jueves, 4 de febrero de 2016

Carol



Carol es una historia de amor. Todas las historias de amor, antes del final feliz, del final no del todo feliz o del final para nada feliz, deben hacer que primero su pareja se conozca, claro, se enamore, se seduzca después, enfrente inconvenientes, los supere o no y llegue a un acuerdo final con perdices o sin ellas.


Carol es la historia de amor entre Therese (Rooney Mara) y Carol (Cate Blanchett) y se basa en una novela de 1952 de Patricia Highsmith (publicada originalmente bajo un seudónimo de Claire Morgan por estúpidas limitaciones de la época). Como transcurre en los años cincuenta y describe el asfixiante clima social para los amores no convencionales según las rigideces del momento, que mejor director que Todd Haynes que con su impar Lejos del paraíso (2002) lograra conmovernos con otros amores triturados también por los convencionalismos represores de la misma época.


Supuse que Carol me gustaría tanto como Lejos del paraíso, pero no. Me gustó tanto como Velvet Goldmine (1998) también de Haynes. O sea me impactó toda la reconstrucción de época, la impecable maquinaria narrativa, la imaginería visual con sus autos de ventanillas empañadas y esas cosas, pero no me involucró emocionalmente. Supuse primero que tenía que ver con la casi maníaca reproducción de los modismos para establecer relaciones en aquella época. Descarté después tal presunción. A continuación supuse que quizá Rooney Mara había exagerado con la extrañeza, aspecto que Carol describe como “sos un ser del espacio exterior”. Rechacé la idea con rapidez porque no hay nada reprochable en Mara, que al igual que Blanchett, se entrega al juego con libertad y talento. Me pregunté, entonces, en qué momento en  particular extrañaba que no tuviera una respuesta emocional y pude establecer que para mí se vinculaba con el momento de la separación. Cuando Carol no puede comunicarse con Therese debo compartir el dolor que siente y no solo atestiguarlo, pero Haynes se frena, no me deja, pone distancia. No lo critico, solo describo, es una elección consciente de su parte, hubiera preferido que me arrastrara, que fuera inolvidable como dos escenas que cité últimamente y que por eso me vuelven a la memoria: la de del beso que no es entre Emma Thompson y Anthony Hopkins en Lo que queda del día y la de Meryl Streep desesperada por no poder bajarse de la camioneta en Los puentes de Madison.


En resumen, una irreprochable historia de amor, que al menos a mí, perdón, no me enamoró.

Gustavo Monteros

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