viernes, 21 de febrero de 2025

Querido diario - Hoy: Historias de Tokio

 


No falla. No hay encuesta hecha a gente relacionada con el cine en la que no aparezca. Sean directores, actores, críticos, cinéfilos o meros espectadores. Ya sea las 10 películas que más me influyeron, las 100 películas a ver antes de morir, las 30 películas que no olvidaré o mis películas favoritas. Hablo de Tôkyô monogatari o Tokyio Story o Historias de Tokio, película de 1953, dirigida por Yasujirô Ozu, con guion del propio Ozu con Kôgo Noda.

 

Mi ignorancia no hace que la elija cuando me piden que haga listas de películas. No sé si no la vi o si la vi cuando era chico y la olvidé. Decido dejar de dar vueltas, verla y zanjar la cuestión de si coincido o no con todos los demás que la eligen.

 

A poco de empezada comprendo que la vi, puedo predecir con certeza lo que sigue. La debo haber visto cuando no tenía la experiencia necesaria para apreciarla en su profundidad. Por suerte me esperó y llegué.

 

La trama es sencilla. En una ciudad pequeña, a unas pocas horas de Tokio por tren, vive un matrimonio de ancianos. (Los dos andan por los sesenta y pocos, pero por entonces ya calificaban de ancianos). Ellos viven con la hija menor, que es maestra (¡pobre!) Y como los viejitos ahorraron unos pesos y tienen tiempo libre deciden visitar a los hijos que viven en Tokio. En una ciudad cercana vive un hijo del medio que trabaja en el ferrocarril, lo saludarán en el viaje de ida y pasarán un tiempo con él en el de vuelta. En Tokio primero se hospedan en la casa del hijo mayor que es médico, está casado y tiene dos hijos chicos. Después se quedarán en la casa de la hija del medio, que es peluquera, también casada, pero sin hijos. Y visitarán a la nuera viuda que estuvo casada con un hijo que presumiblemente murió en la guerra. En algún momento a la peluquera se le hace larga la estadía de los viejos, entonces con el hijo médico les pagan unos días en un hotelito de un balneario de moda. Y eso es casi todo. Todos los personajes mostrarán sus pocas virtudes y sus muchas miserias, salvo la nuera que probará ser esa rara avis, a la que aspiramos y casi nunca somos, una buena persona.

 

Es evidente que las sorpresas de un argumento apasionante no son su fuerte, entonces ¿en dónde radica su magia? Es una película de narración clásica, de ahí que antes de que transcurra la acción nos mostrarán con detalle dónde ocurrirá. Y ahí está el indicio fundamental. Se habla mucho respecto de esta película de la organicidad tatami. El tatami es un tapiz o una estera acolchada. Dice Wikipedia: "Una estera de tatami siempre presentan el mismo tamaño y forma, y de hecho, proporcionan el módulo del que derivan el resto de proporciones de la arquitectura tradicional japonesa. El tamaño de una habitación viene dado por el número de tatami que podría contener. Las tiendas son tradicionalmente diseñadas para medir 5.5 esteras. El cuarto del té y las casas de té miden frecuentemente 4.5." Aquí como se parte del tatami, casi todas las tomas abarcan tanto piso como techo. Aunque la magia no está en el encuadre, sino que todas las habitaciones que vemos parecen vividas, no el diseño de un escenógrafo talentoso sino algo en lo que se vive.

 

Y esa es la clave, la magia, la seducción, los lugares son vividos, y lo que se cuenta también, no parece aparentado como en 99% de las películas, sino que empezamos a sospechar que por los motivos que sea, han atrapado un pedazo de vida. Pero, ¿no es lo que hacen todas las películas bien armadas? No. Casi todas las películas nos muestran un simulacro, una ilusión, una ambición.

 

Cuando De Niro hace su magia en Érase una vez en América, por ejemplo, ejerce su arte con una maestría sublime, nos convence de que no hay nada más cercano a la verdad por la que su personaje atraviesa. Así sabemos que, si su personaje existiera en la realidad, sin duda se comportaría igual. Su actuación respira certeza, pero es un artilugio, no es vida atrapada. Todos los artistas aspiran a atrapar un poco de vida, y los mejores son los que más cerca están de lograrlo.

 

Por los motivos que sean, insisto, Yasujirô Ozu aquí lo logró. Y por medios tradicionales, nada revolucionarios, innovadores o experimentales. Es una historia guionada, actuada para una cámara. Podemos hablar horas de los encuadres, del uso de la luz, de los ritmos del habla, de los subtextos, etc. Pero no llegaríamos al secreto de su magia. ¿Se puede atrapar vida en cámara?

 

Sí, no es fotografiar hadas o fantasmas. Todas las tomas de calles en las que las personas no saben que están registrados por una cámara son vida atrapada. Si lo saben, si tienen consciencia, ya no. Aunque el logro es alcanzarlo con un guion, con actores, con escenógrafos, con sonidistas, con fotógrafos a través de una ficción.

 

John Cassavetes lo intentó, pero sin ánimo de revivir discusiones, solo logró, en mi modesta opinión, captar actores que improvisan con una naturalidad pasmosa. Se acercan a lo que puede ser vida, pero no es vida atrapada. Richard Linklater tardó 12 años en filmar Boyhood, momentos de vida. El chico protagonista fue filmado creciendo, y los actores mayores madurando o envejeciendo. Evita el truco de cambiar de actores o de llenarlos de prostéticos o kilos de maquillaje y su proyecto sorprende, pero, de nuevo en mi modesta opinión, son actores filmados en tiempo que pasa, no vida atrapada. (Linklater está usando esa técnica para llevar al cine el musical de Sondheim, Merrily We Roll Along, en el que los personajes maduran, crecen o se engañan a través del tiempo, calcula que le tomará 30 años terminarlo, es un proyecto extremo, incluso más que extremo porque debe sortear con éxito la convención de que sus personajes cantan y bailan porque es un musical, artificio si los hay, si fuera una historia no musical le saldría más fácil)

 

Sí, me sumo. Cuando me pregunten sobre las mejores películas, las que más me marcaron, gustaron o tengo siempre ganas de celebrar, incluiré Historias de Tokio. En cine cuando se habla de algo que gusta mucho es un lugar común decir Es un prodigio, Es un milagro, Es un portento. Esta película lo es. No es el blablablá de siempre. Aunque recurramos a él para glorificarla.

Gustavo Monteros

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