver algo que sabemos de antemano que es malo, por un mecanismo de
contrariar lo que se dice o hemos leído…no nos resulta taaan malo.
Londres
bajo fuego es de esas pochocleras en las que la
psicología de los personajes, la lógica dramática, la progresión de la historia
o el sentido común más elemental importan poco o nada. Este tipo de película se rige por la
instrumentación de secuenciar cada cuatro minutos una escena de violencia de
algún tipo, explosiones, tiroteos, cuchilladas, patadas, peleas de puños o
algún tipo de persecución, a pie, en moto, en auto, en bote o en avión. Y la
efectividad se mide en si el interés se conserva hasta el final, algo que no
siempre pasa ante la acumulación de efectos similares.
Aquí la excusa es el entierro de un primer
ministro inglés que ha muerto de repente. Presidentes de las principales
potencias se unirán en Londres a ofrecerle los respetos finales. El problema es
que terminan siendo víctimas de un vengativo vendedor de armas,
convenientemente islamista, que ha perdido a toda su familia en un ataque
dirigido en su contra.
Ya de movida, como espectadores estamos en
problemas porque no hay aquí bueno contra malo sino malo contra malo. Porque si
el supuesto malo vende armas, el presidente yanqui, Benjamin Asher (Aaron
Eckhart), también.
Los terroristas no se andan con remilgos y
vuelan a casi toda la comitiva presidencial mundial, lo que más que conmoción
emocional desata un anarquista placer culposo: ma’ sí, que los vuelen a todos.
Pero como entendemos de qué va la franquicia, sabemos que no matarán al
presidente yanqui (el ya mencionado bueno de Eckhart en su versión más WASP
posible) o que lo harán al final de la película, solo nos resta esperar a que
los tiros y las patadas nos espanten el aburrimiento.
En lo personal lo lograron hasta que llegan
los 20 minutos finales, en los que estaba a punto de caerme dormido, a pesar
del potente ruido de la banca sonora. Ojo, mi aguante no es el promedio, tanta
bala sin suspenso suele aburrirme rápido. Y no es que sea un quisquilloso solo
educado con cine de autor. Me gusta el cine industrial como el que más, pero me
engancha que haya un mínimo de planteo dramático. Aquí la sorpresa pasa por
saber quién es el traidor que está vendido a los terroristas, pero después del
tiroteo 2.387.947 la identidad me interesaba menos que la vida privada de las
hormigas venusinas.
En resumen, para un domingo a la tarde de
lluvia, mucha lluvia.
Londres
bajo fuego puede verse en Netflix.
Gustavo Monteros
jueves, 3 de octubre de 2019
In the shadow of the moon u Ocultos por la luna
A veces Netflix vende tan mal sus productos
que uno se pregunta si alguien vio lo que están promocionando. Si se lee: “Un
detective de Filadelfia se desmorona lentamente por su eterna obsesión con una
misteriosa asesina en serie que comete crímenes indescriptibles”, es factible
que se imagine que se trata de una película en la línea de Los siete pecados capitales, El silencio de los inocentes o Zodíaco. Y el resultado es algo más
relacionado a 12 monos o Asesinos del futuro. Porque si bien en
un principio hay una sospechosa de asesinatos en serie, la trama viene más para
el lado de los saltos temporales y esas sorpresas.
In the shadow of the moon u Ocultos por la
luna (según el título elegido para estas latitudes) de Jim Mickle es una
típica muestra de cine clase B para matiné de acción y suspenso. El Cine B como identidad ya no existe y menos las
matinés, pero la referencia todavía alcanza a evocar una realidad que la
nostalgia anhela.
Es de esas películas que uno valora
cuando no tiene ganas de complicarse la vida, cuando se quiere ver una película
que se ve sola, o sea que se sigue con apenas una parte de lo que ponemos en
uso para ver una película. Si se la ve en modo “normal”, se la ve venir a una
legua de distancia, se le adivinan las vueltas de tuerca y la actuación de
Michael C. Hall parece más de madera que de costumbre, aunque sin importar cómo
se la vea, las persecuciones están logradas y hay hallazgos en la dirección de
arte.
La protagoniza Boyd Holbrook que
pasara a la fama con las dos primeras temporadas de Narcos. El hombre tiene pasta de protagonista así que se carga el film
al hombro y lo defiende con fervor y sudor de camiseta, lo que siempre se
agradece. Como los productores creen que los looks del galán pueden ser un
atractivo a no desdeñar, y como el director no se toma tan en serio el paso del
tiempo, Boyd Holbrook envejece como Nacha Guevara, o sea el tiempo pasa y él
sigue igual de reconocible como cuando era joven.
En resumen, In the shadow of the moon u Ocultos
por la luna es ideal para fin de semana de lluvia cuando se extraña los
Sábados de Súper Acción o alguna antigualla del estilo.
La produjo Netflix para su plataforma.
No suma mucho, pero tampoco resta.
Gustavo Monteros
jueves, 26 de septiembre de 2019
El espía
Sacha Baron Cohen nació el 13 de octubre de
1971 en Londres. Después de un buen primario y un mejor secundario, recaló en la
Universidad de Cambridge, donde estudió Historia con Niall Ferguson en Christ ‘s
College. Su tesis fue sobre la participación judía en el movimiento de derechos
civiles. Mientras en Cambridge participó en el Cambridge University Amateur
Dramatic Club y estuvo en montajes de Cyrano
de Bergerac y El violinista en el
tejado.
Después de dejar la universidad, trabajó un
tiempo como modelo y después como presentador en un canal de cable. En 1995
Channel 4 inició un concurso de presentadores cómicos, Sacha mandó un tape con
un presentador albanés, una temprana versión de Borat. Ganó y después de pasear
por varios programas, terminó en The 11 O’clock
Show (1998), que mezclaba humor y noticias. Allí desarrolló el personaje
del rapero Ali G. Fue tal el éxito que obtuvo su propio show Da Ali G Show (2000). Para este programa
habrían de nacer los personajes de Borat y Brüno. En 2003, el show se trasladó
a Estados Unidos, pero en 2002 la carrera cinematográfica de Sacha Baron Cohen,
bajo la dirección de Mark Mylod, se
había iniciado con Ali G Indahouse.
En el 2006, gracias al cine, obtuvo su
consagración internacional. Primero se lo vio con el equipo de Will Ferrell,
que incluye como habitués a John C.
Reilly, Paul Rudd, Christina Applegate entre otros, en Talladega Nights, The Ballad of Ricky Bobby, rebautizada para el
estreno local como Ricky Bobby, loco por la velocidad, una parodia
a los films de carreras. Dirigió Adam McKay.
Pero fue su proyecto personal el que le dio
fama y gloria, la inolvidable Borat:
Cultural Learnings of America for Make Benefit Glorious Nation of Kazakhstan.
Conocida aquí como Borat: El segundo
mejor reportero del glorioso país Kazajistán viaja a América, o más bien,
como en todo el mundo: Borat, así, a
secas. Borat es un troglodita irresistible, “un reportero de televisión de
Kazajistán con una actitud antisemita y misógina que viaja a los Estados Unidos
para realizar un supuesto "documental" en el que se ríe de las
costumbres estadounidenses. “ Un impresentable que por su desvergüenza no se
vuelve detestable. Un auténtico logro cómico, desnuda el mentado enano fascista
que algunos llevan dentro sin provocar rechazo, si bien en todo contexto el
personaje es francamente repudiable. La dirigió Larry Charles.
En 2007 se da su primera colaboración con Tim
Burton, nada más ni nada menos que en la transcripción cinematográfica de la
obra musical de Stephen Sondheim: Sweeney
Todd, The Demon Barber of Fleet Street, en donde corporizaba al barbero de
origen italiano, Pirelli.
En 2011 Martin Scorsese lo llama para su Hugo o La invención de Hugo Cabret, en la que interpreta un antipático vigilante de una estación de trenes, secundado por un dóberman e impedido por una pierna protésica. El hombre, claro, como las prostitutas de los cuentos, oculta un corazón de oro que no tarda en relucir.
En 2012 vuelve con otro proyecto personal: El dictador. Dice Wikipedia: “Durante
años la República de Wadiya, en el norte de África, ha sido gobernada por el
almirante general Haffaz Aladeen (Sacha Baron Cohen), un dictador infantil,
lascivo, déspota, misógino, anti-occidental, machista, xenófobo y antisemita
que se rodea de guardaespaldas femeninas. Aladeen se niega a permitir que el
petróleo Wadiyano sea vendido internacionalmente y está trabajando en el
desarrollo de armas nucleares. Después de que el Consejo de Seguridad de las
Naciones Unidas decide intervenir militarmente, Aladeen viaja a la sede de la
ONU en Nueva York para dirigirse al Consejo.”
A partir de aquí solo enredos y problemas. Dirige Larry Charles.
Es también de 2012 su nuevo paso por el
musical. Tom Hooper lo dirige en la versión cinematográfica del musical Les miserables. Junto a la inefable
Helena Bonham Carter componen a la pareja (temible para empezar a hablar)
Thénardier. Deliciosos y sublimes en su maldad. En el fondo unos sobrevivientes
inescrupulosos.
En 2016 vuelve a los proyectos personales y
coprotagoniza con Mark Strong un más que improbable dúo de hermanos, uno
(Strong) es un letal y elegante agente secreto, el otro (Baron Cohen) es un
barra brava lleno de hijos y distante de cualquier sentido de elegancia. Una
sátira a los filmes de acción con espionaje tipo Misión Imposible o la saga Bourne.
La película se llama Grimsby y la dirigió Louis Leterrier.
En 2016 vuelve también a colaborar con Tim
Burton en la continuación de las aventuras de Alicia o sea Alicia a través del espejo en el que hace el papel de Tiempo.
El espía,
creada por Gideon Raff, sigue las aventuras de este hombre común que termina
por desarrollar un talento extraordinario para el espionaje y consta de seis
episodios de estructura clásica, en los que Sacha Baron Cohen hace buen uso y
abuso de su talento para los papeles serios.
El
espía, como se dijo puede verse en Netflix.
Altamente recomendable.
Gustavo Monteros
jueves, 19 de septiembre de 2019
Inconcebible
Unbelieavable,
muy bien rebautizada al español como Inconcebible
es una serie creada por Susannah Grant, Michael Chabon y Ayelet Waldman que
acaba de estrenar Netflix.
Se trata de lo que ahora se llama Policial de
procedimiento, o sea de seguimiento del trabajo policial paso a paso. En este
caso una seguidilla de violaciones a mujeres que bien podrían deberse a un
mismo perpetrador.
En el primer caso, la víctima es una
adolescente, Marie (Kaitlyn Dever) a la que por diversos motivos terminan por
no creerle y hasta es acusada de falsa denuncia.
El segundo caso nos mostrará el trabajo de la
detective Karen Duvall (Merritt Wever) quien por estar casada con otro policía
se enterará de la investigación que lleva en un pueblo cercano la detective
Grace Rasmussen (la maravillosa Toni Collette). Las dos detectives al cotejar
datos concluirán que pueda tratarse de un mismo victimario.
La serie ilustra el tratamiento que se le da
a lo que nosotros llamamos cuestiones de género. Y como parte de un realismo
llano es curioso ver como los trámites de tan repetitivos se vuelven engorrosos
para las víctimas, revictimizadas una y otra vez por un supuesto mecanismo
diseñado para protegerlas. El primer episodio solo puede calificarse de
kafkiano, parece un pie de página de El
proceso.
La serie consta de 8 episodios, y si bien voy
por el quinto, me animo a recomendarla porque no creo que descarrile en lo que
me queda por ver.
Hay excelencia por todos lados, en el armado
de la historia (el azar como en los buenos policiales participa mucho), en el
compromiso de las detectives, en la delicadeza del tratamiento del tema y esas
cosas que hacen que uno siga viendo algo con ganas hasta el final.
Las tres actrices mencionadas, como el resto
del elenco, desbordan talento. Eso sí, si como yo, la ven por Toni Collette,
sepan que recién aparece en el final del episodio dos.
Inconcebible
puede verse en Netflix.
Gustavo Monteros
jueves, 12 de septiembre de 2019
Hombres al agua
Hubo una vez un grupo de hombres suecos de
mediana edad y de discutible estado físico que se inscribieron por distintos
motivos en clases de nado sincronizado. Sin ningún talento especial para la
disciplina, pero con mucha voluntad, progresaron. Tanto que terminaron
participando en los juegos olímpicos de natación de 2007 y se llevaron
medallas.
La peripecia tenía en la marca de su orillo
destino de película. Y lo fue nomás, con sus auténticos protagonistas, un
documental que se llamó Men who swim
(Hombres que nadan, Dylan Williams,
2010)
Una recreación con actores era de esperarse.
Tardó en llegar, pero llegó. Y por partida doble, y en el mismo año, una
francesa y una inglesa, que se distribuyeron casi simultáneamente.
Ahora la francesa llega a Netflix. Dice estar
inspirada, no basada en los hechos reales, de lo que debemos presumir que los
conflictos de los personajes fueron dictados por los guionistas según la
inspiración.
Son todos ampliamente queribles, francamente
simpáticos y por el arte de los actores, los guionistas y el director y no por
mandato del género o la producción. Son una manga de perdedores, algunos alguna vez estuvieron mejor, otros
¡cómo habrá sido su vida! están mejor ahora. De edad mediana, de protuberancias
varias y no de las elegantes que salen en las revistas de salud, con un ánimo
por el suelo van a parar a nada sincronizado. La entrenadora no les va a la
zaga. Lo demás es de esperarse en una feel-good movie (película optimista)
Superarán las dificultades y no solo se lucirán, sino que volverán campeones.
El quid de la cuestión, o sea la gracia de la película es ¡cómo! De eso, por
supuesto, no diremos una palabra.
Gilles Lellouche, que dirigió con ganas y con
un elenco sin fisuras, encabezado por el magnífico Mathieu Amalric, que
aprovecha que el hueso es jugoso y lo roen con delicia, redondean una
desventura que se sigue con mucho agrado y que desata sonrisas varias.
Hombres
al agua (originalmente Le grand bain, 2018) puede verse en Netflix, como ya mencionamos.
Gustavo Monteros
jueves, 5 de septiembre de 2019
Un asunto de familia
Como es de esas películas de las que conviene
no adelantar mucho para no develar lo que no se debe, recurramos a los datos.
Manbiki
kazoku (literalmente quizá Un asunto de familia) conocida en su estreno en la Argentina como Somos una familia, recibió el título de Shoplifters para su distribución en los
Estados Unidos. “Shoplifter” es el ratero de tienda, preferente de ramos
generales, como un supermercado.
Estos títulos nos autorizan a hablar de dos
características entonces: se trata de la conformación y apogeo de un núcleo
familiar (como se sabe, ya desde hace tiempo, y gracias a Dios, o no, las
familias no se definen por parentesco exclusivamente) que recurre, aunque
algunos de sus integrantes trabajan, a “arrebatar” víveres para subsistir.
La dirigió uno de los directores más
interesantes del cine contemporáneo (quizá ya un maestro) Hirokazu Kore-eda,
del que el cine platense, poco afecto a lo que se salga del pochoclo, estrenó Soshite
chichi ni naru o De tal padre, tal
hijo (2013) (que Steven Spielberg baraja rehacer en versión occidental) y Umi yori mo mada fukaku o Después de la
tormenta (2016) aparte de la que nos ocupa que como dijimos se conoció como
Somos una familia. De este director
se espera con ansia su última película, la primera con estrellas occidentales,
nada más ni nada menos que Catherine Deneuve, Juliette Binoche e Ethan Hawke
entre otros, La verité (La verdad),
Somos
una familia / Une affaire de famille / Sholifters / Un affaire di famiglia
ganó la Palma de Oro del Festival de Cannes, edición 2018.
Un asunto
de familia puede ahora verse en Netflix y es la
recomendación no del mes sino la del año. El cine de Hirokazu Kore-eda es de
una humanidad tan flagrante que más que seductor se vuelve hipnótico. Deslumbra siempre
porque revela costados insospechados de nuestra condición humana, y como ama
vivir, las miserias que encuentra (aquí, entre otras, todas las implicancias de
la comparación de las cicatrices) no le parecen un impedimento irremontable
para que la vida continúe.
Decirles que es Imperdible es poco.
Gustavo Monteros
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