Cualquier
atorrante puede hacer un film de entretenimiento, solo necesita alguna idea y
la voluntad de hacer pasar un buen rato. Pero para hacer un film de cine arte o
de autor, se requiere de un ARTISTA, así, con todas las letras y en mayúsculas,
o sea una persona formada, culta, con la presunción o la soberbia de creer que
lo que tiene para decir es de tan elevada penetración que exige la atención
universal y las más elevadas recompensas.
Sueño de invierno de Nuri Bilge Ceylan ganó la Palma de Oro, 2014, del Festival de
Cannes, gracias a un jurado presidido por la directora Jane Campion e integrado
por las actrices Carole Bouquet, Leila Hatami, Jeon Do-yeon, los actores Willen
Dafoe y Gael García Bernal y por los directores
Jia Zhangke, Sofia Coppola y Nicolas Winding Refn.
Transcurre
en Capadocia, Anatolia, Turquía. Aydin (Haluk Bilginer) es un exactor
cincuentón y rico que regentea un hotel. Aydin soporta la compañía de su
hermana, Necla (Demet Akbag) que se acaba de divorciar y anda con ganas de
volver con su exmarido y sobrelleva una frágil y distante relación con su joven
esposa Nihal (Melisa Sözen). Los tres son personas de hablar mucho y con
palabras altisonantes para decir poco y comunicar menos. Es que el material (tal
como lo confesó el director) le debe mucho a Chejov y se trata de develar lo
que hay debajo de las brillantes superficies. Hay una ruptura de los contratos
personales (los endebles lazos matrimoniales entre Aydin y Nihal) y los
contratos sociales (ricos y pobres que se tratan con los resabios de jerarquías
medievales, como los besamanos y esas cosas). El final no es chejoviano típico,
entreabre la posibilidad de una redención o al menos un perdón (Chejov también
tenía estos finales, sobre todo en muchos cuentos, pero cuando se dice “finales
chejovianos” se consideran los de sus obras de teatro que no son tan
edificantes)
Sueño de invierno dura tres horas y dieciséis o sea 196 minutos. Una bicoca porque la
primera edición duraba cuatro horas y media. Y es aquí donde viene a cuento la
presunción o la soberbia de algunos artistas de las que hablábamos al
principio. La película dice lo suyo, tiene la impronta Chejov ya mencionada,
más un obvio homenaje a la teatralidad y naturalidad de Bergman (no es una
contradicción de términos, Bergman era naturalista en el manejo de las
actuaciones y teatral en la puesta en escena y en los diálogos) y hasta se
pueden hallar ecos de Sartre en esto de que el infierno son los otros y de Dostoievski
en las instancias de humillación y culpa. Todo muy lindo, pero ¿tres horas y
dieciséis minutos? Algunos artistas tienen un ego tan mayúsculo que creen que
para decirnos lo que tienen para decir deben tomar nuestro tiempo y disponer de
él como si fuera suyo. Ni se les ocurre considerar la idea de síntesis, porque
para ello tendrían que tomarnos en cuenta y su ARTE y su EGO están por encima
de nuestras asentaderas, espaldas y capacidad de aguante. La cultura no tiene
que ser un castigo y sin embargo a veces lo es.
En
resumen, una buena película, pero que, como su personaje masculino central, se
cree más profunda de lo que en realidad es.
Nuri Bilge Ceylan en un reportaje para The
Guardian dice que es un ARTISTA al que no le gustan las comedias, que lo suyo
es más la cosa melancólica. Se le nota. Peinar canas trae pocas ventajas, entre
esas pocas está la de no dejarse enceguecer por los espejitos de colores. Volvamos
a la noción inicial de atorrantes y artistas. Codearse con los ARTISTAS puede
que dé prestigio, barniz de cultura “importante”, pero no es más que una pompa
vacía, que no opaca ni por un segundo la calidez que emana de la compañía de un
buen atorrante, que siempre dice lo suyo sin tanta alharaca y en mucho menos
tiempo.
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