jueves, 16 de febrero de 2017

Un camino a casa

La noticia tuvo su cuarto de hora de fama, tan sorprendente e intensa fue, que algunos hasta la recuerdan. No es poco mérito en un mundo en el que las noticias se superponen a velocidades astronómicas.


Un niño de cinco años se pierde en una remota estación ferroviaria de la India, termina en Calcuta, dice provenir de un lugar que en apariencia no existe, en  realidad pronuncia mal el nombre, también el suyo, Saroo, los servicios sociales no pueden localizar a su madre, nada extraño porque es pobre de toda pobreza y no sabe escribir ni leer, y menos un diario; termina adoptado por una pareja australiana, John (David Wenham) y Sue (Nicole Kidman); un par de años más tarde adoptarán otro niño, Mantosh.


Pasan 20 años, Mantosh (Divian Ladwa) no ha logrado superar problemas neurológicos que lo acucian desde pequeño, Saroo (Dev Patel) salió mejor parado y se dirige a estudiar administración de hoteles en Melbourne. Allí Saroo entablará relación sentimental con Lucy (Rooney Mara) y se relacionará con compañeros indios. En una reunión, un postre indio le devolverá un recuerdo y terminará por desatar una obsesión que hasta entonces manejaba en secreto: reencontrarse con su familia original. No será fácil, sus recuerdos son muy vagos y generales.


Como el 99, 9% de las películas que se producen se basa en hechos reales, aunque por suerte, hay más sustento que de costumbre, porque esta peripecia humana de tan extraordinaria bordea el milagro.


Garth Davis, que alternó con Jane Campion la dirección de los capítulos de la excelente y terrible miniserie australiana Top of the lake (puede verse en Netflix), concreta una película sensible y cautelosa. Se nota que los protagonistas de esta historia viven, sobre todo por el cuidado con el que son tratados algunos conflictos, por ejemplo, la enfermedad del hermano de adopción se presenta con un conmovedor sigilo y cuidado (si la televisión y los demás medios perdieran su sensacionalismo y trataran así los temas difíciles sin duda viviríamos mejor).


Dev Patel (Slumdog millionaire - ¿Quién quiere ser millonario?, 2008, El exótico Hotel Marigold, 2011, El hombre que conocía el infinito, 2015) que acaba de ganar el BAFTA como Mejor actor de reparto por este trabajo y que tiene también por el mismo una nominación para el Óscar, redondea otro trabajo entrañable. Todos están muy bien, y no es para nada gratuito que Nicole Kidman obtuviera todas esas nominaciones para premios, como el cantor mítico cada vez lo hace mejor, le bastan un par de escenas para comunicarnos un personaje complejo con todos sus dobleces y matices.


Es una muy buena película que podría ser incluso mejor sin una banda sonora tan intrusiva. Perdón por ser tan hinchapelotas, pero desde que el cine es arte de productores capaces de vender arena en el desierto, las bandas de sonidos pasaron de acompañar o complementar la imagen a extorsionar emociones, a despellejar sentimientos, a ordenar lo que debemos sentir, ya no incitan a las lágrimas, las arrancan a golpes de pianos y violines de una persistencia torturante. Esta historia conmovedora no necesitaba de estos recursos berretas. Los espectadores, más que habituarnos a la emoción, somos empujados y lanzados a ella con prepotencia. En sí sola, no es que esta partitura sea mala o estridente, es, sí, coercitiva.


En resumen, una extraordinaria experiencia de vida para ver provisto de muchos pañuelos descartables porque, se quiera o no, se llora a mares.


Gustavo Monteros

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