jueves, 23 de agosto de 2018

De cómo me enamoré de Cecilia Suárez


Entré a La Casa de las Flores por prepotencia de información. La noticia y la publicidad de que a partir de tal día, a tal hora, iba a estar disponible en Netflix me aparecían por todos los lados. Entré con desconfianza, pero como una de las ventajas de Netflix es que uno puede salirse en cuanto algo te aburre o te disgusta y  probar otra cosa, y no volver jamás a la primera, me aventuré. Un nombre se destacaba del resto, el de Verónica Castro, reina madre indiscutida del culebrón de México para el mundo, y no era ilógica su presencia porque el proyecto rumbeaba para el lado del homenaje a tan noble género. No recuerdo haber visto, seguido o vislumbrado ningún teleteatro con ella, pero como vi hasta el cansancio una participación suya en un sketch de Alberto Olmedo y estaba deliciosa, le guardo afecto. Al no sostener prejuicio alguno contra la Chaparrita protagonista, se me franqueaba  más que a otrxs el paseo por la casa.


La propaganda y la información no me habían engañado, dicha casa es una reformulación u homenaje al culebrón clásico en clave del primer Almodovar, el de los ochenta. Manolo Caro, su autor-director-creador, siente una debilidad demasiado manifiesta por el manchego, debilidad que debería curar fortaleciendo su personalidad y olvidando a don Pedro. Pero a poco de empezar la serie, no me ganaba el colorido de las casas, las ropas o los personajes, ni sus leves semejanzas formales a Amas de casa desesperadas, primera temporada, con una fantasma de narradora en off, ni que cada capítulo tuviera el nombre de una flor, por lo que representa en el lenguaje de las flores (en Amas de casa desesperadas, los capítulos tenían por título el nombre de una canción de Stephen Sondheim), no, lo que me ganaba era un personaje en particular, Paulina, aunque a decir verdad era su forma de hablar la que me hacía recalar en ella y gozar cada vez que entraba en escena.


En el primer episodio es la que sabe todos los secretos y la que se las ingenia para, si no solucionar todos los problemas, capear todos los temporales. Lo bueno, bah, lo inmejorable es que no había artificio en cómo hablaba, arrastrar palabras con lentitud se integraba a su personaje con una maestría descollante. ¿De dónde había salido esta actriz maravillosa? ¿Acaso me la había cruzado antes?



Internet me dijo que sí, que la había visto, primero en 1999, al inicio de su carrera como integrante del impecable y sólido elenco de la muy interesante comedia de Antonio Serrano, Sexo, pudor y lágrimas. Pero si ahora solo tenía ojos para ella, en Sexo, pudor y lágrimas solo tuve ojos, como media humanidad que vio esa película, para Demián Bichir, que no en vano dicha película le abrió las puertas internacionales, que lo llevó a estar entre los favoritos de directores de fuste como Tarantino o Ridley Scott, y hasta obtener una nominación para el Óscar como mejor actor protagónico por el conmovedor padre de Una vida mejor (Chris Weitz, 2011). Y que la había visto muy brevemente como asistente de Lito en Sense8 (2016-2017), tan breve debe ser que ni la recuerdo, además Sense8 es tan de fuegos de artificio, que si no matás o tenés sexo con cuatro o cinco, pasás desapercibidx. Y que también está en la película que Tommy Lee Jones, dirigió en 2005 con guión de Guillermo Arriaga, Los tres entierros de Melquíades Estrada, donde tampoco la recuerdo, pero que es una buena excusa de rever esta película muy buena.




Ah, la chica se llama Cecilia Suárez y nació el 22 de noviembre de 1971.


¿Qué que me pareció La casa de las flores? No sé, está ella y por estar ella y hablar como habla me encantó cada segundo que está en escena. Me enamoré, el entorno pasa a ser bueno, porque ella lo ilumina. Creo que si no se le pide mucho, entretiene, lo que no es poco.


Pongo su nombre en el buscador de Netflix para ver en que otras películas disponibles en la plataforma está. Me da dos dirigidas y escritas también por Manolo Caro: Elvira, te daría mi vida pero la estoy usando (2014) y La vida inmoral de la pareja ideal (2016).





Comienzo por la más antigua, y no solo el título es de una gran belleza Elvira, te daría mi vida pero la estoy usando (¡Guau!, no en vano los mexicanos son campeones de los boleros, “te daría mi vida, pero la estoy usando” ¡Tomá mate!) la película también, pero no de gran belleza porque sea linda, sino por lo conmovedora. Parte del viejo cuento del que se fue a comprar cigarrillos y no volvió. Gustavo se llama el sujeto y está casado con Elvira, atada a su casa por dos hijos chicos, uno de ellos ¡bebé! Pero Elvira no es de dejarse estar, va a salir a buscar a su Gustavo, a como dé lugar, aunque sepa pronto por una foto de qué lado viene la balacera, igual necesita verlo con sus propios ojos, escuchar lo que le tengan que decir, porque ama y cuando se ama, las medias tintas no bastan. Insisto Manolo Caro debe curarse su obsesión con Almodóvar, cuando se aleja de su Pedrito surge lo mejor, y que cuando se apega al español (el chantaje cuando va a vender zapatos, por ejemplo) el devenir se empantana al divino botón. Pero son reparos muy pequeños, el todo suma y es excelente. Y cuando se llega a la frase del título, esta se resignifica para no olvidarla jamás. Altamente recomendable esta Elvira, te daría mi vida pero la estoy usando.

La otra (La vida inmoral de la pareja ideal) es más ambiciosa, tiene más personajes y situaciones, pero no es tan lograda… porque se apega en demasía al modelo Almodóvar. En la búsqueda de una supuesta originalidad, se despeña por el abismo del artificio, del rebuscamiento, del manierismo. La situación base es el de una pareja que vivió un romance adolescente cercano al ideal, pero que no prosperó, y que veinte años después se reencuentra. Como no quieren dar el brazo a torcer de entrada de que no hicieron más que esperar al otro, se inventan maridos/mujeres/hijxs y esas cosas. Dos desenlaces intrigarán al espectador: saber cuándo y cómo se caerán las máscaras y qué, cómo y por qué se separaron en la adolescencia. Se deja ver, tiene buenos momentos y entretiene, a pesar de que armado todo el cuento, haya cosas que no cierran. Eso sí, al lado de Elvira, te daría mi vida pero la estoy usando pierde por goleada.
Doña Cecilia Suárez también está en Macho (2016) de Antonio Serrano (sí, el mismo de la mencionada Sexo, pudor y lágrimas, 1999) con Miguel Rodarte en el protagónico. Aquí Cecilia toca el segundo violín, o sea es la partener, la que posibilita la jugada para que el protagonista haga el gol. De todos modos este rol confirma la amplitud de su talento. Pero antes de adentrarnos brevemente en el argumento, recalquemos que lo más significativo de Macho es su guionista Sabina Berman, conocida internacionalmente por su obra teatral Testosterona. Por aquí se la vio en el verano de 2015 dirigida por Daniel Veronese y protagonizada por Viviana Saccone y Osmar Núñez y ahora puede vérsela con un título cambiado,Todo o nada,con Paula Cancio y Miguel Ángel Solá en los protagónicos. La obra se centra en un juego de poder entre hombre y mujer por un codiciado puesto de trabajo. Berman también a principios de este año fue la autora, fotógrafa y la dueña del concepto de puesta en escena de la obra sobre el poeta Fernando Pessoa y sus múltiples personalidades: Ejercicios fantásticos del yo, protagonizada por Gael García Bernal, en su debut en los escenarios porteños, acompañado por un elenco de lujo, compuesto entre otros por Rita Cortese, Vanesa González, Fernán Mirás y Martín Slipak, la dirección general fue de Néstor Valente. Más allá de las muchas virtudes del espectáculo, sufrió la crisis económica que atravesamos, fue una apuesta importante de producción que convocó poco público.



En Macho, Sabina Berman juega con las percepciones sociales y personales de la sexualidad. El diseñador de ropa, Evaristo Jiménez (Miguel Rodarte) es supuesto gay y admirado por serlo, pero en realidad es un hétero de lo más batallador. Un crítico quiere desenmascararlo, entonces su socia, Alba (Cecilia Suárez) lo conminará a que comience un noviazgo fingido con Sandro (Renato López), el problema es que Sandro es gay de verdad y no sabe nada del entuerto. Unas cuantas peripecias harán que Evaristo se enfrente a la posibilidad de ser también gay. El guión es desparejo, hay situaciones muy bien armadas y otras para nada, gruesas, de cine industrial de explotación. De todos modos, su protagonista, Miguel Rodarte, es muy talentoso y carismático y vuelve muy visible el trámite de verla.


La casa de las flores, Elvira, te daría mi vida pero la estoy usando, La vida inmoral de una pareja ideal, Sexo, pudor y lágrimas y Macho pueden verse en Netflix.


Yo recomiendo fervientemente que no se pierdan Elvira, te daría mi vida pero la estoy usando.

Gustavo Monteros

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