Y el milagro no se produjo. Son tiempos infaustos para los milagros.
Se quedó en una buena nueva nomás. Después de unos cuantos años, Rocco y sus
hermanos (Luchino Visconti, 1960) volvió a las pantallas de los cines.
Tarantino y otros trasnochados dicen que el cine (ese lugar con butacas y una
pantalla) es el hogar de las películas. No sé si de todas, pero de las que son
como Rocco y sus hermanos, seguro. El milagro al que aspiraba era el que
siguiera en pantallas lo más que pudiera, dos o tres semanas, cinco en
preferencia, para que pudiéramos armar un público entre los que no vieron jamás
películas de ese calibre. Durará solo la semana obligatoria de cada
presentación de estreno o reestreno. Una pena. La próxima será. ¿Habrá una
próxima? Ojalá.
Tampoco éramos cuatro, ojo. A la función que yo fui, única
en la grilla diaria por otra parte, la del martes 8 de abril a las 19:20,
éramos una veintena. La función se demoró 10 minutos por no sé qué cuestión,
así que armamos una cola y pudimos semblantearnos. Proliferábamos los
nostálgicos subsetenta (o digamos postcincuenta, para sentirnos más jóvenes), había
cuatro entre los treinta y cuarenta, y tres parejitas de apenas veintipico, lo
que acrecentaba la esperanza, entre los jovatos, de que el gran cine no morirá,
porque si el entusiasmo les dura, son los que tomarán la posta.
Los miré con felicidad, de algún modo me reflejaban. Como
ya conté por ahí, tendría unos 10 u 11 años cuando vi Rocco y sus hermanos
por primera vez y comprendí que el cine era algo más que los Trinity y Bambino
o los Tiburón, Delfín y Mojarrita con los que me divertía. La vi de casualidad,
pasábamos frente al cine que estaba por darla en una función especial de la
embajada italiana, cuando mi tía Martina, a la que yo acompañaba, se topó con
un señor que se la recomendó calurosamente y como ella quería quedar bien con
él por razones más que obvias, entramos. Agrando el contexto, se trataba del
cine Ideal en la capital de Catamarca, o sea San Fernando del Valle. Por
entonces la película ya tenía sus años, no tantos como ahora, claro, pero ya se
la consideraba obra maestra no solo del cine italiano, sino del mundial.
Luchino Visconti sabía ponerse en el mapa.
El drama de cuatro hermanos del Sur de Italia, Simone
(Renato Salvatori), Rocco (Alain Delon), Ciro (Max Cartier) y Luca (Rocco
Vidolazzi), que llegan a Milán, comandados por su madre, Rosaria (Katina Paxinou),
viuda reciente, a abrirse camino en la ciudad en la que el mayor, Vincenzo
(Spyros Fokas), ya está instalado de albañil, no era precisamente material para
un chico de 10 años, sobre todo por el triángulo pasional de luctuosas
consecuencias entre Nadia (Annie Girardot), Rocco y Simone. Suerte de
principiante que tuve, aunque sin duda no entendí todos los entresijos, me
deslumbró su grandeza.
Desarrollo más el destino de los hermanos. Vincenzo, el
albañil, se casa con Ginetta (Claudia Cardinale) y tienen un hijo, en medio de
peleas y ofensas familiares, las familias de él y de ella se malentienden
fácilmente. Ciro estudiará de noche y llegará a ser obrero calificado en la
fábrica Alfa Romeo y se pondrá de novio con Franca (Alessandra Panaro), Simone
y Rocco terminarán por dedicarse al boxeo y se enamorarán de Nadia, una
prostituta a redimirse. Luca es el pibe que recibirá como mandato regresar al
pueblo natal, se duda que lo logre.
Cerca del final de su vida, con la poca perspicacia de
algunos periodistas, le preguntaron a Visconti cuál era su película favorita.
Luchino, después de suspirar por la tontera implícita en la pregunta
(convengamos que preguntarle eso a un creador es como preguntarle a cualquier
padre de familia por su descendiente favorito) dijo que Rocco y sus hermanos,
porque logró contar lo que quería sobre la migración interna, con la
industrialización del Norte y la pauperización agrícola del Sur, que dividía a
un país que debería estar unido, porque no debe incentivarse algo en desmedro
de otra cosa, que todo bien con el progreso del Norte, pero que si el Sur
necesitaba protección, no había que dejarlo librado a su suerte, se lo ayudaba
y listo (la película subraya en el final que lo terrible que pasó no hubiera
pasado si todos se hubieran quedado en el terruño).
Rocco y sus hermanos
abreva en las dos tendencias del cine de Visconti, une el neorrealismo del
principio, el de Obsessione (Obsesión, 1943), La terra trema
(La tierra tiembla, 1948), Bellissima (Bellísima, 1951),
con lo operístico de Senso (Livia, un amor desesperado, 1954) y
de lo que vendría después con Il gatopardo (El gatopardo, 1963), La
caduta degli dei (La caída de los dioses, 1969), Morte a Venezia
(Muerte en Venecia, 1971), o Ludwig (Ludwig: La pasión de un
rey, 1973). Aquí el drama realista del principio deriva gradualmente en la
tragedia que conmociona sin dejar nadie afuera.
En otro momento Luchino había dicho que siempre polemizaba
con las lecturas que lo habían influido, que era su modo de admirarlas,
cuestionarlas para sacarles el mayor brillo posible, y que en Rocco y sus
hermanos había discutido con lo que le provocó leer a Dostoievski, algo que
se nota sobre todo en el enfrentamiento de Rocco y Simone, el casi santo, uno,
y el casi demonio, el otro. Con la paradoja de que es la bondad de Rocco, más
que la perfidia de Simone, la que desencadena la tragedia.
Mientras estaba en la cola y estudiaba a mis compañeros de
función, me consumía la ansiedad. Yo soy de repasar mis clásicos como me gusta
decir. Las películas envejecen, como todo lo demás. Algunas son como los buenos
vinos y envejecen con gloria. Otras lo hacen mal, pasan a la obsolescencia.
Otras son viejas simpáticas, pero viejas al fin. Repasar los clásicos que se ha
amado con fervor requiere coraje. Uno se puede pegar tremendas decepciones.
Amigos peinadores de canas me han dicho que ni en pedo repasan un clásico valorado,
que por las dudas prefieren quedarse con sus buenos recuerdos. El paso del
tiempo te quita vigor, tersura, ilusión, deslumbramiento, pero te deja una
mirada más nítida. Prefiero usarla a que no. De modo que, con obstinación
militante, reveo mis clásicos. Y que sea lo que sea.
Así que me senté en la butaca con ganas de que Rocco y
sus hermanos permaneciera como en mis recuerdos, hermosa, emocionante,
deslumbrante. No dejaría de quererla si no fuera así, porque uno no abandona lo
que fue tan propio, aunque el tiempo sea cruel y opaque los brillos pasados.
El temor fue en vano. Puede que el milagro de la
multiplicación de los amantes del gran cine no se diera, pero el prodigio de
que Rocco y sus hermanos siga tan bella, deslumbrante y emocionante se
dio, se da y se dará.
Gustavo Monteros
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