viernes, 13 de febrero de 2009

Slumdog Millionaire


En la historia del cine, pocas tramas han sido tan transitadas como la de cenicienta. No me refiero, claro está, a la transposición literal de fregona-baile-zapatito-príncipe sino a la reelaboración de sus componentes básicos.


Para dar dos ejemplos más o menos recientes con protagonistas masculinos, mencionaremos Rocky y Billy Elliot.


Lo esencial de la fórmula es rescatar a la o el protagonista, a través del amor o del dinero, de un oscuro destino.


Como tan bien aprendimos con Billy Elliot, cuanto más miserable, asfixiante, desesperada es la condición de la que huyen, más conmovedor es que logren sus objetivos. Y cuantos más escollos en contra tengan que superar, mejor. Ante un pobre diablo que tiene todo en contra, nuestra identificación o adhesión es completa.


Durante la primera hora, los protagonistas de Slumdog millionaire acumulan tantas desventuras que es imposible no entregarles nuestro corazón.


Un pobre desgraciado, rico en experiencias de vida, pobre de bagaje cultural, está a punto de alzarse con el premio mayor de la versión india de ¿Quieres ser un millonario? Dos policías, tortura incluida, procuran averiguar si hace trampa. El muchachito comenzará a contar su vida y aparecerá el artilugio que tenemos que aceptar sí o sí para disfrutar de la historia. Este joven es más bruto que un arado, pero cada pregunta que le hacen en el concurso remite a una situación dolorosa de su pasado que le garantiza la respuesta. La justificación para este artilugio aparecerá en el último subtítulo y tendrá que ver con la religión musulmana. Si aceptamos esta convención, el film nos deparará sólo placer.


Toulouse Lautrec decía que tenía más valor pintar la flor que crece en el barro. Y Danny Boyle hace honor a esa premisa. El film transcurre en las zonas más pobres de la India, y Boyle encuentra belleza sin ser pintoresquista, condescendiente o paternalista. Chapeau!


Y como bien lo demostrara en Millones sabe dirigir como nadie niños actores, hace que jueguen escenas dificilísimas con una entrega y precisión remarcables.


El Óscar es el premio de la industria cinematográfica yanqui y refleja los vaivenes de la realidad política, social y cultural en el que está inserto. En períodos conservadores, nominan y premian films conservadores. En períodos más progresistas gana gente como Woody Allen, etc. En el primer año de la era Obama, harán honor al discurso de asunción del primer presidente negro y premiarán a Slumdog millionaire. Al margen de la corrección política, y teniendo en cuenta sus contendientes (1) se lo merece. Con creces. Es un film inolvidable, muy humano y conmocionante.


Y si nos alegra que la fregona se calce el zapatito de cristal y se gane el príncipe es porque en este lado del paraíso, todos somos cenicientas y nos lavamos todos los días los pies, con la esperanza de que hoy por fin el zapatito nos calce y el premio mayor sea nuestro. Quien sabe, por ahí hoy es el día.


Y si creen que les conté el final, se equivocan, nada es lo que parece, porque como nos enseña el tango, el éxito y el fracaso son dos impostores y a la larga no importan.


No se lo pierdan, dejen todo, salgan corriendo y véanla. Me lo agradecerán. Es de esas historias que se atesoran por siempre. Y si van al cine una vez al año, ésta es la película que hay que ver.


(1) Milk es una biografía fallida que santifica a su protagonista; Frost/Nixon es una buena obra de teatro filmada, Howard compró una puesta hecha y se limitó a buscar un punto de vista para la cámara; El extraño caso de Benjamín Button es un bodrio de la industria, sólo defendible por los adelantos técnicos que exhibe; El lector promueve debates por las razones equivocadas, hay demasiado glamour en su dudosa visión del Holocausto.

Un abrazo,

Gustavo Monteros

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