viernes, 14 de junio de 2024

Cerrado por amargura


 Nos tomamos una semana o dos para intentar recuperar las ganas de hablar de cine. Volveremos porque el cine nunca se va del todo. Cuídense. 

Gustavo Monteros


viernes, 7 de junio de 2024

Querido diario - Hoy: Un match en el infierno


 

Por fin una película a la que no le tenía que poner fuerza para que me gustara.

 

Esto de ponerle fuerza o ganas viene a cuento, gracias a una amiga, desde fines de los noventa. Ella acababa de ver una película con Anthony La Paglia, en la que era un cura, en amores con una chica de la resistencia, en la Italia de la Segunda Guerra y cuando le pregunté si le había gustado, me dijo: Y si le ponés ganas, te gusta, ¿viste que ahora con muchas películas, hay que ponerle fuerza, hacer como que te gustan, para no dejarlas y ver otra cosa. Yo me reí, pero la observación tenía verdad y se me pegó. Son pocas las películas que nos gustan naturalmente, a la mayoría le ponemos ganas, garra, fuerza.

 

Bueno, a esta no le tenemos que agregar ningún aditamento extra, nos gusta, nos atrapa, nos interesa, por lo que cuenta y por como lo cuenta.

 

Y si el argumento nos recuerda a una de principio de los ochenta, muy glamorosa y estelarizada, con Stallone, Michael Caine, Max Von Sydow, Osvaldo Ardiles y ¡Pelé!, que se llamó Victory, en el original, o Escape a la victoria en el título que le pusieron para estos pagos, es porque es una remake de esta de la que hablo ahora. Que se llama, Két félidö a pokolban, que en húngaro vendría a ser: Dos medios tiempos en el infierno, que en 1961 dirigió Zoltán Fábri y que participó en el Festival de Cine de Mar del Plata de 1962, y que por aquí se estrenó como Un match en el infierno.

 

Y es sobre un partido de fútbol entre un equipo de prisioneros húngaros y un seleccionado de guardias alemanes durante la Segunda Guerra, claro.

 

Hay un campo de prisioneros de Hungría bajo el mando ruso. Si decimos que los pobres presos están mal es casi un eufemismo. Apenas los alimentan con un menjunje, con buena voluntad digerible, que les refuerza el hambre, más que quitárselo. Visten harapos, las frazadas son unos remedos de abrigo, y se roban unos a otros unas botas rotosas para ver si pueden soportar mejor el frío y sobrevivir unos días más.

 

Entre ellos, está Ónodi (Imre Sinkovits) que fue jugador profesional de fútbol, al que muchos le tienen envidia por su pasado de gloria.

 

Se viene el cumpleaños de Hitler, y como ningún elenco teatral de los que alegran el frente puede venir a este asentamiento perdido en las montañas, y como ni siquiera se pueden conseguir putas para armar un prostíbulo provisorio, es que a uno de los comandantes alemanes se le ocurrió la idea de armar un partidito de presos y guardias.

 

El crack Ónodi primero dice que no, pero después, cuando lo convencen sus compañeros más cercados de que puede sacar algunas ventajas, como más comida para todos o que los que integren el equipo dejen de trabajar algunos días para entrenar, acepta (dicho sea de paso, el supuesto “trabajo” es esclavizante, en sentido literal),

 

El equipo se completa con un rebelde ideologizado que los insta a escapar durante un entrenamiento. Eso hacen, pero son capturados. Y cuando creen que los van a ejecutar, les dicen que antes deben jugar el partido.

 

Menuda motivación saber que la muerte los espera al final del encuentro. Pero la esperanza es lo último que se pierde y si dan un buen espectáculo (¡ni sueñan con ganar!) esperan que se apiaden y los perdonen.

 

Entonces llega el partido y los espectadores nos comemos las uñas, nos llevamos unas cuantas sorpresas y no podemos menos que conmovernos con estos pobres desgraciados, que hacen tripas corazón y rescatan desde el fondo del tarro, una dignidad que ya creían perdida.

 

Los actores son maravillosos y dan y lucen el personaje. Mientras que Stallone, Caine, Ardiles y compañía estaban más a dieta que con hambre, en aquella película que dirigió John Huston en 1981, a estos unos los ve y dan ganas de llevarles un plato de comida.

 

Tendría que ser de visión obligatoria para nuestros neo fascistas contemporáneos que eligen no conmoverse ni con los chicos que se duermen llorando de hambre. Si la ven es imposible que no recuperen algo de la humanidad que alguna vez tuvieron. O al menos en mi desesperación es lo que elijo creer.

Gustavo Monteros