No falla. No hay encuesta hecha a gente relacionada con el
cine en la que no aparezca. Sean directores, actores, críticos, cinéfilos o
meros espectadores. Ya sea las 10 películas que más me influyeron, las 100
películas a ver antes de morir, las 30 películas que no olvidaré o mis
películas favoritas. Hablo de Tôkyô monogatari o Tokyio Story o Historias
de Tokio, película de 1953, dirigida por Yasujirô Ozu, con guion del propio
Ozu con Kôgo Noda.
Mi ignorancia no hace que la elija cuando me piden que haga
listas de películas. No sé si no la vi o si la vi cuando era chico y la olvidé.
Decido dejar de dar vueltas, verla y zanjar la cuestión de si coincido o no con
todos los demás que la eligen.
A poco de empezada comprendo que la vi, puedo predecir con
certeza lo que sigue. La debo haber visto cuando no tenía la experiencia
necesaria para apreciarla en su profundidad. Por suerte me esperó y llegué.
La trama es sencilla. En una ciudad pequeña, a unas pocas
horas de Tokio por tren, vive un matrimonio de ancianos. (Los dos andan por los
sesenta y pocos, pero por entonces ya calificaban de ancianos). Ellos viven con
la hija menor, que es maestra (¡pobre!) Y como los viejitos ahorraron unos
pesos y tienen tiempo libre deciden visitar a los hijos que viven en Tokio. En
una ciudad cercana vive un hijo del medio que trabaja en el ferrocarril, lo
saludarán en el viaje de ida y pasarán un tiempo con él en el de vuelta. En
Tokio primero se hospedan en la casa del hijo mayor que es médico, está casado
y tiene dos hijos chicos. Después se quedarán en la casa de la hija del medio,
que es peluquera, también casada, pero sin hijos. Y visitarán a la nuera viuda
que estuvo casada con un hijo que presumiblemente murió en la guerra. En algún
momento a la peluquera se le hace larga la estadía de los viejos, entonces con
el hijo médico les pagan unos días en un hotelito de un balneario de moda. Y
eso es casi todo. Todos los personajes mostrarán sus pocas virtudes y sus
muchas miserias, salvo la nuera que probará ser esa rara avis, a la que
aspiramos y casi nunca somos, una buena persona.
Es evidente que las sorpresas de un argumento apasionante
no son su fuerte, entonces ¿en dónde radica su magia? Es una película de
narración clásica, de ahí que antes de que transcurra la acción nos mostrarán
con detalle dónde ocurrirá. Y ahí está el indicio fundamental. Se habla mucho
respecto de esta película de la organicidad tatami. El tatami es un tapiz o una
estera acolchada. Dice Wikipedia: "Una estera de tatami siempre presentan
el mismo tamaño y forma, y de hecho, proporcionan el módulo del que derivan el
resto de proporciones de la arquitectura tradicional japonesa. El tamaño de una
habitación viene dado por el número de tatami que podría contener. Las tiendas
son tradicionalmente diseñadas para medir 5.5 esteras. El cuarto del té y las
casas de té miden frecuentemente 4.5." Aquí como se parte del tatami, casi
todas las tomas abarcan tanto piso como techo. Aunque la magia no está en el
encuadre, sino que todas las habitaciones que vemos parecen vividas, no el
diseño de un escenógrafo talentoso sino algo en lo que se vive.
Y esa es la clave, la magia, la seducción, los lugares son
vividos, y lo que se cuenta también, no parece aparentado como en 99% de las
películas, sino que empezamos a sospechar que por los motivos que sea, han
atrapado un pedazo de vida. Pero, ¿no es lo que hacen todas las películas bien
armadas? No. Casi todas las películas nos muestran un simulacro, una ilusión,
una ambición.
Cuando De Niro hace su magia en Érase una vez en América,
por ejemplo, ejerce su arte con una maestría sublime, nos convence de que no
hay nada más cercano a la verdad por la que su personaje atraviesa. Así sabemos
que, si su personaje existiera en la realidad, sin duda se comportaría igual.
Su actuación respira certeza, pero es un artilugio, no es vida atrapada. Todos
los artistas aspiran a atrapar un poco de vida, y los mejores son los que más
cerca están de lograrlo.
Por los motivos que sean, insisto, Yasujirô Ozu aquí lo
logró. Y por medios tradicionales, nada revolucionarios, innovadores o
experimentales. Es una historia guionada, actuada para una cámara. Podemos
hablar horas de los encuadres, del uso de la luz, de los ritmos del habla, de
los subtextos, etc. Pero no llegaríamos al secreto de su magia. ¿Se puede
atrapar vida en cámara?
Sí, no es fotografiar hadas o fantasmas. Todas las tomas de
calles en las que las personas no saben que están registrados por una cámara
son vida atrapada. Si lo saben, si tienen consciencia, ya no. Aunque el logro
es alcanzarlo con un guion, con actores, con escenógrafos, con sonidistas, con
fotógrafos a través de una ficción.
John Cassavetes lo intentó, pero sin ánimo de revivir
discusiones, solo logró, en mi modesta opinión, captar actores que improvisan
con una naturalidad pasmosa. Se acercan a lo que puede ser vida, pero no es
vida atrapada. Richard Linklater tardó 12 años en filmar Boyhood, momentos
de vida. El chico protagonista fue filmado creciendo, y los actores mayores
madurando o envejeciendo. Evita el truco de cambiar de actores o de llenarlos
de prostéticos o kilos de maquillaje y su proyecto sorprende, pero, de nuevo en
mi modesta opinión, son actores filmados en tiempo que pasa, no vida atrapada.
(Linklater está usando esa técnica para llevar al cine el musical de Sondheim, Merrily
We Roll Along, en el que los personajes maduran, crecen o se engañan a
través del tiempo, calcula que le tomará 30 años terminarlo, es un proyecto
extremo, incluso más que extremo porque debe sortear con éxito la convención de
que sus personajes cantan y bailan porque es un musical, artificio si los hay,
si fuera una historia no musical le saldría más fácil)
Sí, me sumo. Cuando me pregunten sobre las mejores
películas, las que más me marcaron, gustaron o tengo siempre ganas de celebrar,
incluiré Historias de Tokio. En cine cuando se habla de algo que gusta
mucho es un lugar común decir Es un prodigio, Es un milagro, Es un portento.
Esta película lo es. No es el blablablá de siempre. Aunque recurramos a él para
glorificarla.
Gustavo Monteros