A Guillermo del Toro le
gusta decir: "Es más fácil encontrar la belleza en lo bello. Pero el
verdadero poder reside en buscar belleza en el horror", de ahí que no bien
puede se pone a inventar criaturas fantásticas (monstruitos, bah) de retorcida
hermosura. Como en Cronos (1993), Mimic (1997), El espinazo del diablo (2001) y El
laberinto del Fauno (2006) (en Blade II,
2002, Hellboy, 2004, Hellboy-El ejército dorado, 2008, Titanes del Pacífico, 2013, si los
había, ya venían de fábrica, él a lo sumo los retocaba). Y entre los
monstruitos, los fantasmas le tiran. Parece que siempre anduvo con ganas de
intentar el relato gótico, con su heroína finisecular, rebelde, fuerte, que cae
víctima del amor ante un hombre dual y peligroso (al que en su caso le agrega
una hermana, firme y manipuladora que se las trae).
Estamos a principios del
siglo XX, en una Nueva York, que es más un pueblo grande que una ciudad, hasta
calles de barro tiene. Edith Cushing (Edith por Warthon, Cushing por Peter,
interpretada por Mia Wasikowska) hija de un rico industrial tiene pretensiones
de novelista. Eso sí, no escribe lo que se espera de una señorita de esa época,
novelas de amor sino historias de fantasmas, en realidad como ella misma dice,
historias con fantasmas, algo que abarca a la mismísima película. En su círculo
de privilegio y riqueza anda dando vueltas un baronet inglés, Thomas Sharpe
(Tom Hiddleston) que busca financiación para una construir una máquina
extractora de arcilla roja del suelo donde está asentado su palacio natal, que
literalmente se hunde en dicha arcilla. Lo acompaña su hermana, Lucille
(Jessica Chastain) una bella y fría mujer que toca el piano como la Argerich pero
con cara de póker. Al padre de Edith, el self-made-man Carter Cushing (Jim
Beaver) el baronet y la hermanita le caen como patada en las canillas, y decide
con la ayuda de un detective (el ubicuo Burn Gorman) desenterrar el pasado
escabroso que supone tiene el baronet y la hermanita. Algo surge, Carter lo
utiliza y se saca a los hermanitos temporariamente de encima. Pero sufre un “accidente”
y Edith se casa con el baronet, para desazón de Alan (Charlie Hunnam) el doctorcito
que le arrastraba el ala a Edith.
Esta parte (de la que solo
conté la cáscara sin ningún spoiler) es la más interesante de la película. Está
llena de detalles reveladores, diálogos jugosos y caracterizaciones certeras. La segunda que transcurre en Cumberland,
Inglaterra, en el mentado palacio de la arcilla, salvo por la música y los “primores”
de la ambientación es menos atractiva, más apegada a los lugares comunes del
género: el viejo y peludo thriller gótico. Eventualmente los secretos saldrán a
la luz, las verdades serán reveladas, y se llegará a un final, sino “sanador”
al menos lógico.
El relato tiene una impronta
freudiana, hace pie en Jane Eyre de
Charlotte Brönte, Cumbres borrascosas,
de su hermana Emily, La caída de la casa
Usher de Poe, y en el cuento El amigo
de mi amigo de Henry James; se recuesta la casa que “respira” de la novela
de Shirley Jackson, The haunting of Hill
House, que ya fue llevada al cine dos veces, la primera por Robert Wise, La casa embrujada, en 1963 y la segunda por
Jan de Bont, La maldición, en 1999,
con dirección de arte del argentino ganador del Óscar, Eugenio Zanetti.
Cinematográficamente abreva, of course, por esto de gente que no te da
precisamente la bienvenida a tu nueva casa, en la vieja y querida Rebecca de Hitchcock, y en el giallo italiano,
en especial el de Darío Argento y Lucio Fulci, más en el terror de la
productora inglesa Hammer, en especial el de Terence Fisher, abraza también la
casa de Dragonwick de Joseph L
Mankiewicz, los palacetes de Roger Corman para sus adaptaciones de los cuentos
de Poe, y ya que estamos, la arcilla roja remite a la tierra misionera de los
cuentos de Horacio Quiroga. Nada de lo que acabo de consignar es pretensión de
erudición, Guillermo del Toro usa las redes sociales para denunciar sus
influencias y recomendar sus lecturas favoritas (no es mala alternativa a las
frases de almanaque y las chicanas políticas de cuarta con que llenamos las
nuestras).
Todo muy bonito, pero esta
vez, la ambientación le ganó a la historia, porque prima más que nuestro
interés por los destinos de los protagonistas, tanto es así, que cuando el amor
finalmente se desnuda, es más un dato que una conmoción. De todas maneras, un
film muy atendible porque del Toro es un narrador de primera. Y uno de los
pocos que todavía hace películas y no pastiches audiovisuales que se dicen
filmes porque se estrenan en los comedores de pochoclo que antes se llamaban
cines.
Gustavo Monteros