viernes, 27 de septiembre de 2013

Wakolda



Lucía Puenzo no sólo es talentosa sino también completita. Primero escribe una novela, no el esbozo novelado de un guión, no, una novela hecha y derecha, como Dios manda, con valores literarios propios. Y después la adapta para cine, no complacientemente, no, como corresponde, dejando afuera lo que no puede contarse porque no es cinematográfico. Lo sé. Tuve el placer, hace ya un año largo, de leer la novela Wakolda, no bien salió. Y puedo compararla ahora con la película terminada.

Wakolda se exhibió primero en festivales internacionales y los críticos del mundo festejaron sus logros. Llegó el estreno argentino y los críticos locales, aunque no les quedó más remedio que calificarla de muy buena, se pusieron a buscarle el “pero” discordante. Dijeron que era muy ambiciosa y con demasiado argumento, como si esas cosas fueran malas o criticables per se. Sí, una de las características del cine de Lucía Puenzo es que tiene líneas argumentales varias, que se traducen en líneas temáticas diversas. Sí, Wakolda es, entre otra cosas, tanto la historia de una iniciación, como de una educación sentimental, de una fascinación por el mal, de un desarraigo y de un naufragio. ¿Y qué?

Ahora bien, cuando se tienen muchas líneas argumentales, tantas que no puede establecerse una historia principal y dos o tres secundarias, hay dos modos de desarrollarlas. La de la trenza que se deshace o la de la trenza que se hace. O se parte de una trenza de cabello ya peinada y lentamente se desenredan las tiras que la componen para luego peinar el cabello y alisarlo, como en Los sospechosos de siempre. O se procede a tomar el cabello lacio, separarlo en partes y comenzar a anudarlo en una trenza como en Wakolda.

La película comienza con la historia en cero. Estamos en los años 60 en una ruta provincial que va al sur. El azar reúne a una familia (en la que hay una nena con problemas de crecimiento) que abandona Buenos Aires para ir a Bariloche a ocuparse de una hermosa y lujosa hostería recién heredada, con un médico que viaja solo, también a Bariloche; que el tal medico sea el mismísimo Josef Mengele con todo lo que eso implica se sabrá después. No diré más porque nada más debe saberse. Sólo diré que los títulos aclaratorios finales son como la hebilla o el lazo que sostienen la trenza.

Pedirle a alguien con la capacidad de enhebrar argumentos sólidos que se restrinja y narre uno o dos tramas es como pedirle a Almodóvar que no sea histriónico, a Fellini que ame a las flacas esqueléticas o que Bergman no sea angustioso. Un sinsentido. Cada director es como es y crea un mundo con sus propias reglas, no con las que les gustaría a los otros que lo creara.

Se criticó también que remarcara demasiado el simbolismo de las muñecas, a mí no me pareció que fuera así. Aunque no lo dijo, supongo que Lucía Puenzo sólo le fue fiel al disparador creativo de estas tramas, una muñeca. No en vano el título es el nombre de… cha, cha, cha, chan… una muñeca. (Menos mal que dejó de lado el intercambio de muñecas que sí está en el libro, que si no, sabe Dios qué tonterías hubieran dicho.)

Wakolda es una película contundente, muy bien actuada y narrada, con un acabado técnico irreprochable. Tanto la debutante Florencia Bado, como los “veteranos” Diego Peretti, Natalia Oreiro, Elena Roger, Guillermo Pfening y el catalán Àlex Brendemühl (Mengele) descuellan en un elenco en el que nadie desentona. Lo del acabado técnico se destacó en varias críticas como si fuera un pecado que no podemos cometer, supongo que por ser argentinos debemos mostrar alguna torpeza.

Si esta película fuera dirigida por Solange Dead of Cold en vez de una argentina, sería elegida una de las mejores del año. Es que hay un tronco difícil de arrancar que establece que lo extranjero es mejor, sólo por ser extranjero. Lo nacional cuando roza la perfección como en este caso es sospechoso, como si no estuviera en nuestros genes lograrlo. Que esto siga pasando en la tierra de Borges, Cortázar, Manuel Puig, Piazzola, Mores, Xul Solar, Spilimbergo, Berni, Yupanqui, Demare, Favio, Torre Nilsson, Saslavsky (y menciono nada más que  a los que se me ocurren en este momento) es absurdo e inaudito. Por suerte, ya que no algunos críticos, gran parte del público se está comenzando a dar cuenta. Esta semana cuatro películas argentinas (Metegol, Corazón de león, Séptimo y Wakolda) figuraron entre las más vistas. Ojalá la tendencia se establezca, se fortifique y abandonemos de una vez y para siempre el colonial complejo de inferioridad.

Un abrazo, Gustavo Monteros
Adenda chusma: sorprende la buena logística de la producción, todas las escenas con Elena Roger se filmaron en los 15 días de vacaciones que, por contrato y por el sindicato de actores yanquis, le correspondían durante la temporada de Evita que hacía en Broadway.

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