jueves, 2 de octubre de 2008

Escondidos en Brujas

¿Puede un asesino profesional respetar tanto la vida como para estar dispuesto a inmolarse? ¿Puede un asesino profesional ser noble, bueno y solidario en su vida privada? ¿Puede un asesino manejarse con una ética tan inclaudicable como para avergonzar al resto de los mortales por volubles e irresponsables? No lo sé, no conozco a ningún asesino profesional para preguntárselo. Ni tampoco quiero conocer alguno, de modo que quedaré sin respuestas y dejaré las preguntas en el campo de lo retórico.

Aunque, por ejemplo, Una pistola en venta, una novela de Graham Greene y Escondidos en Brujas ensayan especulaciones al respecto.

Escondidos en Brujas es la primera película de Martin McDonagh, un dramaturgo angloirlandés muy talentoso. De él acabamos de conocer su obra The Pillowman en una buena puesta de Enrique Federman, con logradas actuaciones de Carlos Belloso, Carlos Santamaría, Vando Villamil, y con Pablo Echarri en el protagónico. En un rol muy exigente, Echarri desnudaba todas sus limitaciones actorales, pero también exhibía una encomiable voluntad de superarlas. Creo que era consciente de no redondear una actuación destacada, pero su trabajo evidenciaba disciplina, rigor, humildad y una confianza ciega en el director. Actitudes que tarde o temprano hacen llegar a buen puerto.

A juzgar por The Pillowman y Escondidos en Brujas, a Martin McDonagh le obsesionan la naturaleza del relato, la violencia y el abuso infantil. Le gusta hacer reflexionar sobre cómo se articula el relato a medida que lo cuenta. Para él, todo relato es un engaño y quiere ser lo más honesto posible en la preparación de la trampa en la que nuestra ingenuidad y apetencia de entretenimiento nos harán caer.

Sus personajes pueden ser dignos, contenidos y civilizados, pero se expresan mejor en el caos y la locura de la violencia.

Y debe haber tenido una infancia terrible o la pérdida de su inocencia debe haber sido muy traumática. Sus niños son siempre brutalmente maltratados física o psicológicamente. Los asesinos de Escondidos en Brujas son más piadosos que los padres de The Pillowman, pero sin proponérselo le hacen un daño irreparable a una criatura.

El punto de partida es idéntico al argumento de la celebrada y muy representada pieza de Harold Pinter, El montaplatos. Sólo que aquí, los dos asesinos ingleses (Brendan Gleeson y Colin Farrell) esperan las órdenes de su jefe (Ralph Fiennes) “de vacaciones” en Brujas. Vienen de un trabajo que salió mal y cuando las órdenes lleguen, se desatarán los conflictos y abundarán las sorpresas.

Como buen angloirlandés a Martin McDonagh le encanta provocar. Elegirá un camino distinto al del genial dramaturgo angloirlandés George Bernard Shaw, sumo pontífice de la provocación y la polémica. Bernard Shaw daba vueltas nuestras creencias y convicciones más arraigadas para echarnos en cara el absurdo y las contradicciones de las mismas. Martin McDonagh opta por un método más visceral, no tan intelectual: procura escandalizarnos. Casi no hay línea en la que no utilice un insulto o una mala palabra. Sus personajes expresan pensamientos alejadísimos de lo políticamente correcto. Como en las obras de los adolescentes, se habla impúdicamente de detalles de la práctica sexual, algo que en una edad más madura aprendemos a callar, no por timidez, censura o represión, si no por delicadeza, pudor o buen gusto. Y los efectos de la violencia se muestran en toda su desagradable y sangrienta tangibilidad, a veces un poco gratuitamente.

No cabe duda de que ésta es la película de un dramaturgo. El armado de las escenas es impecable, el diálogo es magistral en su desmesura y carnalidad, y no hay personaje, por pequeño que sea, que no termine integrado armónicamente en la trama.

Brendan Gleeson es un actor enorme, su expresividad es tan potente como rotundo es su físico. Colin Farrell, como en El sueño de Casandra de Woody Allen, demuestra ser un muy buen actor en pleno dominio de sus recursos actorales, preparado para enfrentar cualquier desafío. El uso que hace aquí de su voz es singular y muy creativo. Ralph Fiennes confirma lo que ya sabemos, que el actuar bien no tiene secretos para él.

La dirección de arte es maravillosa. No es para menos. Brujas es una ciudad bellísima y los cuadros clásicos que nos muestran son devastadores en su maestría.

En resumen, un film excelente. Y cosa extraña en estos días, un entretenimiento para adultos sumamente inteligente. El único pero sería que algunos espíritus sensibles podrían ofenderse por algunos dichos y la representación tan gráfica de alguna escena de violencia. Aunque es necesario aclarar que estas escenas no son arrojadas sorpresivamente para asestar golpes bajos, hay siempre una preparación previa y es posible evitarlas mirando la parte inferior de la pantalla.

Cantémosle piedra libre a estos Escondidos en Brujas, se lo merecen por tanto despliegue de talento.

Un abrazo,

Gustavo Monteros

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