El pasado
obtuvo siete premios y 20 nominaciones en distintos festivales y organizaciones
dadoras de distinciones. Ahora bien, si esta película en vez de estar escrita y
dirigida por Asghar Farhadi (autor y director de la genial Una separación) hubiera sido escrita y dirigida por “Max Pedo” sin
duda sería vista por lo que es: un melodrama torpe, soso y con más vueltas
tontas que ningún autor de telenovelas, incluso borracho, drogado o acuciado de
deudas, se permitiría.
Antes
de que me apedreen por sacrílego o hereje, permítanme reafirmar que Una separación es una de las cumbres no
solo del cine sino de la dramaturgia, el entramado de conflictos es de una gran
magnificencia, tanta que se resignifican constantemente. Sin embargo haber
cometido una genialidad no implica que todo lo que el autor haga a continuación
vaya a catapultarse a la gloria. Tomemos, por ejemplo, a Ingmar Bergman, genio
certificado si los hay, no todas sus películas guardan similar excelencia, no,
que el hombre tiene su cuota de piezas menores, menorísimas, y (horror de los
horrores) hasta unos cuantos bodrios. Eso sí, era astuto, si algo le había
salido sublime, cambiaba de registro o se volcaba a otro medio, a saber,
después de El séptimo sello y de Cuando huye el día hizo telefilmes y después
de La fuente de la doncella hizo una
comedia: El ojo del diablo. Sabía que
después de alcanzar una cumbre siempre hay un descenso. No hay escape de la ley
del drama: después de un clímax siempre continúa un anticlímax, que no se puede
vivir en un orgasmo, qué joder.
A
propósito no referiré demasiado el argumento (me encantaría que descreyeran de
mí, vieran la película y comprobaran si me equivoco o no, y si es que sí, que
estoy errado, hasta dónde soy capaz de enterrarme en mi propia ignominia), básteme
decir que hay un iraní que regresa a Francia para divorciarse legalmente de su
ex francesa; la chica esta, la francesa, tiene dos hijas, de otros padres, una
adolescente (con ínfulas de protagónico dramático, a la que nadie le dice lo
evidente: nena, preocupate de tus propias hormonas y no tanto de las de tu
madre) y una nena; la francesita que se va a divorciar anda en amoríos con un
tintorero que a su vez tiene un hijito que pide a gritos que le pongan límites,
una empleada con secretos en cuotas y una
esposa… no, mejor eso no lo cuento porque me voy a empezar a reír, cosa que no
debo hacer si ustedes quieren tomarse el argumento más o menos en serio.
El
problema es que en realidad, Asghar Farhadi, sí se lo tomó en serio, tanto pero
tanto, que no vio lo cerca que está de lo risible todo el tiempo; la escena del
tintorero con el hijo en el subte está a un tris de la sátira involuntaria al
peor dramón lacrimógeno, y la escena final sería una excelente variación a una
propaganda de Axe de no ser tan cantada y tan obvia.
Bérénice
Bejo ganó el premio a la mejor actriz en el pasado Festival de Cannes por esta
actuación, no está mal, para nada, pero ¿darle un premio? O no había grandes
actuaciones femeninas en las otras películas o el jurado ya estaba cansado,
porque premiar la corrección de un naturalismo ramplón… En cuanto al actor
iraní, Ali Mossafa, es tan pero tan relajado que parece un vegano en un mal
día, que alguien le explique, por favor, que la expresividad a veces demanda un
poco de sangre… (Aunque, reconozco que me regocijó porque en algunas tomas se me
ocurrió que se parecía a ¡Joaquín Galán!).
En
resumen, en mi modesta (y atrevida) opinión, un auténtico bodrio Clase A (A por
los nombres involucrados, que de provenir de apellidos sin tanta prosapia sería
Clase Z) Es más, si en vez de una película fuera un libro bien podría
titularse: Cómo vender humo y seguir
teniendo patente de grande, después de haberte mandado una genialidad inicial.
Un abrazo, Gustavo Monteros
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