Tal
como mejor prefiero, me siento a ver esta película sin saber nada de ella,
salvo que es noruega, de 2012 y que Liv Ullman participa del elenco. Que esté
Liv Ullman es garantía de que quizá valga la pena verla, si bien como todo
actor tiene su cuota de bodrios (sobre todo en su etapa hollywoodense), la
chica está semi-retirada y participa solo de proyectos que por algún motivo la
sacan del ostracismo teatral en el que se refugia. Y si está bien para Liv,
¿por qué no habría de estar bien para mí, que solo dialogué con Bergman como
espectador?
La
cosa arranca con música de thriller, estamos en Noruega en 1990, pero ahí nomás
la protagonista se va para Alemania, donde por supuesto el muro ya ha caído y
en el baño del aeropuerto se cambia de ropa, se pone una peluca y se va a
averiguar unos datos o más bien eliminarlos. La protagonista me cae bien de
entrada porque en algunos primeros planos tiene un aire a Esther Goris, que
desde su Eva Perón ocupa un lugar de
privilegio en mi panteón de grandes actrices. Y sí, se podría catalogar este
film como un thriller. Pero como en las mejores novelas de John Le Carré, los
vínculos familiares, sociales y políticos tienen mucha y especial preponderancia.
Poco
es lo que se puede contar del argumento sin dar pautas reveladoras que arruinen
las sorpresas de las vueltas de la trama. Digamos entonces que es técnicamente
impecable, que el guión dosifica con astucia los datos y que el interés por
saber lo que se nos oculta se mantiene hasta el final. Quizá la historia sea
tan sólida porque se basa en una novela de Hannelore Hippe, que tiene como
disparador el hallazgo en la vida real de un cadáver incinerado. Las
especulaciones sobre este misterio llevaron a concebir este relato, que mucho
tiene que ver con la historia reciente y no tanto de Noruega.
Liv
Ullman sigue siendo esa bestia histriónica capaz de transmitir todo el dolor
del mundo en una mirada, de tener la perspicacia sabia de actriz innata para
percibir primero en el cuerpo la contundencia de una noticia. Reencontrarse con
ella en un cine es recuperar al menos por un rato la gloria que sentíamos
cuando Ingmar Bergman no era historia y veíamos en estreno Gritos y susurros, Escenas de la vida conyugal, El huevo de la
serpiente, Sonata otoñal, o Sarabanda.
En
resumen, más allá de las virtudes de este film de Georg Maas y Judith Kaufmann,
una cita de lujo con Liv Ullman, que últimamente nos pijotea su inmenso
talento, ¿se la va a perder?
Un abrazo, Gustavo Monteros
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