viernes, 28 de febrero de 2025

Historias dos veces contadas - Hoy: Mi hija Hildegart - La virgen roja



 

Quizá si la hermana la hubiera dejado manejar la carrera del sobrino, nada de esto hubiera pasado. Nunca lo sabremos, la cosa fue así.

 

A la hermana de Aurora le gustaba mucho retozar en el heno, como quien dice. Tanto que quedó embarazada. Como eran ricos, a la madre no le costó mucho arreglar una boda. El marido comprado duró menos que el tiempo que costó comprarlo. Parido el chico, Aurora se ocupó de criarlo. Lo inclinó hacia la música, y antes de hablar, ya tocaba el piano con sublimidad.

 

A la hermana de Aurora, el dinero le gustaba tanto o más que retozar en el heno. Comprendió que los niños prodigios dejan mucho dinero, así que le renació el amor, se lo sacó de las manos a Aurora y se lo llevó de gira por las luminosas capitales europeas.

 

Aurora se secó las lágrimas, concibió su proyecto eugenésico y se aseguró de que no volviera a pasarle lo mismo que le había pasado con el sobrino. Tendría un hijo propio y con un hombre que no pudiera ni quisiera reclamárselo. Encontró al candidato ideal: un cura disoluto. Según ella, bastó solo un coito, en el que se abstuvo de sentir placer.

 

Y así nació Hildegart. Y la estimuló sino para la genialidad para el desarrollo intelectual temprano. Leía desde los dos años, escribía desde los tres. A los 14 años ya era abogada. Hablaba varios idiomas y al momento de su muerte, los 18 años, estudiaba Filosofía y Letras y Medicina.

 

Había alcanzado a publicar 16 libros y más de 150 artículos, muchos sobre sexología. Había nacido para ser “la mujer del futuro” y cuando Aurora vio que se desviaba de la senda marcada por ella, la mató de tres tiros el 9 de junio de 1933 en Madrid.

 

En el juicio Aurora se comparó con un escultor y a Hildegart con una escultura y así dijo que, si el escultor ve que su obra se raja, la rompe.

 

La historia de Aurora Rodríguez Carballeira (1879-1955) y su hija Hildegart (1914-1933) ha sido objeto de libros de ensayo y ficción, de cortometrajes, de largometrajes documentales y de dos largometrajes ficcionales. Hasta la fecha, como quien dice, el tema no parece agotado.

 

El primer largometraje de ficción es de 1977, se llamó Mi hija Hildegart, lo dirigió Fernando Fernán Gómez, con guion propio, en colaboración con Rafael Azcona sobre libro de Eduardo de Guzmán. Amparo Soler Leal fue Aurora y Carmen Roldán, Hildegart.

 

El segundo largometraje de ficción es de 2024, se llamó La virgen roja, lo dirigió Paula Ortiz, sobre guion de Eduardo Sola y Clara Roquet. Najwa Nimri fue Aurora y Alba Planas fue Hildegart.

 

Las dos películas se abren con las postrimerías inmediatas del crimen. El de Fernán Gómez se centra en el juicio y le da la palabra a Aurora, que le cuenta a distintos interlocutores su versión de los hechos. El de Paula Ortiz es más panorámico y se contrastan los hechos desde la visión de varios personajes.

 

Que las dos películas arranquen con el crimen en sí no es un demérito. Se supone que los hechos son conocidos y si no lo son, aquí no es importante qué, cuándo, dónde pasó sino el cómo, el eje central de las dos películas.

 

Por supuesto, hay detalles que los diferencian, pero en lo esencial coinciden.

 

En la vida real, el crimen no paga, aunque en la ficción el crimen (y sobre todo el basado en hechos reales) siempre paga y las más de las veces con generosidad.

 

La virgen roja puede verse en Prime Video y Mi hija Hildegart en YouTube. Las dos no deja indiferente a nadie. ¿Los hijos pueden ser un proyecto? Se conteste lo que se conteste, pocos o ninguno tan extremos como el de Aurora con Hildegart.

Gustavo Monteros

viernes, 21 de febrero de 2025

Querido diario - Hoy: Historias de Tokio

 


No falla. No hay encuesta hecha a gente relacionada con el cine en la que no aparezca. Sean directores, actores, críticos, cinéfilos o meros espectadores. Ya sea las 10 películas que más me influyeron, las 100 películas a ver antes de morir, las 30 películas que no olvidaré o mis películas favoritas. Hablo de Tôkyô monogatari o Tokyio Story o Historias de Tokio, película de 1953, dirigida por Yasujirô Ozu, con guion del propio Ozu con Kôgo Noda.

 

Mi ignorancia no hace que la elija cuando me piden que haga listas de películas. No sé si no la vi o si la vi cuando era chico y la olvidé. Decido dejar de dar vueltas, verla y zanjar la cuestión de si coincido o no con todos los demás que la eligen.

 

A poco de empezada comprendo que la vi, puedo predecir con certeza lo que sigue. La debo haber visto cuando no tenía la experiencia necesaria para apreciarla en su profundidad. Por suerte me esperó y llegué.

 

La trama es sencilla. En una ciudad pequeña, a unas pocas horas de Tokio por tren, vive un matrimonio de ancianos. (Los dos andan por los sesenta y pocos, pero por entonces ya calificaban de ancianos). Ellos viven con la hija menor, que es maestra (¡pobre!) Y como los viejitos ahorraron unos pesos y tienen tiempo libre deciden visitar a los hijos que viven en Tokio. En una ciudad cercana vive un hijo del medio que trabaja en el ferrocarril, lo saludarán en el viaje de ida y pasarán un tiempo con él en el de vuelta. En Tokio primero se hospedan en la casa del hijo mayor que es médico, está casado y tiene dos hijos chicos. Después se quedarán en la casa de la hija del medio, que es peluquera, también casada, pero sin hijos. Y visitarán a la nuera viuda que estuvo casada con un hijo que presumiblemente murió en la guerra. En algún momento a la peluquera se le hace larga la estadía de los viejos, entonces con el hijo médico les pagan unos días en un hotelito de un balneario de moda. Y eso es casi todo. Todos los personajes mostrarán sus pocas virtudes y sus muchas miserias, salvo la nuera que probará ser esa rara avis, a la que aspiramos y casi nunca somos, una buena persona.

 

Es evidente que las sorpresas de un argumento apasionante no son su fuerte, entonces ¿en dónde radica su magia? Es una película de narración clásica, de ahí que antes de que transcurra la acción nos mostrarán con detalle dónde ocurrirá. Y ahí está el indicio fundamental. Se habla mucho respecto de esta película de la organicidad tatami. El tatami es un tapiz o una estera acolchada. Dice Wikipedia: "Una estera de tatami siempre presentan el mismo tamaño y forma, y de hecho, proporcionan el módulo del que derivan el resto de proporciones de la arquitectura tradicional japonesa. El tamaño de una habitación viene dado por el número de tatami que podría contener. Las tiendas son tradicionalmente diseñadas para medir 5.5 esteras. El cuarto del té y las casas de té miden frecuentemente 4.5." Aquí como se parte del tatami, casi todas las tomas abarcan tanto piso como techo. Aunque la magia no está en el encuadre, sino que todas las habitaciones que vemos parecen vividas, no el diseño de un escenógrafo talentoso sino algo en lo que se vive.

 

Y esa es la clave, la magia, la seducción, los lugares son vividos, y lo que se cuenta también, no parece aparentado como en 99% de las películas, sino que empezamos a sospechar que por los motivos que sea, han atrapado un pedazo de vida. Pero, ¿no es lo que hacen todas las películas bien armadas? No. Casi todas las películas nos muestran un simulacro, una ilusión, una ambición.

 

Cuando De Niro hace su magia en Érase una vez en América, por ejemplo, ejerce su arte con una maestría sublime, nos convence de que no hay nada más cercano a la verdad por la que su personaje atraviesa. Así sabemos que, si su personaje existiera en la realidad, sin duda se comportaría igual. Su actuación respira certeza, pero es un artilugio, no es vida atrapada. Todos los artistas aspiran a atrapar un poco de vida, y los mejores son los que más cerca están de lograrlo.

 

Por los motivos que sean, insisto, Yasujirô Ozu aquí lo logró. Y por medios tradicionales, nada revolucionarios, innovadores o experimentales. Es una historia guionada, actuada para una cámara. Podemos hablar horas de los encuadres, del uso de la luz, de los ritmos del habla, de los subtextos, etc. Pero no llegaríamos al secreto de su magia. ¿Se puede atrapar vida en cámara?

 

Sí, no es fotografiar hadas o fantasmas. Todas las tomas de calles en las que las personas no saben que están registrados por una cámara son vida atrapada. Si lo saben, si tienen consciencia, ya no. Aunque el logro es alcanzarlo con un guion, con actores, con escenógrafos, con sonidistas, con fotógrafos a través de una ficción.

 

John Cassavetes lo intentó, pero sin ánimo de revivir discusiones, solo logró, en mi modesta opinión, captar actores que improvisan con una naturalidad pasmosa. Se acercan a lo que puede ser vida, pero no es vida atrapada. Richard Linklater tardó 12 años en filmar Boyhood, momentos de vida. El chico protagonista fue filmado creciendo, y los actores mayores madurando o envejeciendo. Evita el truco de cambiar de actores o de llenarlos de prostéticos o kilos de maquillaje y su proyecto sorprende, pero, de nuevo en mi modesta opinión, son actores filmados en tiempo que pasa, no vida atrapada. (Linklater está usando esa técnica para llevar al cine el musical de Sondheim, Merrily We Roll Along, en el que los personajes maduran, crecen o se engañan a través del tiempo, calcula que le tomará 30 años terminarlo, es un proyecto extremo, incluso más que extremo porque debe sortear con éxito la convención de que sus personajes cantan y bailan porque es un musical, artificio si los hay, si fuera una historia no musical le saldría más fácil)

 

Sí, me sumo. Cuando me pregunten sobre las mejores películas, las que más me marcaron, gustaron o tengo siempre ganas de celebrar, incluiré Historias de Tokio. En cine cuando se habla de algo que gusta mucho es un lugar común decir Es un prodigio, Es un milagro, Es un portento. Esta película lo es. No es el blablablá de siempre. Aunque recurramos a él para glorificarla.

Gustavo Monteros

viernes, 14 de febrero de 2025

Querido diario - Hoy: Día de los enamorados - Vuelve San Valentín



 

Mi “vida de santos” es poco enciclopédica, así que mejor empezar con lo básico. ¿Quién corno fue San Valentín? ¡Sorpresa! ¡Hay tres!

 

Dice Wikipedia: "Según la Enciclopedia Católica, hay en realidad tres santos mártires del mismo nombre que fueron ejecutados en tiempos del Imperio Romano, y cuya festividad cae en la misma fecha (tal vez por un error, que no es infrecuente en el calendario de santos) que conocemos hoy como día de San Valentín: los dos primeros fueron martirizados en la segunda mitad del siglo III, durante el reinado del emperador Claudio II “el Gótico”:

1) un médico romano que se hizo sacerdote y que casaba a los soldados, a pesar de que ello estaba prohibido por el emperador, quien lo consideraba incompatible con la carrera de las armas. Claudio II ordenó decapitarlo en el 269; fue muy venerado en Francia, en la diócesis de Jumièges.

2) un obispo de la ciudad de Interamna (hoy Terni, Italia), donde se encuentran los restos del cuerpo conservados en la homónima basílica, y donde el 14 de febrero es la fiesta patronal.

3) un obispo llamado Valentín de Recia, que vivió en el siglo V y que fue enterrado en Marlengo (en alemán Mais), cerca de Merano, en el Tirol, Italia; en el siglo VIII su cuerpo se trasladó a Passau, Baviera, en Alemania; es invocado para curar la epilepsia, y a partir del siglo XV se le representa con un niño tendido a sus pies."

De los tres, parece que el primero es el que dio origen a la celebración romántica que hasta hoy se verifica.

Como con todas las festividades de las que se puede sacar rédito, el cine la revisita con fruición.

Por casualidades de las que mejor no hablar, descubro que la cinematografía española de fines de los cincuenta y principios de los sesenta, tiene dos muestras sobre la celebración de San Valentín.

La primera es de 1959, se llama convenientemente El día de los enamorados, y la dirigió Fernando Palacios con guion de Pedro Masó, Antonio Vich y Rafael J. Salvia, servido por un elenco de notables, algunos muy de moda en el momento de la realización, otros que trascendieron la época y son representantes de lo mejor del espectáculo español, como la inmensa Concha Velasco.

Hay cuatro parejas en problemas para llegar al final feliz, y como es 14 de febrero, el vero santo tiene que bajar para solucionar los entuertos. Por un lado, tenemos a tres amigas, Atenea (Katia Loritz), Conchita (Concha Velasco) y Luisa (María Mahor). La primera es locutora de la televisión y está enamorada del escritor, productor y colega del programa en el que está, Luis Martín (Manuel Monroy) que no registra los sentimientos de la chica.

Conchita es vendedora de una tienda departamental (estilo la vieja Harrods) y anda de novia con Antonio (Antonio Casal), vendedor de zapatos en un negocio vecino, que la desatiende por el fútbol, pasión que para él ocupa el primer lugar.

Luisa es una manicura de una peluquería de hombres cortejada por Manolo (Tony Leblanc) un chofer de autobús, al que los celos lo tienen a mal traer.

Por el otro tenemos a María José (Mabel Karr), rica como McPato, a la que sus conocidas hacen bullying por considerarla una romántica, algo que consideran poco práctico, ya que todos se le acercan por su dinero, sin embargo, San Valentín (Jorge aquí, en otras George Rigaud) la acercará con Emilio (Ángel Aranda), un médico recién recibido, idealista y generoso, al que el dinero no le importa mucho.

Cada pareja tiene un elemento de comicidad que la circunda. En la de María José y Emilio es el padre de ella, un tarambana mujeriego, y el mayordomo de la mansión que habitan, al que cada vez que le piden un favor o su complicidad, le suben el sueldo.

En la de Luisa y Manolo, es un grupo de aspirantes a choferes, muy torpes ellos, a los que Manolo aconseja e instruye.

En la de Concha y Antonio, el humor corre por cuenta de la mismísima Concha, que puede vender un refrigerador para iglús, y es tan rápida de mente que siempre tiene la última palabra y puede desarmar en segundos el sofisma mejor armado.

San Valentín también tendrá su alivio cómico, un ascensorista que se desmaya de vértigo, porque en un momento clave el santo sube al Cielo en su ascensor.  

El film fue tan exitoso que tuvo una secuela en 1962, se llamó Vuelve San Valentín, Fernando Palacios siguió en la dirección, ahora con guion de Vicente Coello que se sumó a Pedro Masó y Rafael J. Salvia, que habían estado en la anterior. El elenco otra vez fue numeroso y efectivo.

Ahora San Valentín baja para arreglar las desavenencias del matrimonio de Mercedes (Amparo Soler Leal) y Fernando (José Luis López Vázquez), decoradora, ella, importador de tractores, él, los dos anteponen la profesión y los negocios al amor.

Mauricio (Cassen / Casto Sendra), un exitoso fotógrafo de bellezas que supuestamente deja atrás los sexuados efectos colaterales para centrarse en su prometida Julia (Teresa del Río), chica sin trabajo ni problemas económicos. La resolución de Mauricio es firme, pero el entorno no le hace las cosas fáciles, mediación santa se necesita.

Felisa (Gracita Morales) una mucama ingenua y pizpireta, pero nada tonta (o sea ingenua, no crédula) se quiere casar con Antonio (Manolo Gómez Bur), campesino dominado por sus padres. Felisa se gana la lotería, y lo que para muchos es una bendición, a ella no hace más que traerle problemas. El santo tendrá que intervenir.

Leonor (María Cuadra) se manda cartas románticas. Sus compañeras de la facultad hacen como que las creen, pero en realidad se burlan de ella y de su necesidad de inventarse novios. Pero el último candidato ficcional se hará realidad. A Manuel (Ángel del Pozo) un vendedor de seguros, el santo le pidió que lo corporice a cambio de contratarle una suculenta póliza. Claro, Manuel no tardará en enamorarse de Leonor.

Esta vez la comicidad está dentro de los conflictos románticos. Amparo Soler Leal y José Luis López Vázquez, ya son por estos tiempos dos comediantes afiatados y muy eficientes. Gracita Morales defiende a su mucama con uñas y dientes y desata carcajadas. La familia a la que sirve (tan típica que es padre, madre, hijo e hija) aporta lo suyo. El novio, al que la madre sobre todo no termina de soltar, está delicioso en su endeblez e inseguridad. Y si la madre es la gigantesca Rafaela Aparicio, no reírse es imposible. Cassen tiene gracia, pero sus voluptuosas fotografiadas y su voraz asistente que no quiere desdeñar ningún trabajo agregan comicidad al asunto. La novia, que anda para todos lados vestida de ídem, y su madre, que no ve la hora de sacársela de encima y disfrutar de su vida, arriman calor y sonrisas. Y el santo viene, a falta de ascensorista, con un taxista que lo atropella una y otra vez sin dar crédito a sus ojos de que el santo solo se sacuda la ropa y esté de lo más ileso después de cada accidente.

Las comedias amables del cine comercial (románticas o de costumbres) son puro artificio. No reflejan la realidad sino como le gustaría verse a la sociedad que la produce. Estas dos comedias industriales de pleno franquismo muestran una sociedad pujante, próspera, consumista, patriarcal y conservadora. En la primera, las tres amigas ganan como para darse todos los gustos, es más a la hora de comprar regalos para sus prometidos van a las mejores tiendas y eligen lo que les gusta sin fijarse en los precios. Sin embargo, el novio chofer y el novio vendedor hacen malabares para vivir al día. De modo que el supuesto estado de bienestar que se quiere vender es relativo. Los alumnos del chofer se quejan porque le tienen que convidar a su maestro todos los días de lección una picadita, que come solo el chofer, porque no alcanza para que ellos coman también. Cuando el chofer y la manicura deciden casarse no mencionan el lugar a vivir entre los inconvenientes a superar. Al que, para mencionar las más famosas películas en tratar el tema, El pisito (Marco Ferreri-Isidoro M.Ferry, 1958), El inquilino (José Nieves Conde, 1958), La vida por delante (Fernando Fernán Gómez, 1958) desmienten, conseguir casa por entonces era un verdadero problema. En las dos películas se subraya que el hombre debe ganar más que la mujer, que es lo que corresponde. Y se da por sentado que la esposa está sujeta, en el sentido de sometida, al marido en las decisiones importantes, los puntos de vista y las aficiones. Y que conste que solo menciono los aspectos sociales más salientes. Si se las escrudiña con afán sociológico se pueden hasta escribir libros. Las películas en apariencia más inocuas son las que mejor pintan a la sociedad que las produjo.

El amor es el amor, aquí, en la antigua Roma, la vieja China o la madre Rusia, pero en cuanto a lo demás, ¿todo tiempo pasado fue mejor? ¡Ni ahí!

Gustavo Monteros