viernes, 27 de junio de 2025

Como visto al pasar - Hoy: La fiebre de los ricos - Rich Flu


 

La premisa del film no podía menos que atraparme. Después de todo me alimento todos los días (por ahora), tengo un techo sobre la cabeza (no sé hasta cuándo) y pago lo que me corresponde sin que me quede mucho resto (siempre), es decir, pertenezco a los que no tienen donde caerse muertos (un destino). Dicho lo cual, una película que promete castigar a los ricos inútiles, frívolos y avarientos (responsables de que el mundo esté como esté) cuenta con mi interés de inmediato.

 

La película en cuestión es La fiebre de los ricos (Rich Flu, 2024) de Galder Gaztelu-Urrutia, con guion de Pedro Rivero, Galder Gaztelu-Urrutia y Sam Steiner.

 

Pero empecemos por el principio. Seguimos a Laura Palmer (Mary Elizabeth Winstead). Sí, el nombre no es casual y no queda sin su referencia a David Lynch y su Twin Peaks). Como sea, esta Laura trabaja como ejecutiva de un conglomerado de empresas. En la actualidad selecciona proyectos cinematográficos con posibilidades de realizarse y cosechar millones en la taquilla.

 

Uno tras otro, hombres y mujeres esperanzados le cuentan argumentos disparatados, muy similares a los de las películas que se estrenan todas las semanas, vía la productora o sello o logo de su preferencia. Entre los que se sientan frente a ella está Toni (Rafe Spall), un abogado del que se está divorciando y con el que pelea por la tenencia de la hija, Anna (Dixie Egerickx).

 

Y después de pelearse con el hijo de su jefe Sebastian Snail Jr. (Jonah Hauer-King) vuela a Alaska a encontrase con el jefe en persona, Seabastian Snail (Timothy Spall).

 

Mientras nos vamos enterando de la vida de los personajes, sus relaciones y de cómo reaccionan, nos informan que el Papa ha muerto a la vez que otros ricos mandamases (¿el Papa es un multimillonario más?, Luis Buñuel estaría de acuerdo, yo tengo mis contravenciones, pero sigamos adelante que recién estamos comenzando).

 

Como sea estos multimillonarios mueren por un raro virus que ataca solo a los muy ricos, el primer síntoma es que sus dentaduras perfectas se ponen de un radioactivo blanco brillante, como en algunas propagandas de dentífrico.

 

En Alaska, el Sebastian en jefe, reunió a muchos ejecutivos ambiciosos y después del típico panegírico neoliberal de que el libre mercado es el camino a la felicidad empresarial (cualquier coincidencia con los dichos y credos del actual presidente argentino no es pura casualidad) y esas cosas, les comunica que han sido seleccionados para una nueva división que se dedicará a acciones sociales como caridades, becas y esas cosas, y como no podrán extraer regalías en su nuevo trabajo, se les otorgarán acciones de la empresa, validadas en mil millones, más otros beneficios de lujos y preeminencias. Ahora Laura es multimillonaria y entra en peligro del virus.

 

Snail la envía a que compre algunas obras de arte y antigüedades en una subasta para caridades en el Palacio de Buckingham. Va y se compra un cuadrito por dos millones de libras.

 

Mientras tanto el mundo es un inmenso caos. Los ricos para ponerse a salvo del virus se desprenden de todo lo que pueden y si no pueden, lo incendian, lo bombardean, lo dinamitan, lo destruyen.

 

Laura decide abandonar Inglaterra e ir a Barcelona, donde están su hija, su futuro exmarido y su madre, una hippie de aquellas, Martha (Lorraine Bracco).

 

La historia avanza a los saltos y sobresaltos, literalmente y llegada a su conclusión, deja una desazón. ¿Es un bodrio? ¿Una genialidad? ¿Una obra bienintencionada que salió mal? O sea, ¿me dormí?, ¿me tomaron el pelo?, ¿me perdí y la entendí mal? Recapitulo y reconsidero.

 

Humor no tiene, o sea, comedia-comedia no es. Tampoco se toma en serio el pochoclo style, o sea que al lado de El día de la independencia no va ir. ¿Es una sátira? Podría ser. El inicio parecería aseverarlo, aunque el final va más para el lado de una parábola sociológica.

 

Como sea, o sea lo que sea, se lleva por delante los retratos psicológicos. Tanto que es más bien tirando a una historieta que se desentiende de la psicología de los personajes.

 

Eso sí, se ve fácil, se llega al final sin ponerle paciencia extra. Puede que uno deje en el camino por ver adónde va, los agujeros en la trama, los saltos extraños en el comportamiento de los personajes, los datos que se tiran y jamás se retoman, los elementos sin desarrollo, como el mismísimo virus, que queda como metáfora al paso. Porque se sabe que es mortal, que los dientes brillosos es uno de sus primeros síntomas, que supuestamente no es contagioso, y que cuenta con la inteligencia (¿genética?) de saber quienes son los ricos y quienes no. Pero, ¿cómo se desarrolla?

 

Y entre las muchas cosas que dejan en veremos, ¿por qué el Sr. Snail padre, regala copias de Walden de Thoreau, que habla de una subsistencia en ambientes creados por uno mismo? ¿El libro contiene claves sobre el futuro? Por un noticiero (¿qué harían las películas sin los noticieros para proveernos datos relevantes de las tramas?), nos enteramos que de Snail, padre, no se sabe si ha muerto o si se ha fugado. Como lo hace un actor notable, esperamos que reaparezca.

 

Debe acaso entenderse que los blancos europeos son ¿los nuevos balseros del mundo? ¿Por qué los pobres que son muchísimos más ante los nuevos desmanes de los ricos en retirada, como la quema de palacios, museos y demás, no arman una revolución, modelo francesa o bolchevique, e instauran un nuevo orden? ¿O ya está pasando en Europa? No pareciera.

 

Uno de los motivos (si no “el” motivo) por el que uno no deja de ver este film es la arrolladora presencia de Mary Elizabeth Winstead en el protagónico. La chica no solo se carga la película al hombro, sino que la hace ineludiblemente atractiva. Y eso que hace un personaje altamente detestable. Pero la pasión que pone en ser, en un principio, lo que por estos lados se denomina “una yegua”, o sea, una hija de ustedes ya saben qué, la deposita después en ser una madre capaz de todo, hasta de matar, para que nada le haga daño a la hija.

 

Hija que como todas las adolescentes del cine contemporáneo tiende a ser una pesada marca cañón, con su idealismo trasnochado y demandas injustificables ante realidades atroces. Querida, el mundo se fue al carajo y no hay qué comer o beber, no es momento de caprichos y reclamos.

 

El marido o futuro ex justifica con creces el juicio que sobre él emite Laura al comienzo, es un bobo mediocre e insustancial, por más que lo haga el eterno cara de perro bueno de Rafe Spall.

 

Claro que hay un modo de verla que reubica sus supuestas falencias, cortedades o errores y la acercan a las obras incomprendidas. Toda la película está narrada casi exclusivamente desde el punto de vista de Laura, cuya vida se organiza y desorganiza según los conflictivos ejes temporales inmediatos: la celeridad de su ascenso, la proliferación del virus, el caos social, la violencia desatada, etc.

 

Y ella va de un tumulto al siguiente, desentendiéndose de los motivos que crean esos disturbios. No le interesa analizarlos ni explicarlos, solo sobrevivir. De ser este el caso, nosotros, tan acostumbrados por las pochocleras películas catástrofes que nos dan todo digerido, explicadito, no comprendemos lo que los autores intentan hacer aquí. Como se dice en la calle: Ponele.

 

Como sea, verla ¿satisfizo mi necesidad de castigar a los ricos? Más bien, no. En el final nos dicen que todos, dadas las oportunidades necesarias, nos comportaríamos como los ricos, que la avaricia está dentro de nosotros tan vital como el deseo de comer.  

 

Como soy pobre y lo he sido toda la vida, elijo creer que, de convertirme de repente en multimillonario, no me olvidaría de donde vengo, como Maradona, por ejemplo. (Si nos vamos a comparar, no andemos con modestias)

 

Ah, en el campo de la suposición todo es posible y no creo que pueda verificarlo. Puede que algo o alguien mejore mi calidad de vida, pero ¿hasta volverme un potentado? No sé, no creo. Ni imaginármelo puedo.

Gustavo Monteros


viernes, 20 de junio de 2025

Historias dos veces contadas - Hoy: Bajo custodia - Bajo sospecha

 




Si el corazón tiene razones que la razón ignora, según Pascal dixit, la mente de un productor hollywoodense tiene motivos que la lógica ignora.

 

Nueve de cada diez veces que toman una película extranjera para hacer una remake hollywoodense, le dan tantas vueltas, cambian tanto las cosas, que terminan por hacer algo que, con mucha buena voluntad, se parece solo remotamente al original que les gustó como para intentar la remake.

 

Tomemos dos ejemplos argentinos. 9 reinas (Fabián Bielinsky, 2000) fue metamorfoseada en Criminal (Gregory Jacobs, 2004), ¿por qué? Dios, ¿por qué? La gracia de 9 reinas es que la relación que se da durante un día entre dos estafadores, uno mayor y avezado y el otro más joven y bisoño, termina sorpresivamente en un desquite planeado con genio. La remake hollywoodense, para decirlo con amabilidad, es torpe, enrevesada, y sabrá Dios a qué conclusiones llega el que desconoce el original. El secreto de sus ojos (Juan José Campanella, 2009, sobre novela de Eduardo Sacheri) fue transformada en Secret in Their Eyes  (Billy Ray, 2015), y retitulada como Secretos de una obsesión para el estreno local. Bue, esta vez, gracias a Julia Roberts sobre todo, verla fue un trámite menos vergonzoso. Se cambiaron conflictos, se modificaron circunstancias, varió el sexo de los personajes y las relaciones entre ellos. Les salió otra cosa, menos punzante y conmovedora que la original, pero con benevolencia se puede decir que la historia en gran medida quedó contada.

 

Me pongo a ver Roubaix, une lumière (en el original), ¡Oh Mercy! (según título en inglés) Roubaix, Misericordia (en español) (Arnaud Desplechin, 2019), sobre la investigación de un asesinato, de una desaparición y de un robo. O sea, lo que ahora se denomina una historia procedimental, subgénero del policial que se centra en cómo la policía lleva adelante un caso o varios.

 

Y por esas cosas de la memoria me dan ganas de rever Garde à vue / Bajo custodia (Claude Miller, 1981) una de las primeras procedimentales si se quiere, porque se centra en cómo la repetición de un interrogatorio puede llevar al reconocimiento de una verdad o culpabilidad, según el caso. O sea, años antes incluso de la serie inglesa Prime Suspect / El principal sospechoso (la primera es de 1991) que hacía de las variaciones de un interrogatorio su eje ficcional.

 

En una Nochebuena, un abogado prominente, Jerome Martinaud (Michel Serrault) es interrogado por el inspector Antoine Gallien (Lino Ventura) en un caso de abuso y asesinato de dos niñas. Jerome pasa de testigo a sospechoso y le aplican la garde à vue del título, lo que entre nosotros sería un arresto preventivo. El testimonio de la esposa de Jerome, Chantal (Romy Schneider) da un vuelco a la investigación y desnuda el amor que Jerome tiene por ella.

 

Se basa en una novela de John Wainwright y el diálogo creado por el propio Miller con Jean Herman es sencillamente magistral. La lógica procedimental del interrogatorio largo e ininterrumpido parte de la idea de que el sospechoso oculta algo que en realidad quiere decir. Se lo obliga a repetir su versión para pescar inconsistencias, contradicciones, pasos en falso. Se supone que si lo que se dice es verdad, puede repetirse sin muchos tropiezos, en cambio si lo que expone es una versión falseada, aunque más no sea por cansancio, más tarde que temprano, se le empezarán a ver los agujeros de la trama.

 

Este juego es todo un desafío para el guionista. En la vida real el procedimiento puede ser tedioso, agotador, interminable, pero en una ficción tiene que ser sustancioso, variado, atrapante. El truco más usado para lograr mantener el interés del espectador es el de la profundización. Se respeta o se acepta en apariencia la versión del sospechoso y se ahonda en la falta de detalles reveladores que sostendrían el relato si fuera de verdad y que cuando es inventado no aparecen.

 

Casi 20 años después, Hollywood hizo la remake, Under Suspicion / Bajo sospecha (Stephen Hopkins, 2000). Ya no es la Nochebuena parisina, sin que estamos en vísperas de carnaval, en San Juan, Puerto Rico. El abogado sospechoso ahora se llama Henry Hearst (Gene Hackman) y el interrogador es el capitán Víctor Benezet (Morgan Freeman). La esposa (Monica Bellucci) se sigue llamando Chantal y es un personaje más joven del que hacía Romy Schneider.

 

Abogado y policía aquí son compinches con un pasado en común, fueron compañeros en el secundario. Esto más que enriquecer el conflicto lo enturbia. La familiaridad termina por entorpecer el desarrollo de la indagación más que favorecerlo.

 

Y el que Chantal sea más joven y casi de la misma clase social del marido cambia la sustancia de la relación. Lo que en Schneider era resentimiento, por no haber tenido otra opción para salir de pobre que casarse, lo que la predispone al odio y a ver lo que espió como una monstruosidad, en Bellucci es celos y el temor a ser reemplazada.

 

Quizá por eso ahora el final no es trágico y la pareja queda como para iniciar una obra de August Strindberg con todo lo que el sueco opinaba de las dinámicas de pareja.

 

La francesa era aristotélica porque respetaba las unidades de acción, tiempo y lugar (tanto que el conflicto único se filmó en orden en un mismo set).

 

La versión hollywoodense recrea las versiones que da Hearst / Hackman, con Benezet / Freeman como un trasplantado testigo de lujo, que acepta sin comentario o modifica lo que ve, según cree que pudo haber pasado.

 

Tampoco es muy feliz el cambio en el personaje del policía que transcribe el interrogatorio. En la versión francesa lo hace Guy Marchand y en la hollywoodense, Thomas Jane.

 

Marchand es un policía celoso de su trabajo, que resiente que Ventura lo desautorice y que pierde los estribos con Serrault, porque advierte que no respeta lo que la policía está haciendo.

 

Thomas Jane va para el lado del gallito que hasta se quiere tirar un lance con Bellucci. Más colorido en un punto, pero menos armónico para lo que es la historia en sí.

 

El resultado no es vergonzante, sobre todo por la defensa de sus personajes que hacen Hackman y Freeman, pero, a juzgar por los foros de discusión en internet, es confuso.

 

De tanto hacer explícito, gritado y subrayado lo que en el original francés está implícito, aunque meridionalmente claro, se pasaron de rosca y el amor del personaje de Serrault / Hackman, central en la historia, deviene difuso y periférico.

 

Entre los sagrados mandamientos del teatro está el que dice: Si algo tiene éxito, ¡no lo cambies, alteres, o modifiques! Los productores cinematográficos que se creen más perspicaces no lo respetan. Así les va como les va. La soberbia puede que te dé poder, pero no crea nada bueno.

Gustavo Monteros

viernes, 13 de junio de 2025

Cerrado por proscripción

 


Perdón, pero no me puedo organizar para hablar de cine, me puede más la bronca, la injusticia, la impotencia de comprobar como unos pocos se roban la democracia en mi país. Nos reencontramos la próxima semana. Gracias por la comprensión.


Gustavo Monteros 

viernes, 6 de junio de 2025

Querido diario - Hoy: Sinners


 

La película se abre con una voz en off que nos recuerda creencias míticas ancestrales. Menciona leyendas que giran alrededor de músicos capaces de hacer una música tan verdadera que conjura personas que vivieron en tiempos diferentes y que rasga el velo que separa la vida de la muerte. Estos músicos pueden curar (tanto física como espiritualmente) comunidades, pero atraer a la vez el mal (entendido como un absoluto).

 

De inmediato muestra a un músico cansado, sangrante, con la cara arañada, que maneja un auto y llega a un templo rural en pleno servicio religioso. Cuando baja del auto, el músico empuña una guitarra rota. Al entrar en el templo, comprendemos que el oficiante es su padre y que le pide que entregue el instrumento, en el sentido de abandonar la música. El músico se muestra reacio.

 

O sea que apenas iniciada, la narración exhibe las dos vertientes por las que hará transcurrir la trama: la música y el mal. Esto viene a cuento para subrayar que la homogeneidad del relato es sólida y no vacilante, como se dijo por ahí, que arranca para un lado y termina para el otro.

 

Es que, al director y guionista, Ryan Coogler, le quedaron como dos películas, una musical y otra de terror. La primera más singular y la otra, más convencional, genérica. Y eso puede confundir al apresurado que no se detiene a discernir. Porque en realidad, una deriva en la otra.

 

Estamos en las tierras del Sur de los Estados Unidos, a fines de los años veinte, comienzo de los treinta. Y los negros son respetados más en la apariencia que en la realidad.

 

Los hermanos mellizos, Smoke y Jack (ambos interpretados por Michael B. Jordan) vuelven a su pueblo natal a gerenciar un bar con músicos en vivo que inaugurarán esa mismísima noche.

 

El regreso nos permitirá conocer los amores que tuvieron, los pleitos que dejaron atrás y los conflictos sin resolver. Y entre las historias a conocer está la de Sammie Moore (Miles Caton), el músico del principio.

 

Esta primera parte es casi antropológica. Conocemos cómo viven, piensan y, sobre todo, cómo hace música esta gente. Sin embargo, a pesar de que la música está en primer plano, el personaje de Sammie se pierde, ante la apabullante star-quality de Michael B. Jordan, que encima viene multiplicada por dos.

 

Sammie debiera ser el epicentro de la historia, y los personajes de Michael B. Jordan los posibilitadores del marco narrativo para que surja el choque de la Música con el Mal (así en mayúsculas).

 

En los papeles es así, pero en la realización la empatía que genera Michael B. Jordan con solo aparecer y estar en el plano, desdibuja y no poco el diseño narrativo.

 

Los hermanos que hace Jordan posibilitan que la historia ocurra, pero no la lideran, no la conducen. Algo que puede confundir porque las estrellas, por definición y designio, son las que generalmente hacen la historia. No es este el caso.

 

Presentados los personajes, con nuestras simpatías creadas hacia unos y hacia otros no, comienza la segunda parte: la aparición del mal.

 

La herramienta elegida para diseminarse es el cuerpo y alma de Remmick (Jack O’Connell) A poco de entrar en escena se consigue dos secuaces: Joan (Lola Kirke) y Bert (Peter Dreimanis), activos militantes del KKK (versión “natural” del mal en contraposición de la supernatural que encarna Remmick)

 

El tráiler oculta con destreza la forma que adopta Remmick para propagar su maldición, así que no cometeré spoiler y no adelantaré nada. Eso sí, permítaseme decir que Jack O’Connell exhibe un talento para la música que le desconocíamos hasta ahora. Y su voz es también muy agradable en el canto. El muchacho se está convirtiendo en todo un catálogo de virtudes.

 

No soy un experto en cine de terror, frecuento muy poco el género, pero lo que aquí se ve me pareció efectivo y atrapante. Aunque más no sea por la lógica de ver (o adivinar) quién vive (o sobrevive) y quién no.

 

Sinners (2025) tuvo una preventa larguísima. Los primeros avances aparecieron unos 7 meses antes de su estreno. Mercadeo que no siempre juega a favor, puede saturar. Eso no pasó esta vez.

 

Se estrenó y fue un gigantesco éxito de público y sorpresivamente (o no) de crítica. Ryan Coogler es un director talentoso y astuto. Pero tiende a tomarse su material demasiado en serio, lo que redunda en una solemnidad involuntaria. Aquí ese defecto no es tan patente. Ligeros toques de humor disuelven la pomposidad y la seriedad surge de la necesidad de la historia, no del estilo.

 

Solo queda razonar el porqué del título. ¿Quiénes son los pecadores (sinners)? Y ¿por qué? Habrá tantas teorías como espectadores tenga la película. Para mí son los que necesitan de un músico excepcional para sanar sus males físicos y espirituales. Lástima que los músicos vengan con sombras no invocadas.

Gustavo Monteros