Lucía Puenzo no sólo es talentosa
sino también completita. Primero escribe una novela, no el esbozo novelado de
un guión, no, una novela hecha y derecha, como Dios manda, con valores
literarios propios. Y después la adapta para cine, no complacientemente, no,
como corresponde, dejando afuera lo que no puede contarse porque no es
cinematográfico. Lo sé. Tuve el placer, hace ya un año largo, de leer la novela
Wakolda, no bien salió. Y puedo
compararla ahora con la película terminada.
Wakolda se exhibió
primero en festivales internacionales y los críticos del mundo festejaron sus
logros. Llegó el estreno argentino y los críticos locales, aunque no les quedó
más remedio que calificarla de muy buena, se pusieron a buscarle el “pero”
discordante. Dijeron que era muy ambiciosa y con demasiado argumento, como si
esas cosas fueran malas o criticables per se. Sí, una de las características
del cine de Lucía Puenzo es que tiene líneas argumentales varias, que se
traducen en líneas temáticas diversas. Sí, Wakolda
es, entre otra cosas, tanto la historia de una iniciación, como de una
educación sentimental, de una fascinación por el mal, de un desarraigo y de un
naufragio. ¿Y qué?
Ahora bien, cuando se tienen muchas
líneas argumentales, tantas que no puede establecerse una historia principal y
dos o tres secundarias, hay dos modos de desarrollarlas. La de la trenza que se
deshace o la de la trenza que se hace. O se parte de una trenza de cabello ya
peinada y lentamente se desenredan las tiras que la componen para luego peinar
el cabello y alisarlo, como en Los
sospechosos de siempre. O se procede a tomar el cabello lacio, separarlo en
partes y comenzar a anudarlo en una trenza como en Wakolda.
La película comienza con la historia
en cero. Estamos en los años 60 en una ruta provincial que va al sur. El azar
reúne a una familia (en la que hay una nena con problemas de crecimiento) que
abandona Buenos Aires para ir a Bariloche a ocuparse de una hermosa y lujosa
hostería recién heredada, con un médico que viaja solo, también a Bariloche;
que el tal medico sea el mismísimo Josef Mengele con todo lo que eso implica se
sabrá después. No diré más porque nada más debe saberse. Sólo diré que los
títulos aclaratorios finales son como la hebilla o el lazo que sostienen la
trenza.
Pedirle a alguien con la capacidad de
enhebrar argumentos sólidos que se restrinja y narre uno o dos tramas es como
pedirle a Almodóvar que no sea histriónico, a Fellini que ame a las flacas
esqueléticas o que Bergman no sea angustioso. Un sinsentido. Cada director es
como es y crea un mundo con sus propias reglas, no con las que les gustaría a
los otros que lo creara.
Se criticó también que remarcara
demasiado el simbolismo de las muñecas, a mí no me pareció que fuera así.
Aunque no lo dijo, supongo que Lucía Puenzo sólo le fue fiel al disparador
creativo de estas tramas, una muñeca. No en vano el título es el nombre de…
cha, cha, cha, chan… una muñeca. (Menos mal que dejó de lado el intercambio de
muñecas que sí está en el libro, que si no, sabe Dios qué tonterías hubieran
dicho.)
Wakolda es una
película contundente, muy bien actuada y narrada, con un acabado técnico
irreprochable. Tanto la debutante Florencia Bado, como los “veteranos” Diego
Peretti, Natalia Oreiro, Elena Roger, Guillermo Pfening y el catalán Àlex
Brendemühl (Mengele) descuellan en un elenco en el que nadie desentona. Lo del
acabado técnico se destacó en varias críticas como si fuera un pecado que no podemos
cometer, supongo que por ser argentinos debemos mostrar alguna torpeza.
Si esta película fuera dirigida por
Solange Dead of Cold en vez de una argentina, sería elegida una de las mejores
del año. Es que hay un tronco difícil de arrancar que establece que lo
extranjero es mejor, sólo por ser extranjero. Lo nacional cuando roza la
perfección como en este caso es sospechoso, como si no estuviera en nuestros
genes lograrlo. Que esto siga pasando en la tierra de Borges, Cortázar, Manuel
Puig, Piazzola, Mores, Xul Solar, Spilimbergo, Berni, Yupanqui, Demare, Favio,
Torre Nilsson, Saslavsky (y menciono nada más que a los que se me ocurren en este momento) es
absurdo e inaudito. Por suerte, ya que no algunos críticos, gran parte del
público se está comenzando a dar cuenta. Esta semana cuatro películas
argentinas (Metegol, Corazón de león,
Séptimo y Wakolda) figuraron
entre las más vistas. Ojalá la tendencia se establezca, se fortifique y
abandonemos de una vez y para siempre el colonial complejo de inferioridad.
Un abrazo, Gustavo Monteros
Adenda
chusma: sorprende la buena logística de la producción, todas las escenas con
Elena Roger se filmaron en los 15 días de vacaciones que, por contrato y por el
sindicato de actores yanquis, le correspondían durante la temporada de Evita que hacía en Broadway.
Gracias por el comentario y la recomendación!!!
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