jueves, 22 de junio de 2017

Yo, Daniel Blake

Daniel Blake (Dave Johns) es un carpintero de 59 años en obras de construcción. Un reciente ataque al corazón lo ha dejado “temporariamente”, según su médico, fuera de su trabajo, lo que “supuestamente” lo autoriza a pedir una pensión por incapacidad. Digo “supuestamente” porque el sistema se emperra en no concedérsela, aunque tenga todos los méritos para merecerla. La película contará su lucha para acceder a lo que le pertenece por derecho sin perder la autoestima en el camino. En una de las oficinas que visita, defenderá a Katie (Hayles Squires) madre soltera con dos hijos pequeños, Daisy (Brianna Shann) y Dylan (Dylan McKiernan), recién llegados de Londres a Newcastle, ciudad donde transcurre la acción. Eso será el comienzo de una relación de amistad entre ellos. Daniel también contará, aquí y allá, con la solidaridad de su vecino China (Kema Sikazwe) y de un excompañero de trabajo (Shaun Prendergast).


Yo, Daniel Blake ganó la Palma de Oro en el festival de Cannes, edición 2016. La dirigió el octogenario maestro del realismo social Ken Loach, y sin duda, a pesar de sus discutibles cortedades, se convertirá en una referencia ineludible de un momento político-social. Así como todavía vemos Ladrones de bicicletas y analizamos el por qué de su anécdota, en años venideros se seguirá desmenuzando los pormenores detrás de las políticas sociales de Yo, Daniel Blake.


Cuando hablo de cortedades (para mí no son tales ni por asomo) me refiero a que es una pieza de combate, que muchos, para desprestigiarla, la tildarán de panfletaria. Ojo, no lo es jamás, pero sería necio no reconocer que tiene un objetivo claro, la crítica y modificación de un sistema que transforma personas en números y que lo hace con la pretensión de echarlos del circuito de protección social. Otros, también para menospreciarla, dirán que sus personajes son demasiados puros y poco complejos, sin ese toque de los tres elementos atribuibles a los pobres, resumidos en el título de la obra maestra de 1976 de Ettore Scola, Feos, sucios y malos. No, los personajes de Loach son más bien todo lo contrario, lindos (más por nobleza que por belleza), limpios y buenos (más en el sentido de solidaridad y compromiso que en el de la bondad religiosa).


La película no es neutral y yo tampoco. A los que recién se acercan a estas crónicas, les digo que nunca votaré, avalaré o toleraré políticas neoliberales. El capitalismo puede ser cruel, pero es la Madre Teresa al lado del neoliberalismo, que con un cinismo atroz sume en el hambre y la pobreza a generaciones enteras y las justifica por la necesidad de lograr inversiones que garantizarán en un lejanísimo futuro un bienestar improbable, mientras que en el presente solo promueven la desigualdad, la concentración de riqueza y la fuga de capitales. Y después resulta que los corruptos son los populistas distribucionistas…


Digo esto porque esta película llega con envidiable oportunidad a dialogar con las idas y vueltas (vueltas por verse, porque con la promesa de una revisión hay poca o ninguna vuelta) de las decisiones de la actual ministra de Desarrollo Social, Carolina Stanley (siempre hay que memorizar el nombre de los impiadosos) de recortar las pensiones por discapacidad. Dialoga también con el prejuicio, retroalimentado por los medios de comunicación hegemónicos, de que no hay que asistir a los necesitados (aquello de que no hay que dar pescado sino enseñar a pescar). Es una pena que quienes deben ver esta película, no la verán porque huyen de todo lo que cuestiona su zona de confort.


Los que la vean, corroborarán lo que significa pelear con el hambre y la miseria mientras se lucha por no perder la dignidad, por como dice claramente Daniel Blake en un escena, “cuando te quitan la dignidad, estás acabado”.


En resumen, una de las películas más valiosas que veremos este año. Y a pesar de lo que pueda inferirse en esta crónica, no es triste ni deprimente (bueno, un par de escenas los son y mucho) pero el tono general es el de la alegría que da la lucha, o la preservación de la esperanza, por más recaídas en la desesperación que se tengan, porque la mezquindad, el odio, el prejuicio, están del otro lado, de este está la apetencia de equidad, el sentido de justicia, el dar y no quitarle cosas a la gente.


Gustavo Monteros

1 comentario:

  1. No la ví aun, pero parece caer como como anillo al dedo en esta realidad que estamos viviendo, con una vicepresidenta que desde su silla de ruedas avaló con "capacidades indiferentes" la supresión indiscriminada de subsidios por discapacidad...

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